La crisis que alimenta al pensamiento
Numerosas similitudes nos acercan históricamente al periodo en el que florece el taoísmo. Tras la muerte del rey You de Zhou en el año 771 a.C., se inaugura en China un largo espacio temporal (durará más de cinco siglos) de crisis política y social: la monarquía es persistentemente débil y el poder está fragmentado.
El sistema por el que se regía la China más antigua quedaba así colapsado. «El trauma de la crisis dejará una marca indeleble en la conciencia del chino: es el paradigma de inestabilidad, de peligro, de incertidumbre. En suma, el escenario de lo no deseable», nos explica el autor de Tao. Las enseñanzas del sabio oculto, J. M. Romero. Tales circunstancias, y el ánimo que provocaban, contrastaban con otros periodos de gran esplendor: las épocas doradas de los Zhou de Occidente, o los Han, que promovieron una realidad próspera, ordenada y sin sobresaltos.
Los hombres no consiguen vivir en paz y tranquilidad por cuatro motivos: el primero, la longevidad; el segundo, la fama; el tercero, el rango social; el cuarto, las riquezas. Estas cuatro cosas provocan el miedo a los espíritus y el miedo a los hombres, el temor al poderoso y el temor al castigo. A tales hombres se les puede llamar fugitivos de su propia naturaleza: pueden matarlos o pueden conservar la vida, pero su destino no les pertenece.
Liezi
Pero fue en el desarrollo de la crisis cuando emergió toda una miríada de pensadores que ofrecían «recetas para la salida de la misma: eruditos palaciegos, maestros privados, filósofos, chamanes, embaucadores varios». A este grupo se le conoce como las Cien Escuelas Filosóficas, y entre ellas encontramos las enseñanzas del Tao Te Ching, el Zhuangzi y el Liezi, los tres libros «canónicos» del taoísmo.
Sabios silenciosos
Si los seguidores de Confuncio pretendían crear un sistema ético-político-social organizado hasta el último detalle (no extraña que fuera el pensamiento predominante de aquella antigua China), por su parte, los taoístas preferían dedicar su tiempo a la contemplación a través de la guía de los llamados yinshi o sabios ocultos.
Lo que el hombre sabe es harto menos de lo que ignora; el tiempo de su existencia es harto más corto que el que precedió a su nacimiento; con algo tan sumamente pequeño, querer llegar al dominio de lo sumamente grande, por fuerza ha de llevarle a gran confusión y extravío.
Zhuangzi
J. M. Romero asegura que estos yinshi no pretendían ser santos, «ni fundar religión alguna. Se trata únicamente de un hombre que percibe, relaciona y, si se da el caso, emite. Así pues, su figura es más próxima al filósofo griego que al santo milagrero, y sus proposiciones están más basadas en la experiencia que en la fe».
La palabra yinshi significa literalmente «sabio oculto» en lengua china, y su única condición para poder ejercer su modo de vida era la libertad: no ser adscrito a ninguna corriente o grupo conocido, para de esta forma su pensamiento no quedara anclado a cánones fijos. Su aspiración es conseguir una percepción global del universo.
A confundirse con el canto de los pájaros, y en esa confusión con el canto de los pájaros alcanzar la fusión con el Cielo y la Tierra.
Zhuangzi
Los maestros taoístas nos invitan a conocer la utilidad de lo inútil, el valor del camino del Tao para dar respuesta a la grave crisis, que no podrá solucionar la hipocresía moral de otros sistemas o rituales (que sólo alimentan la superstición), ni la mera exaltación del estudio o las leyes, que está hecha como auténticas trampas. Al contrario, explica Romero, «el yinshi apela a percibir la vida con amplitud cósmica y, dentro de esta percepción, a atender especialmente a las emociones que surgen de nuestro interior más profundo».
Todos conocen la utilidad de lo útil, mas ignoran la utilidad de lo inútil.
Zhuangzi
Un libro para acercarnos al Tao
La obra que nos presenta Kairós supone un mirador lo suficientemente alto como para introducirnos, mediante el lenguaje claro y cercano de J. M. Romero, en las enseñanzas del Tao.
No hay crimen mayor que dejarse arrastrar por los deseos, no hay desgracia mayor que no saberse nunca satisfecho, no hay defecto más doloroso que la ambición.
Tao Te Ching, 46
Y es que los sabios yinshi nunca sintieron gran simpatía por el arte de la dialéctica: los oradores más brillantes no son más que embaucadores y tramposos. Para el taoísta, lo esencial es la conciencia permanente, la totalidad del mundo; así, renuncia a etiquetar la realidad -al contrario que los seguidores de Confucio-. La palabra no es más que una herramienta que sirve para expresar una idea evanescente: estaríamos equivocados si pensamos que podemos atrapar la -compleja y dinámica- realidad a través de ellas.
Las palabras son como las olas levantadas por el viento. Cuando se transmiten, unas veces procuran ganancia y otras causan pérdida. Las olas se levantan fácilmente, y fácilmente surge el peligro de que la ganancia se vuelva pérdida.
Zhuangzi