La traición de los editores

La traición de los editores

Tengo la suerte de dedicarme profesionalmente a la edición de libros. Además, y de vez en cuando, también los escribo, aunque estoy menos capacitado para ello que para llevar a cabo la propia labor de edición. Dar con nuevos autores y temas que interesen a los lectores contemporáneos, rescatar obras perdidas en un incomprensible olvido o traducir tesoros literarios que aún no se han volcado a nuestro idioma son algunas de las labores principales del editor. Pero, desde luego, no las únicas.

Por suerte o por desgracia -más bien lo primero que lo segundo, aunque es un asunto para discutir-, el complejo universo de la cultura se halla envuelto en un halo de casi majestuosidad que en ocasiones impide -sobre todo por parte del gran público- su anclado al suelo firme de los fenómenos mundanos. Y añadiría: a los más mundanos de todos. El editor ha de bregar también con el final de mes, con las temidas liquidaciones -que muchas veces no permiten más que obtener un tenue optimismo, suficiente para continuar editando a duras penas- y su trabajo, en líneas generales, se encuentra rodeado por un papeleo (contratos con distribuidores, autores y traductores, subvenciones, etc.) cuya existencia muy pocos pueden imaginar.

El problema, aquí, reside en ese contraste entre lo etéreo de la cultura y el mundo, como tal, de los hechos más insultantes (sobrevivir, a fin de cuentas). Hay quien imagina que los libros son un puro hobby para todo el que, de una u otra manera, se dedica a ellos. Pero si los lectores supieran que, en líneas generales, el universo libresco se reparte en una línea productiva muy poco rentable para el editor y para el escritor, caería en la cuenta muy pronto de que ese «hobby» puede convertirse muy pronto, y peligrosamente, en una magnífica manera de arruinarse… 

La obra que hoy os presento, editada por Trama y cuya lectura recomiendo a cualquier editor e interesado en la tarea de edición, explica -a través de un discurso descriptivo repleto de ironía y duras acusaciones- en qué se ha convertido en la actualidad la labor del editor. O al menos, parte de ella.

El autor de La traición de los editores, Thierry Discepolo, es actualmente director editorial de Agone (empresa fundada en 1998), y su tesis es bien clara: el mercado actual de los libros, como tantos otros mercados, se ha supeditado definitiva y exclusivamente al imperio del capitalismo, lo que ha dado como resultado una sobreproducción imposible de acoger por el público. Las palabras de Discepolo resultan clarividentes:

En particular, la sobreproducción es en sí un instrumento de ocupación del terreno: la superficie de metros cuadrados de expositores y en metros lineales de estanterías está limitada. Así, los libros se empujan los unos a los otros de publicación en publicación, y el productor más importante pone todos los medios a su alcance para hacer menos visibles a sus competidores.

Este dato, desde luego, hace pensar inmediatamente en un dato que a nadie se le escapa: es imposible que la demanda de libros pueda hacer frente a la oferta editorial. En una palabra: se editan -y publican- muchos más libros de los que el mercado puede absorber (es significativo, a este respecto, el auge de librerías de viejo y libro de ocasión, donde se intenta paliar esta merma -que es, en realidad, todo lo contrario-).

Uno de los mayores inconvenientes de que la edición quede subordinada al capital es que, claro, todo depende de la capacidad de financiación de las casas editoriales. Y en esto, las grandes siempre ganan: cuanto mayor es el grupo en cuestión, más importantes y abundantes serán los medios de que dispone. Cada semana, incluso cada día, las mesas de las librerías (no sólo las grandes superficies, sino también los pequeñas locales de barrio) se llenan con decenas de novedades editoriales que quedan apiladas a la espera de un nuevo comprador-lector: si la novedad corresponde a una gran editorial, muy cerca contará con un gran cartel que le indique el atractivo de la obra, o incluso la alfombra de entrada al establecimiento anunciará ya su título; si pertenece por el contrario a una pequeña editorial independiente -de escasos medios-, es probable que el potencial lector ni siquiera repare en ella por motivos que huelga mencionar.

A juicio de Discepolo, por eso mismo,

La sobreproducción es también la base de una alianza entre medios de comunicación y edición que proporciona un continuo flujo de amnesia y distracción, necesarios para mantener a la sociedad en un estado de consumo máximo para vivir. En las librerías, como en todas partes, la sobreproducción perpetúa la «tiranía de la novedad», favoreciendo libros de factura y venta rápidas que no sólo se quitan el sitio los unos a los otros, sino sobre todo a los libros más exigentes.

Como puede pensarse, estos últimos libros de más alta «exigencia» no son los que mejor ni más rápido se venden, pues en numerosas ocasiones demandan por parte del lector ciertas competencias y, sobre todo, tiempo para reflexionar sobre su contenido. Pero al final lo que cuenta, por mucho que nos queramos engañar, son las cuentas a fin de mes: y aquí, el librero, tiene mucho poder en su mano, pues -como puede parecer natural- mostrará a los lectores el material que, a su juicio, puede venderse mejor.

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Siempre, hay que decirlo, existen excepciones, aunque sí me atrevo aquí a hacer un juicio propio: es necesaria una mayor alianza entre pequeñas librerías y pequeñas editoriales. No hay motivo para acabar con el imperio de las grandes editoriales (quizás Discepolo sí piensa de esta manera), pero sí hacer más fuerte la -¿inexistente, escasa, insuficiente?- alianza necesaria entre quienes potencian el mercado editorial de calidad, y hacer, a veces, oídos sordos a quien sólo pretender llenar estanterías, mesas y anaqueles para rentabilizar los huecos que abre, precisamente, la sobreproducción editorial. Discepolo explica también por qué las pequeñas librerías se ven a veces en serios aprietos:

Como se puede imaginar, las condiciones comerciales que un representante [un comercial] exige a una librería (es decir, su descuento) dependen del volumen de su pedido. Se comprende enseguida que un librero obtendrá mejores descuentos sobre la totalidad de los catálogos representados por un grupo, si acepta la (super)producción comercial y mediática de la que se compone la mayoría de ellos. Asimismo, a mayor superficie de librería mayor será el volumen de ventas, que le permitirá negociar los mejores descuentos, incluidos los de los libros menos comerciales. Es un tipo de negociación que no se puede permitir la mayoría de pequeñas librerías que limitan sus pedidos a los títulos exigentes, y que si no venden lo suficiente serán penalizadas con un menor descuento.

Discepolo concluye así que, de este modo, «los grandes grupos favorecen un mundo de socios económicos y sociales a su medida», y por eso, como comentaba más arriba, puede parecer «natural» que el librero se haga con las novedades que, cree, mejor va a vender, pero la realidad es que aquellos imperios editoriales son los que obligan a que las pequeñas librerías queden convertidas en casi sucursales de venta de sus libros.

Esta reseña, aunque se ha alargado más de la cuenta, es sólo un aperitivo. El libro de Thierry Discepolo abrirá los ojos (no sin recibir alguna necesaria colleja) a todo lector interesado en el funcionamiento del mundo editorial. Quizás tras su examen cambien tus hábitos de lectura…

Autor

Licenciado en Filosofía, Máster en Estudios Avanzados en Filosofía y Máster en Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. Editor y periodista especializado. Twitter: @Aspirar_al_uno

4 comments

  • Se da por sentado en este artículo que la única forma de vender libros es ocupar metros en el lineal de las librerías…

    Sí que hay un grupo de compradores que entra, mira cual es el libro más destacado de la librería y lo compra, pero se olvidan las recomendaciones boca-oreja, los blogs literarios y portales culturales, las personas que ya conocen otros libros del autor, el «vagabundeo» por la librería que se realiza habitualmente…

    Decir que los problemas de las pequeñas editoriales se limitan al espacio que ocupan los libros en las librerías, en mi opinión, es demasiado reduccionista.

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  • ¡que mundo maravilloso y lejano éste de la literatura! los que nos quedamos en el camino, porque la vida no fue lo dadivosa que hubiera debido, no nos da una sola oportunidad de despuntar el vicio de escribir, más que para sí mismo… Nada hay tan difícil como llegar a vuestro mundo, sólo es de ustedes, se los digo, pues, para que lo notéis, para que lo valoren todos aquellos que están en él…

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