La emoción atraviesa planos en diversos ángulos hasta llegar a tocar a la persona a quien se dirige. Primero tiene que atravesar toda la encarnadura de nuestra propia subjetividad, después traspone la suprasubjetividad de la colmena social en que estamos inscritos y finalmente vuelve a alcanzarnos sin que sepamos bien si ha dado en el blanco.
Tenemos tres planos inter e intra subjetivos. El yo subjetivo de la modernidad, que se supone es el que nos constituye. El yo suprasubjetivo de la colmena que habitamos -cuyo emblema son las redes sociales- del que somos una pequeña brizna. Y el espejo que se alza entre ambos yoes pero que en realidad contrapone yo subjetivo y la imagen del yo que nos habita.
Nuestra mirada se alza hacia ese espejo y cae derramada sobre nosotros mismos transformada en imagen del yo, lo que constituye un juego narcisista. Esa mirada derramada desde una cierta altura y que nos alcanza de vuelta, es la encarnación de nuestra emoción.
No sabemos bien de donde viene y parece que provenga de varios lugares distintos a la vez, al derramarse sobre nosotros. Nos confunde y nos aturde, nos cortocircuita obligándonos por un instante a mirar de soslayo, como si no fuéramos nosotros mismos. Y ese instante es el que refleja yo subjetivo y yo supraobjetivo o yo de la colmena.
Nuestro narcisismo es la piedra de toque que permite la interconexión de ambos yoes. Ello es así puesto que vivimos una etapa de transición entre el yo de la modernidad y el yo del insecto social, miembro de la colmena. Las estructuras del futuro están constituidas, bien fundadas, pero su funcionamiento requiere de este ardid, por el momento.
El narcisista de nuestra época se caracteriza porque está enamorado del amor, no del amado. Es un sujeto que se expresa en términos generales, universales, puesto que está extrañado de sí mismo, de su subjetividad. Llega al amor sin pasar por el amado, que ni siquiera es él mismo, al enviar un quantum de emoción al espacio ignoto de nuestra nueva posición en el mundo.
De este modo puede enamorarse de otro, desconociendo casi todo de esa persona, conociendo sólo su propia mirada, que es primaria e inadvertida. Es como si todo se diera de suyo, sin saber muy bien por qué ni cómo suceden las cosas en el orden amoroso, pero también en el orden del conocimiento en general.
Es un sujeto emocional en grado sumo, pues la emoción es el medio de comunicación que le permite situarse, por un instante, y poner pie sinceramente en su desconcierto. La forma de su emoción es primordialmente racional, al jugar con universales en un proceso intuitivo, del que desconoce las reglas y los métodos.
Ello da lugar a una apariencia de sólida estabilidad social y colectiva, a pesar de los vaivenes circunstanciales en que se vea inmerso. Pero esa solidez es el producto del estupor ante su situación real en el mundo.
Personalidad tripartita sucesiva que avanza de uno a otro plano integrando porciones de la realidad y de sí misma, la personalidad post-moderna se mueve entre inseguridades.