Por Rubén Romero Sánchez
«Las palabras constuyen la vida» (del cuento Travesía de la primavera)
Pepo Paz Saz es el conocido editor de Bartleby, una de las editoriales españolas con mejor catálogo de poesía. También es viajero y fotógrafo y perseguidor de estrellas, y su trabajo lo podemos admirar en los libros que publica con Anaya, cuyas imágenes son muchas veces asombrosas e impactantes.
Pero hoy Pepo Paz Saz nos ocupa porque es, además, un estupendo cuentista, como lo demuestran los dieciséis relatos que se incluyen en Las demás muertes, volumen publicado recientemente por Demipage. En estos cuentos, Pepo conforma un mosaico a través del cual surge la imagen de un pasado, a veces nostálgicamente idealizado, al que ya no se podrá volver nunca pero que nos ha conformado tal y como somos. Son cuentos en los que se huele la leña de los antiguos hogares, se siente en los huesos el frío seco de los inviernos de la infancia, duele el dolor de las despedidas inevitables; en muchos de ellos los protagonistas son niños, niños que deben empezar a enfrentarse con la tristeza del mundo, el abandono, las decisiones irrevocables o la responsabilidad por las propias acciones. En casi todos se intuye un mundo ya perdido: los antiguos pueblos de Canillejas y Alameda de Osuna, dibujados con un estilo cercano al de Delibes, a veces recorridos de perfil con un trazo de Aldecoa; los amigos de la infancia que no se vuelven a ver, el Lito, Fidel y Trampillas trasuntos de todos los Mochuelos que ha alumbrado la tierra; los abuelos, la vejez como garante de la sabiduría y el cariño, el lugar seguro. Hay, también, historias de gente anónima cuyas vidas se pierden en el tráfago de Madrid, gente a la que quizá nadie recordará (un mendigo bajo un puente), gente que nadie ha conocido nunca (los exilios que, como los afluentes, confluyen y se disgregan).
Algunos cuentos, también, son en cierta medida cortazarianos, juegos literarios, guiños cómplices entre el autor, el narrador y el lector. Y todo ello teñido de una ironía sabia, de un romanticismo desengañado, añorante de aquello que no se puede recuperar a la vez que sorprendido por aceptar el curso de la vida:
«Hay muchas cosas que convocan al sufrimiento colectivo, pero ninguna que concite tantas adhesiones como la angustia que provoca adivinar el abismo de la vuelta a lo cotidiano. Y la constatación de que no hemos cumplido ninguno de los planes previstos».
El lenguaje de Pepo Paz Saz es certero pero sencillo, poético y a la vez familiar. Y no se me ocurre nada mejor que decir de estos cuentos que constatar que se vuelve distinto de ellos: uno cree ser mejor tras haberlos leído, porque siente que su infancia también es un lugar mítico aunque, como todo lugar mítico, poblado de sombras, y cierra el libro e imagina la vida que llevarán ahora algunos de los personajes de estos relatos, algunos de los personajes que también somos nosotros.
Me gustaría copiar aquí el cuento Caballo de acero. Me gustaría que todo el mundo lo leyera una vez en su vida. Escribo tan solo un párrafo, y el resto es silencio:
«No entiende, pero juega y crece y olvida. Hasta que mucho después, más de media vida después, sentado en un escalón de piedra, mientras rumia soledades frente al telón de otra tarde de primavera, añora, ahora sí, la bicicleta con frenos de varilla y el robusto cuadro pintado de azul celeste que su abuelo carpintero reparó para él».
Las demás muertes, de Pepo Paz Saz. Publicado por Demipage, 2018, 157 páginas.