Por NACHO CABANA
Hace unas semanas comentábamos desde estas mismas páginas la enorme distancia existente entre el talento desplegado Jardiel, un escritor de ida y vuelta y la actualidad del texto en que se basa, Un marido de ida y vuelta.
El azar de los programadores ha querido que el espectáculo de Ernesto Caballero coincida en la cartelera del CDN con estas Brujas de Salem dirigidas por Andrés Lima y que se pueden ver en el Valle Inclán madrileño hasta el 5 de marzo. Pero con la obra de Arthur Miller ocurre justo lo contrario que con la del escritor español mencionado: este texto no puede ser más actual.
Las brujas de Salem fue escrita en 1952 y estrenada al año siguiente como respuesta de su autor a la persecución sufrida por parte del macartismo. La acción de la obra se basa en un hecho real ocurrido en una aldea de Massachusetts de 1692 donde se condenó a muerte a 19 mujeres acusándolas de brujería. Pero, como ocurre con los grandes textos que toman a la historia como argumento, no habla realmente de eso. Miller escribe acerca de cómo el único demonio real es el miedo, la ignorancia y el fanatismo cuando son utilizados por el poder para perpetuarse, someter a la población y enriquecerse. Tras las diatribas religiosas del gobernador Danforth no hay más que arrogancia y odio disfrazado de fe. Tras las acusaciones de brujería solo están las rencillas sentimentales, económicas y mundanas de una población encerrada en sí misma, desinformada, sin educar, sin recursos y sin futuro.
Exactamente lo mismo que estaba ocurriendo durante el macartismo o lo que había sucedido una década antes tras la guerra civil española cuando el nacionalcatolicismo alentó la delación en nombre de Jesucristo, la paz y el orden satanizando al bando perdedor con argumentos nacidos de asuntos tan privados como las infidelidades amorosas o las lides territoriales disputadas. O como está ocurriendo ahora mismo con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU.
El culpable de todos los males siempre será el distinto, el que no se parece a nosotros empezando por el color de la piel (la primera represaliada en Las brujas de Salem es la esclava negra de Barbados) y siguiendo con la nacionalidad o el nivel económico y la ideología. Despojar a los “rojos” de cualquier humanidad al igual que se hizo con los esclavos traídos de África o como se hace ahora con los refugiados e inmigrantes es la solución que ciudadanos y gobernantes como dios manda manejan para seguir utilizando el poder en su beneficio y en el de las empresas que los sostienen. Y si todo se sirve envuelto en una banderita o musicalizado con un cántico religioso, mejor.
Andrés Lima dirige con estas ideas en la cabeza su estremecedor montaje de Las brujas de Salem en el que quizás no hubieran sido, por obvios, necesarios los apartes al público que hace Lluís Homar o el breve fragmento en el que el texto original es reemplazado por un interrogatorio al propio Miller durante la Caza de Brujas. O bien, de haber seguido por ese camino, bien podría añadirse un final en el que Danforth apareciera caracterizado como el actual mandatario estadounidense mientras que el pañuelo negro que cubre la cabeza de las condenadas a la hoguera fuera reemplazado por un velo islámico. Excelente, en todo caso, la adaptación al castellano de Eduardo Mendoza.
La escenografía de Beatriz San Juan evita que los elementos decorativos se impongan o distorsionen (como suele suceder en las puestas en escenas con decorados clásicos, bien por exceso de presupuesto o carencia de éste) la palabra y su sentido aunque sobren las zapatillas deportivas que llevan las actrices (mejor hubieran ido descalzas). Fantástica la idea central de que los mismos actores vayan erigiendo los decorados sobre el escenario como hacían los antiguos colonos con sus casas.
Lluís Homar imprime personalidad y carácter a su personaje mientras que Nora Navas está sobrecogedora en su papel de Elisabeth Proctor. Pero las grandes sorpresas de la función son, sin duda, Marta Closas en el (permanentemente al filo) papel de Betty Parris y Borja Espinosa como Proctor. Este último (ganador del Mejor Actor en Independent Film Festival de Nueva York 2015 por El camí mes llarg per a tornar a casa de Sergi Pérez) comienza un tanto a medio gas su trabajo pero va agarrando presencia y desesperación según la función avanza hacia su final hasta ponerse a la altura de los dos ilustres cabeza de cartel. Más que bien Nausicaa Bonnín como Abigail Williams aunque a veces diga su texto con un tono demasiado cercano al de las chicas de extrarradio de hoy en día.
Excelente la música original de Jaume Manresa que huye del clasicismo así como la iluminación de Valentín Álvarez.
Un espectáculo y un texto que, afortunada y desgraciadamente, seguirá siendo de necesaria recuperación durante muchas generaciones y contextos.
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