Para saber de mujeres muertas, desafortunadamente, basta con abrir un periódico casi cualquier día de la semana, para sentir a las mujeres muertas por asesinato, tal vez, es mucho mejor si te llamas James Ellroy. A Ellroy le mataron a su madre cuando él tenía diez años y por ello, convertido en hombre y escritor, se dedicó a buscar un mundo en el cual, las mujeres están muchísimo mejor vivas y son todas sus novias y sus madres. Ginés Sánchez también se hace protector y amante de las mujeres en esta novela de muerte, de abuso sexual, (Cuando los dos hombres se ríen, o se dan la mano, o se palmean las espaldas, Cynthia se hunde más profundamente en aquel vacío, en aquella certeza estelar, en aquella sensación de vida truncada. Y se odia más, entonces) de maltrato, adoptando un papel tan machista que le otorga aún más valor al propio machismo. El hombre, en líneas generales, es un ser despreciable en esta novela, lo cual nos parece justo. Menudos zafios y groseros, gente mala.
La pauta estilística de la novela es homogénea y muy destacada, de igual manera, afectada, cruel e implacable, con cierta influencia del Roberto Bolaño de 2666 y Putas asesinas. De hecho, las mujeres y los hombres se llaman como le gustaba a Bolaño, Stella Valenzuela, Fabio Jara, Fernanda Salazar, Ezequiel Silva… con unos moldes bastante expresivos, tanto, que las páginas a menudo duelen y ahogan al lector. Unos moldes personales, plásticos y visuales, casi se puede oler la frescura de las muchachas, el aliento desagradable de los hombres y la sudoración de los muchachos malos, por tanto, todo el rato estamos viendo a fantoches y chicas maravillosas.
La cuestión, querida, es que ayer murieron cuatro mujeres solo en el área de Cheetah. Que ayer dos niños mataron a una niña aquí al lado, justo donde las vías. La cuestión es que la noche está regada con su sangre. Y su sangre reclama venganza. Y también miedo. El miedo de ellos.
Entretanto, Ginés Sánchez refleja en su escritura las dobleces del alma, los límites del sufrimiento, las cicatrices del rostro. Ocurren las tragedias que se sospechan entre tanta malicia y el autor analiza qué siente la familia y el entorno ante la muerte, sobre todo, qué sienten las mujeres en una novela donde la violencia se siente mucho más que se ejerce. No es por tanto una prosa de acción directa sino de continua presunción y conjetura, reaccionaria y lacerante. Si se sufre, pues hay vendetta, a las muertas no las van a devolver; pero se las pueden vengar.
Sin embargo, hay en los actos de Las Alegres numerosas novedades que los distinguen del terrorismo clásico. La principal de ellas es el grupo social en el que se pretende influir psicológicamente, que abarca a todo el género masculino. Es decir, Las Alegres no pretenden generar miedo ni en una clase política ni en una clase social ni en una determinada ideología. Ni siquiera en el total de la población. No, pretenden generar el terror en todos los hombres sin distinción alguna.
Las alegres es una novela sobre el deseo, desbocado y polimorfo, asqueroso, circundante a la muerte y a la violencia, pero a su vez es un libro de solidaridad y amistad. Detrás de las torturas, los asesinatos, las desapariciones y las almas negras, hay un deseo subyacente de ser libre y feliz. De rechazar absolutamente el maltrato, la violación y el asesinato, pues desgraciadamente, la realidad no deja espacio a la ficción, y eso es lo que ocurre en este libro, el abordaje de la realidad de una perspectiva poco usual, tan justa como atroz, tan distópica como vengadora.