Por NACHO CABANA.
Al igual que el teatro ha tomado el camino de hibridarse con el documental para dar lugar a obras como La Jauría de Jordi Casanovas en donde el artificio y la realidad se enriquecen mutuamente, un determinado cine experimental ha tomado un rumbo similar. Y en esta L´Alternativa que ahora llega a su ecuador hemos visto un par de muestras interesantes.
Lola Arias hizo un taller de teatro y cine en un centro penitenciario femenino de Buenos Aires, experimento que acabó dando lugar a una producción teatral, Los días afuera (vista en el último Grec), protagonizado por las propias presas que, en el momento de escribirse estas líneas, se encuentra representando en Berlín, dentro de una gira europea (obviamente, las reclusas ya han cumplido sus condenas).
Así mismo, aquel taller ha dado lugar a la película Reas igualmente dirigida por Arias (quien, por cierto, debería haber llevado el género neutro que utilizó en el Q&A de su película al título de esta) y que es una suerte de precuela de Los días afuera y el resultado es bastante sorprendente.
Arias retrata con cariño y respeto a los diferentes personajes de su película (especialmente a Yoseli, la prota, y a Nacho, el batería) al tiempo que inserta en el relato los pasados de estos (o al menos, los pasados que “elles” cuentan). Y hay números musicales, sí, pero no pretenden ser profesionales sacando su encanto precisamente de las equivocaciones durante las coreografías, los playbacks regularmente encajados, las escenografías de andar por casa…
Reas está rodada en una prisión abandonada en la capital argentina (Caseros), un centro de torturas durante la dictadura que ahora añoran los votantes de Milei, que no puede ser demolida al encontrarse rodeada de hospitales. Tampoco hay voluntad política alguna de ser transformada en un centro de memoria histórica, habiéndose convertido por tanto (y mientras no se venga abajo) en un inesperado plató.
El problema de Reas es que no hay nadie más que las protagonistas en ese reclusorio: ni un solo figurante (incluso las dos funcionarias son interpretadas por presas) por lo que al artificio de un musical amateur se le añade el desarrollarse un no-lugar. Ambos factores hacen que la propuesta se agote antes de tiempo (y eso que el film apenas dura 82 minutos) aunque queda, eso sí, una empatía por una marginalidad que no se deja doblegar.
También A nuestros amigos de Adrián Orr tiene su origen en una obra teatral. Orr tuvo un primero contacto con la española de origen cubano Sara Mesa cuando esta era aún una adolescente y se encontraba representado una obra teatral donde se ponía en escena (más o menos dramatizada) su vida y la de sus amigos. Orr rodó el montaje y decidió seguir a su protagonista y colegas en modo documental. Esto sucedió antes de la pandemia. Durante el confinamiento, se dio cuenta de que no le gustaban algunas de las cosas grabadas y decidió reproducirlas como ficción pero con los mismos protagonistas reales.
Este sistema continuó hasta el año pasado. Sara, su familia y amigos fueron creciendo, alejándose, madurando. Y Orr (con la colaboración de dos guionistas: Celso Giménez y Samuel M. Delgado) siguió grabando, reproduciendo, editando hasta confundirse en A nuestros amigos unas cosas con la otra.
El resultado es una interesante película que juega con las elipsis temporales de un verano a otro, donde todo parece adecuadamente auténtico; más interesante sabiendo cómo se ha hecho que si no… Y que encuentra en su penúltima secuencia un punto de llegada que da sentido a todo lo anterior (y además forma parte de la obra de teatro que la originó) y al que el epílogo (siendo coherente con la dicotomía realidad-ficción) perjudica ligeramente.