Las célebres órdenes de la noche, de Diego Sánchez Aguilar

Las célebres órdenes de la noche, de Diego Sánchez Aguilar

Por Rubén Romero Sánchez

La noche es un bosque que no termina, escribe Diego Sánchez Aguilar (Cartagena, 1974), mientras cuenta la historia del miedo de los hombres, del miedo a lo desconocido, del miedo terrible a ser nosotros mismos los extraños, los temidos. Todo, en esta historia, hablará de ruinas, de fragmentos. / Así ha de ser el reino de lo humano, carente de forma determinada a la que asirnos, a la que tomar medida.

Detalle de la portada

Mary Shelley escribió un trasunto de Prometeo que, de tan rico, creó en sí mismo un mito cuyas imágenes perdurables siempre serán las del Boris Karloff de James Whale. La niña, la muchacha que se pierde en el bosque condensa en sí no solo toda la inocencia sino también nuestra incapacidad de dar forma a la realidad. ¿Quién nos representa más que una criatura sin nombre, una criatura que simboliza la imposibilidad del lenguaje, de la comunicación, del nombrar? En unas horas amanecerá sin sentido. / Con dedos bruscos e indiferentes de cirujano, / la luz sacará, sin asco ni compasión, / lo que mis entrañas escondían / esperando que creciera como un nombre. Cuando leí el último poemario de Diego Sánchez Aguilar sentí que hablaba de todos nosotros, que todos éramos los niños huérfanos que vagamos inconscientes del peligro que se cierne sobre nosotros: la propia condena de haber nacido, la certeza única de la inevitabilidad de la muerte: Las madres enseñan entonces a sus hijos / a salir a la calle tapándose la cara, / a esconder bien su nombre, cosido por dentro del abrigo, / para que no lo alcancen los afilados dedos de la nada; y recordé aquella película de Jeunet y Caro, aquellos niños perdidos que eran secuestrados para robarles sus sueños, y me pregunté si los sueños no son sino nuestro torpe afán por derrotar al vacío;  también sentí que todos éramos el monstruo que anuncia el reino de la nada, pues todos tratamos de ser en la paradoja de una existencia absurda, juzgada culpable de antemano, y andamos a tientas por la oscuridad de los bosques, más como monstruos que como niños, más como carne muerta que se resiste a morir que como vida floreciente que aún conserva la esperanza, más como absurdos personajes que, como los de Thomas Bernhard en Corrección, anhelen immitar a Dios en su obra: O puede, Fritz, / que el abismo esté siempre, en todas partes, /esperando que levantemos la torre / que desvele la altura de su fondo.

Fotograma de «Frankenstein» (1931), de James Whale

Sánchez Aguilar toma como excusa la película Frankenstein de 1931 para describir al hombre-dios, la hormiga insensata y ridícula que es refugio de lo minúsculo, y conforma un poemario de aliento épico-bíblico en el que no existe redención para el que busca respuestas: Por eso puede el hombre ser dios, leyenda, amor, / cualquier cosa donde pueda habitar la nada. Y nosotros lectores, como apóstoles ciegos, seguimos su palabra que no es reconfortante: Llegará un día el don de la derrota, y mostramos sumisión a la noche, al bosque, a la pérdida de la inocencia: Intenta ponerle un nombre. / Inténtalo, / y se te caerá la lengua, / como caen las hojas sobre el barro. Y el doctor Frankenstein, el moderno Prometeo, el olvidado actor Colin Clive que, borracho, busca la verdad entre tanto derrumbe, nos guiará: Haz como el monstruo: / recorre los caminos del tiempo sin palabras.

Mira, Fritz, toca aquí: / a este hueco lo llaman alma. / A lo que cubre el hueco y le da forma, / lo llaman hombre. / Lo que queda fuera, / lo que la cicatriz esconde / y llena de estrellas el oído de la noche, / a eso lo llaman monstruo. / Y el monstruo anuncia el reino de la nada.

Libro triste y hermoso, como la vida.

 

Las célebres órdenes de la noche (2017), de Diego Sánchez Aguilar, publicado por Ediciones La Palma, 117 páginas.

Autor

Rubén Romero Sánchez (Madrid, 1978) es licenciado en Humanidades (2000) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (2002), y ha realizado cursos de Doctorado en Literatura Española. Ha publicado los poemarios La Luna lleva tu nombre tatuado (2001), Lo que importa (plaquette, 2002), El mal hombre (2012), Cuando los dioses no existían (plaquette, 2013) e Historia de la locura (2017), además de las novelas La tristeza (2014) y Ayer no fue la vida (2018), y ha sido recogido en diversas antologías de poesía y narrativa, como Vigilia Poética, del Centro de Poesía José Hierro (2003), Breviario de Relatos (2006), Antología del beso (2009), Ida y vuelta (2011) Voces del Extremo (2013) o Antología de poesía Netwriters (2014). Ha participado asimismo en el libro colectivo Vivir el cine: 120 películas que no podrás olvidar (2013), ha dirigido la sección de cine de la web cultural Culturamas, y ha sido presentador de las tertulias de cine de Periodista Digital TV. Escribe, además, en diversos periódicos y revistas sobre literatura, cine y ópera. Ha presentado numerosos actos culturales e impartido conferencias en la Academia de Cine, el Ateneo de Madrid, la Asociación de Escritores Españoles y diversas universidades. Ha sido editor en Ártese quien pueda Ediciones. Su obra ha sido traducida al árabe, ruso y portugués.

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