LA VUELTA DE NORA de Lucas Hnath.

LA  VUELTA DE NORA de Lucas Hnath.

Por NACHO CABANA

El título original de La vuelta de Nora es Casa de muñecas: segunda parte; toda una declaración de intenciones a la vez que una saludable desfachatez equivalente a cuando se añade la coletilla “El musical” a títulos como Menopausia o Canibal. Pero la obra de Lucas Hnath, estrenada en Broadway en 2017 con Laurie Metcalf en el papel principal, es un trabajo tan serio como riguroso y apasionante.

La hermana de Roseanne, estrenó la obra en Broadway.

Se trata, nada menos, de convertir lo que podría ser un estudio sobre el personaje central de la representadísima obra de Ibsen en un texto dramático que empieza conformando a una Nora acorde con los patrones del #MeToo y acaba convirtiéndose en un duelo dialéctico a cuatro bandas donde todos llevan a la vez la razón y no.

La obra comienza con la aparición de una Nora (Aitana Sánchez-Gijón) empoderada y segura de sí misma, con un relato muy coherente (y conveniente para ella) instalado en su cabeza. La primera secuencia con Anne Marie, la criada (María Isabel Díaz Lago) se centra en narrar lo que ha sido del personaje de la obra original tras su fuga de la casa familiar mientras en el subtexto el autor va dejando caer lo que la protagonista espera encontrar en lo que fue su hogar que no es otra cosa que un discurso complementario al suyo que le sirva para reforzarlo. Y parece que así va a ser durante toda la representación. La escenografía de Beatriz San Juan (responsable también del vestuario) y la dirección de Andrés Lima subrayan este planteamiento con un decorado en el que se ha forzado una perspectiva casi pictórica y que se mantiene aislado de todo en el centro de un escenario cubierto por cortinas negras. Por no haber, no hay (al menos en este primer acto) ni quiera puertas.

El aislamiento se mantiene en la primera escena con un Tolvald (magníficamente construido por Hnath como personaje ausente en tiempo récord) que huye de la realidad que tiene delante, que entra y sale por una ventana tras un magnífico y cinematográfico encuentro precedido de un valioso tiempo muerto. Todo parece indicar que el discurso de Hnath va a coincidir con el de Nora al tiempo que va diseñando las cañerías encargadas vertebrar el drama subsiguiente.

Pero en un momento dado, los telones negros que rodean el decorado se alzan, mostrando a éste en la mitad del escenario vacío (si éste fuera más grande que el del Teatro Bellas Artes, el efecto se multiplicaría) dejando ver a los lados los focos que hasta ese momento han iluminado la estancia central como si de luz natural se tratase y, sobre todo a Emmy (Elena Rivera), una de las hijas abandonadas por Nora quince años atrás al irse en busca de sí misma y su destino, sentada en el techo del decorado.

Es el primer punto de corte, la primera brecha en lo que la protagonista esperaba encontrarse; el segundo y definitivo será la primera conversación entre madre e hija que desencadenará una realidad desconocida para la heroína de Ibsen y que llevará a personajes a nuevos y excelentes conflictos que enfrentar y al espectador a justificados giros en el drama. Andrés Lima hace que Emmy, aún en el tejado, se despoje de las ropas de época que sí llevan los demás personajes para, antes de bajar a la arena, lucir ropas actuales. Dos soluciones escenográficas brillantes que llevan a primer término la modernidad de un texto que no es, ni de lejos, una secuela parásita de su referente.

Aitana Sánchez-Gijón pone al servicio de Nora su dominadora presencia (reforzada por unos altos zapatos de tacón) y su esforzada dicción que funcionan muy bien en la primera mitad pero juegan ligeramente a la contra cuando el texto comienza a dejar al personaje en entredicho.

Roberto Enríquez modula a lo alto la ira, la frustración, el machismo y la razón de Tolvald sin caer nunca en la sobreactuación ni minimizar tampoco emoción alguna. Un trabajo sensacional, tan físico como vocal, de un actor seguro y eficaz, al que en algunas anteriores ocasiones, le ha podido su dominio de la técnica.

El acento de María Isabel Díaz Lago no chirría (como si lo hacía el de la criada del recientemente comentado en estas páginas montaje de El jardín de los cerezos) porque la actriz se lleva un rol primordialmente instrumental a un terreno alejado del costumbrismo con que se suelen abordar este tipo de personajes. Contenida y emotiva a la vez, Lima subraya en esta Anne-Marie lo que de madre sustituta ha tenido en la vida de Emmy sin que se note explícitamente.

Finalmente, Lima vuelve a acertar al pedirle a Elena Rivera que interprete a la hija de Nora en un registro totalmente contemporáneo, contrastando así la imagen que de su hija Nora pensaba encontrar y cómo es ésta realmente.

La iluminación de Valentín Álvarez en el complemento discreto a un, de nuevo excelente, trabajo de Andrés Lima. Un director capaz de entender cada palabra del texto y traducirlo a un movimiento escénico, a un cambio escenográfico, a una mirada o a una luz verde tras el segundo portazo de Nora.

Autor

Escritor y guionista profesional desde 1993. Ha trabajado en éxitos televisivos como COLEGIO MAYOR, MÉDICO DE FAMILIA, COMPAÑEROS, POLICÍAS EN EL CORAZÓN DE LA CALLE, SIMULADORES, SMS y así hasta sumar más de 300 guiones. Así mismo ha escrito los largometrajes de ficción NO DEBES ESTAR AQUÍ (2002) de Jacobo Rispa, y PROYECTO DOS (2008) de Guillermo Groizard. Ha dirigido y producido el documental TRES CAÍDAS / LOCO FIGHTERS (2006) presentado en los festivales de Sitges, DocumentaMadrid, Fantasia Montreal, Cancún y exhibido en la Casa de América de Madrid. Ganó el premio Ciudad de Irún de cuento en castellano en 1993 con LOS QUE COMEN SOPA, el mismo premio de novela en castellano en el año 2003 con MOMENTOS ROBADOS y el L´H Confidencial de novela negra en 2014 con LA CHICA QUE LLEVABA UNA PISTOLA EN EL TANGA publicada por Roca Editorial. Acaba de publicar en México su nueva novela VERANO DE KALASHNIKOVS (Harper Collins). Su nueva serie, MATADERO, este año en Antena 3 y Amazon Prime.

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