Referirse a La voz hermana como una obra de teatro sobre transexualidad, implica, de alguna manera, asumir que este monólogo escrito y dirigido por Pablo Vilaboy, e interpretado por Alejandro Dorado, nos está hablando de una, y una sola, identidad de género. De un único camino. Una travesía llena de espinas, una ruta agotadora, un océano que no es azul ni rosa ni de ningún color. Luz, que no apaga la sed de un deseo, una necesidad de saber, de comprender, de creerse a sí misma y sentirse tal y como es. Es esto, quizá, aquello que anhela la protagonista de esta historia: Natalia. Su origen más aislado, y más legítimo, está allí en el escenario del Teatro de las Aguas de Madrid. Pero ese sendero que lleva a la plenitud de una mujer, no es solamente una confesión íntima, sino una revelación de algo tan intrínsecamente esencial e irrenunciable. Es un viaje hecho de etapas que están marcadas por insultos, intolerancia e ignorancia. Sin embargo este viacrucis de quien nació con el nombre, y el cuerpo de Luis, está a punto de llegar a su etapa final.
Natalia ha pasado demasiados años viendo su rostro reflejado en la cara de un hombre. Un varón que antes fue chico, luego gay y ahora ¿Qué?. La exigencia que tiene la sociedad de asignarnos un nombre, marcarnos con una etiqueta, no es casual. Es el precio de la no normalidad. Un coste que varía de un país a otro, de la capital a la provincia, de la ciudad al pueblo. Clasificados para que cada uno pueda tener una ubicación, en la geografía de un cierto orden, establecido por aquellos que evocan, como linaje legítimo e irrebatible, las características físicas de hombre (con pene) y mujer (con vulva). Es más, hay una escala de aceptación de las desigualdades de género (tal y como una parte de la población define algunas orientaciones sexuales). Parece que hay más tolerancia hacia los hombres gays. Las lesbianas ya se ven con cierta reticencia. Los bisexuales se mueven en ese terreno oculto, tanto a los homo como a los heterosexuales, y frecuentemente no son bienvenidos por éstos ni aquellos. ¿Y los transexuales?
La respuesta de Natalia se hace historia. La de un chaval de barrio que se enamora de otro chico “cien por cien masculino” (como se definen algunos gays) e inicia entre ellos algo parecido al amor. Un amor con la “A” de aventura, de amantes furtivos, de adoración sexual. Pero esa relación perdura hasta el momento en el que Luis deja de existir. A la par que el cambio de género se manifiesta, en los demás se da una mutación en la manera de entender y relacionarse con esa persona que ahora es distinta a como la habían conocido. Su familia argumenta que ¿por qué no le basta con ser gay? La aceptación de los demás hacia nosotros, los distintos, parece casi ser algo que les debemos de agradecer. Entiendo que cualquier cambio implica un esfuerzo, una adaptación. Sucede también dentro del proprio colectivo LGTB (una sigla que ahora está siendo revisada, incluyendo además las letras I y Q, es decir: Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales, Intersexuales, Queer). No es un proceso inmediato el hecho de asumir que alguien, identificado por unos rasgos, unas características físicas, una manera de hablar, ya no nos resulta familiar. Algo que cambia de repente y tenemos que hacernos a tantas variaciones.
Alejandro Dorado reacciona a estos cambios de una forma pausada pero continua. Una metamorfosis que se traduce en lenguaje escénico a través del vestuario. Cuando se presenta ante nosotros lleva una camiseta y pantalones largos. Luego Natalia se pone unos pendientes, que se convierten conceptualmente en la clave de bóveda para la construcción de un ser nuevo. Se da la vuelta hacia el público y declara: “me niego a fallarle a la Natalia que soy”. Con la fuerza de tantos años oscuros, que se sintetizan en el brillo condensado de un logro. Se percibe el esfuerzo y el dolor. Pero no el reproche. Ella es libre, aunque sea por un momento. El instante de la decisión. Su hermana la espera. No sabemos cómo la recibirá. Sin embargo ahora ya sabe cuál es la dirección a seguir. Los recuerdos caen por su propio peso y se levantan ligeros con el entusiasmo de la esperanza. Ahora lleva un vestido con un estampado de mariposas. La riqueza del simbolismo onírico de la mariposa representa la emancipación y la libertad. Simboliza la fuerza espiritual del alma.
Suena la canción “Nada de Nada” de Cecilia: “Nada de ti, nada de mi / Una brisa sin aire soy yo / nada de nadie”. Un folio blanco, mojado por lágrimas que son, a la vez, quebranto y júbilo. Al mismo tiempo tristeza del recuerdo y horizonte impoluto, diáfano.
Una sonrisa, que estuvo durante demasiado tiempo perdida en las profundidades del miedo, se apodera de Natalia. Me recuerda a los jóvenes transexuales que el pasado 31 de marzo celebraron el Día Internacional de la Visibilidad Trans, en la Plaza de Ópera de Madrid (concentración que organizó la Fundación Daniela). Vi en ellos, en su energía, en su vitalidad, algo inesperado. Probé una sensación de alegría fugaz. Porque sé que aún queda mucho por hacer. Dicen los activistas que la visibilidad es nuestra mayor fuerza. Digo yo, humildemente, que por supuesto lo es. Pero que también es fundamental seguir adelante en este camino que parece ser, a veces, una carrera de obstáculos. Y es precisamente gracias a espectáculos como éste, y a las salas de teatro que ponen a disposición sus espacios en pos de la igualdad, y ciertamente del arte que es, en este caso, su vehículo primordial, que podemos seguir dando esperanza a aquellos individuos que aún permanecen callados. A los que se les impide pronunciar unas palabras tan básicas, tan imprescindibles como “te quiero”.
![](https://revistatarantula.com/wp-content/uploads/2017/05/DIA-VISIBILIDAD-TRANS-retocado.jpg)
Imagen del Día Internacional de la Visibilidad Trans, concentración que organizó la Fundación Daniela, en la Plaza de Ópera de Madrid
La Voz hermana tendrá el próximo sábado 3 de junio a las 19:00h, en el Teatro de las Aguas (calle de las Aguas, 8 – La Latina – Madrid), su última representación. Pero éste no va a ser el desenlace de la historia de Natalia. De hecho habrá otros dos pases, los días 9 y 16 de junio a las 22:30h, en La Escalera de Jacob (calle Lavapiés, 9 – Madrid) y después, otra vez en el Teatro de las Aguas (en esta ocasión la obra ha sido seleccionada para la programación oficial de MADO 2017 – Madrid Orgullo). Aquí las funciones están programadas para el martes 27 y miércoles 28 de junio a las 21:00h. Encendemos pues nuestros ánimos y nuestros cuerpos para acoger este evento tan importante como aún imprescindible: el World Pride. Auspiciando que la cultura se mezcle con los colores y la heterogénea presencia de tantas personas, que acudirán a nuestra ciudad confiando en que siga siendo una verdadera capital de la tolerancia, del respeto y, por supuesto, de la alegría y la diversión.