La verdad de las mentiras: El hecho teatral como acto comunicativo

La verdad de las mentiras:  El hecho teatral como acto comunicativo

 El teatro, como cualquier otra manifestación artística, se nutre de la vida, la recrea, la tritura, la moldea, la trasmuta y nos la devuelve en forma de palabras, en diálogos en los que los auténticos protagonistas son la emoción y el sentimiento. Un acto comunicativo donde el emisor y el receptor comparten mucho más que un código que convierte la información en comunicación,  mucho más que un lenguaje que lo hace inteligible, mucho más que un deseo de entenderse, mucho más que la transmisión de un conocimiento. Porque el teatro, y más concretamente el hecho teatral –entendido como la representación de un texto dramático- no es sólo una forma de comunicarse con el receptor, es también una manera de provocarle, de incitarle a participar, a implicarse, y no sólo como mero espectador, sino como la incógnita de una ecuación que no podría resolverse sin su presencia, el catalizador que posibilita que se desarrolle la magia de lo intangible.

A diferencia de otros actos comunicativos, el hecho teatral no existiría sin “el otro”. La literatura, el cine, la prensa, la pintura, o cualquier manifestación artística, no perderían su sentido si no existiera el receptor del mensaje, el libro -incluido el texto dramático- seguiría en las bibliotecas o en las librerías, la prensa en los quioscos o en las hemerotecas, y los cuadros en las exposiciones o en los museos, a las espera de unos ojos que le den el punto final a la obra. Pero el hecho teatral necesita la presencia del receptor para que el mensaje cobre vida, para que, al igual que los actores, el público lo haga suyo, la interiorice y lo interprete. Es más, el hecho teatral es efímero, único e irrepetible, no hay dos funciones iguales. Aunque se represente una y otra vez el mismo texto, con el mismo proyecto de montaje, los mismos actores y el mismo público, cada una de las funciones será diferente, y es ahí donde radica la gran verdad del teatro. Y no sólo eso, la mejor obra del mejor dramaturgo, mal interpretada, o mal dirigida, se puede convertir en el peor hecho teatral, en el más pobre, en el más plano, en un acto vacío en el que desaparece cualquier atisbo de magia.

Dice Vargas Llosa (1), en el libro cuyo título he tomado prestado como titular de este artículo, que las novelas mienten y que no pueden hacer otra cosa, pero que ésa es sólo una parte de la historia. La otra, es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad que sólo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es. Dicho así, continúa el premio Nóbel, esto tiene el semblante de un galimatías, pero, en realidad, se trata de algo muy sencillo. No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo. Toda buena novela dice la verdad y toda mala miente. La literatura es el reino por excelencia de la ambigüedad. Sus verdades son siempre subjetivas, verdades a medias, relativas, verdades literarias que con frecuencia constituyen inexactitudes flagrantes o mentiras históricas. Sin embargo, en los engaños de la literatura no hay ningún engaño. Cuando abrimos un libro de ficción, acomodamos nuestro ánimo para asistir a una representación en la que sabemos muy bien que nuestras lágrimas o nuestros bostezos dependerán exclusivamente de la buena o mala brujería del narrador para hacernos vivir como verdades sus mentiras y no su capacidad para reproducir fidedignamente lo vivido.

En el texto citado, Vargas Llosa se refiere fundamentalmente a la novela, pero si lo aplicamos al teatro, o más concretamente al hecho teatral, las palabras del escritor se muestran aún más certeras. Porque cuando nos sentamos en las butacas de un teatro, no sólo acomodamos nuestro ánimo a la habilidad del autor para engañarnos, sino que aceptamos la convención de que lo que vamos a presenciar no se corresponde con la realidad y, por lo tanto, no vamos a exigirle que sea verdadero, ni siquiera que nos cuente una historia verosímil, sino que sea capaz de transmitirnos las emociones y los sentimientos que hacen del teatro una mentira convertida en verdad.


(1) Vargas Llosa, Mario: La verdad de las mentiras. Madrid: Alfaguara, 2002. Pp. 16 y ss.

Cartel de la función "Sí, vale, vale, chao", de Inma Chacón, autora de este artículo, que actualmente se representa en Madrid en La Nao 8 Teatro, con gran éxito.

Cartel de la función «Sí, vale, vale, chao», de Inma Chacón, autora de este artículo, que actualmente se representa en Madrid en La Nao 8 Teatro, con gran éxito.

El texto de Inma Chacón, junto a tres monólogos del repertorio de Las Veneno, se representa todos los viernes a las 20.00 con éxito en La Nao 8, con dirección de Gracia Olayo y Sole Olayo e interpretada por Clara Berzosa, Alicia Pérez-Lescure y Miren Nogales. Coreografía de (Preposiciones indecentes) Las Veneno / Música: Mariano Marin / Luz y sonido: Jorge Jimenez / Fotografía: Joseba Osés

La Nao 8 Teatro  C/Nao, 8    Metro Callao

Todos los viernes a las 20:00 h.  Teléfonos de reservas: 910804436 y 640740767

Autor

Inma Chacón, es escritora, profesora en la Universidad Rey Juan Carlos y autora de Sí, vale, vale, chao

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