“La vida de Adèle. Capítulos 1 y 2”, como se indica en los títulos de crédito. Esta joven de 16 años, al principio de la película, descubrirá el sexo y luego el amor, vivirá en pareja y luego caerá en desgracia ante sí misma para ir recuperando el pulso en la conclusión del segundo capítulo de su vida.
Adèle, papel que encarna Adèle Exarchopoulos, parece la prisionera de una cárcel panóptica, ese artefacto en el que cualquier posición que se pueda adoptar resulta visible a los vigilantes. Desde luego, una adolescente vive en grupo, y en familia. Su vida es gregaria. Sólo consigue liberarse momentáneamente durante las horas de sueño.
Así veremos a Adèle dormir en diversas posturas y estados del sueño para indicarnos que siempre es posible tener el sueño de ser libre. Es más difícil para las jóvenes agraciadas físicamente, como es su caso, objeto de la mirada generalizada y fiscalizadora.
Y para Adèle resulta fácil conciliar el sueño, es una chica sencilla pero no simple, como se viene a decir en cierto momento a propósito de unos spaghetti elaborados en ese estilo por el padre de la chica.
Adèle frecuenta el liceo Pasteur donde es de lectura obligatoria, en la Secundaria francesa, “La vie de Marianne” de Marivaux, autor clásico que encandila a la protagonista al ponerse en la piel de una mujer, describiendo sus sentimientos amorosos.
Lectura muy apropiada para adolescentes que exploran su nueva dimensión afectiva. Aunque se tengan que confrontar con “Las relaciones peligrosas” de otro clásico, Choderlos de Laclos, en mixtura difícilmente digerible.
De este modo, tan literario, queda sentenciado el fracaso de la primera experiencia sexual real de la vida de Adèle con un compañero de juegos un año más joven que ella. En concatenación nada casual (“no hay casualidades”), Adèle descubrirá y tendrá en libérrimo sueño su primera experiencia sexual, aunque virtual, con Emma, interpretada por Léa Seydoux, con la que apenas ha cruzado una mirada, esa mañana.
Emma, la chica del pelo azul, estudia 4º de Bellas Artes, es pintora y tiene ambiciones y ya un cierto bagaje vital y amoroso. Pronto sabrá encauzar la torpeza de la muy joven Adèle en la dirección que mejor le conviene. Y serán amantes.
Según parece las escenas de sexo explícito provocaron controversia entre público y crítica a la hora de otorgar a la película la Palma de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cannes 2013.
El sexo que se nos muestra es descarnado y atroz en expresión ambivalente. Porque descarga sobre el espectador las tensiones invisibles pero no menos vívidas que tejen en el telar de las funciones sociales de proximidad unas relaciones homosexuales, lésbicas en este caso.
Adèle es una chica de “todo o nada”, y se dará plenamente a Emma mientras dura la bonanza de su relación. Tiene buen apetito, “come de todo, a todas horas”, como dice en un momento dado.
Y se convertirá en una mujer antropófaga de sí misma, hasta reducirse a la nada cuando Emma, la dominante Emma, decida poner fin a su relación. Aprovechando que Lise, Mona Walravens, pasaba por allí.
Película con tintes intelectuales, y hasta filosóficos, en las discusiones que mantienen sus personajes, en particular sobre el sentido del sexo y el amor para hombres y para mujeres, borda como quien no quiere la cosa una historia de amor-límite de un sólo pasajero del barco de la vida, la cálida y nada intelectual Adèle.
Libre adaptación del cómic “Le bleu est une couleur chaude” (El azul es un color cálido), de Julie Maroh, el director Abdellatif Kechiche rodó con mano de hierro una película que contiene, bien encauzado, el río de la vida, de una vida particular.
Hay una bonita escena, casi con ribetes de estampa japonesa, en que Adèle duerme, recostada en un banco del parque, mientras el suave viento desgrana pétalos del árbol que la cubre. Está esperando y es libre, dormida, como su vida que irá pasando de edad en edad en sucesivos capítulos de esta historia que no nos han contado todavía.
Una serena brisa recorre esta película incluso cuando nos lleva hasta el borde de la desesperación. Pero nos salva, y salva a Adèle aún a costa de madurar, embutida en su cálido vestido azul, cuando se aleja con paso calmo al concluir el film.
La vida de Adéle, de Abdellatif Kechiche, se estrenó en España el 25 de octubre de 2013.
Estoy en general de acuerdo en todo lo que plantean las lesbianas indignadas con esta película y también me rebelo contra la hipocresía y la imbecilidad de los críticos y festivales correspondientes. El sexo en el cine me parece un tema de lo más interesante porque muchas veces actúa como un reclamo morboso en si mismo que se desconecta del relato en el que está inserto. Desde luego la película que nos ocupa es un ejemplo claro de este efecto, y entiendo por ello la ira que ha provocado.
La cuestión es: ¿es lícito mostrar sexo actuado en un relato? Yo pienso que sí, claro. Pero también es cierto que el carácter claramente perturbador de la visión de personas, aunque sea fingido, practicando sexo muchas veces no complementa la narración sino que ejerce como elemento distorsionante. Y, por supuesto, en “La vida de Adele” esto está llevado al extremo porque realmente las actrices están representando su sexo de una forma tan expícita que cuesta trabajo decantarse por si es sexo fingido o real. Para un espectador masculino heterosexual este momento claramente se desconecta del relato porque la excitación de ver esta fantasía es lo único que importa en ese momento. Y es normal que sea así. Lo lamentable es que el director y los críticos alabadores sean tan cínicos e hipócritas para hacer pasar este elemento determinante de la película como un hermoso complemento y no como un reclamo morboso, y por ende, comercial.
Si quiero ver sexo, veo porno. Pero no me vendas cine con algo demasiado parecido al porno porque somos todos mayores y me estás tomando por tonto.