Cual la generación de las hojas, así la de los hombres
Esparce el viento las hojas por el sueloY la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera.
De igual suerte, una generación humana nace y otra perece
Estos versos de Homero resuenan como un eco melancólico en la mente del narrador del relato, un profesor de universidad español que viaja con su hijo Pedro en el ferry de Denia a Ibiza. Tras su infancia y juventud en Bilbao, con visitas de verano a los abuelos en un pueblo de León, el personaje protagonista recuerda como escapó a Ibiza en los 70 donde dejó transcurrir esos años tan gratos en los que no se piensa en el futuro cuando se descubre la amistad, el amor y el sexo; años después se embarcará en un continuo y voluntario viaje que le llevará como profesor agregado de español a varias universidades europeas: Aix-en Provence en Francia, Constanza en Suiza, Uppsala en Suecia, Iasi en Rumanía, Utrecht en Holanda, Coimbra en Portugal, son el escenario de sus vivencias y amores incluido el matrimonio y el divorcio de Marie con la que tuvo el hijo que hoy le acompaña y junto al que medita sobre el eterno retorno; el mismo fluir del tiempo y la memoria, un tema recurrente en el escritor Julio Llamazares, que ya tratara en su obra más conocida La lluvia amarilla (1988)
Autor de otras novelas como El rio del olvido (1990), algunas llevadas al cine Luna de Lobos (1985); guionista y ganador de un Goya junto a Iciar Bollaín por “Flores de otro mundo” (1999); escritor de libros de viajes como Tras-os-Montes (1998), cientos de artículos publicados en revistas y periódicos, algunos recogidos en libros como En Babia (1991); Llamazares se inició con la poesía La lentitud de los bueyes (1979); pero alcanzó la notoriedad en narrativa con Luna de Lobos y la ya mencionada La Lluvia amarilla, ambas finalistas al Premio Nacional de Literatura, en las que mantiene su visión poética de la realidad, un exquisito cuidado en las descripciones y un lenguaje preciso e intimista que le confieren la cualidad de “escritor romántico” en el sentido de ser extranjero en la realidad, tal como describía Albert Camus.
El lector no encontrará en esta obra la acción trepidante de una novela moderna, ni discotecas ibicencas, ni drogas, ni sexo explícito, ni nada con lo que en sus promociones, las grandes editoriales, supongo que intencionadamente, confunden a quién no esté familiarizado con la obra del autor. En Las lágrimas de san Lorenzo, Llamazares, un escritor “previsible”, como él mismo se describe, sigue fiel a sus temas recurrentes: la soledad y el tiempo y se recrea en la descripción de los lugares más bellos y recónditos de la isla, no invadida aún por los turistas, como la Cala d’Hort, un lugar donde “la libertad era tan completa que la gente llegaba a hacer el amor en ellos sin importarle que la pudieran ver”; con “sus cañaverales borrando el cielo sobre la arena y Es Vedrá y Es Vedranell levantándose al fondo como dos cíclopes, padre e hijo según la imaginación de los ibicencos”. (pag.99)
A bordo del barco, no se atreve, por pudor, a compartir con su hijo los recuerdos de la primeras veces que hizo el amor con Nicole, Caroline, Tanja… pero rememora “las innumerables noches en las que amanecí dormido junto a las olas después de horas contando las estrellas o imaginando sueños para mi futuro” y recuerda otra noche, tumbado en la era junto a su padre contemplando las lágrimas de San Lorenzo, como llamaban en los pueblos a las estrellas fugaces del mes de agosto, y que según se decía acarreaban la posibilidad de pedir un deseo aunque su profusión lo hiciera imposible. Mientras, medita como “Cambian las lenguas y las ciudades, pasan los años y las personas, pero las lágrimas de San Lorenzo siguen conmigo acompañándome a todas partes, iluminando mis decepciones y mis recuerdos, convirtiendo mis deseos en arena y mi melancolía en nostalgia.” (pag.169)
Todo el relato refleja lo que de cíclico y repetitivo tiene la vida de tal forma que, incluso llega a convertirse, esa ha sido mi impresión, en repetitivo y monótono aunque no puedo negar que Julio Llamazares es un escritor consecuente que escribe sobre lo que siente, sin preocuparse porque el tema esté ya manido porque lo que le importa es trasmitir emociones.
– La vida se repite desde el principio mismo de la humanidad – palabras del autor, en una reciente entrevista con Juan Cruz para El País (13-04-2013). Las lágrimas de san Lorenzo es un monólogo-evocación, no necesariamente autobiográfico porque, como dice en esa misma entrevista – las novelas son vidas que no vivimos y que pudimos vivir-
Esta es la suerte del escritor y también de los lectores.
Las lágrimas de San Lorenzo, Julio Llamazares, Alfaguara 2013