La contemplación requiere esfuerzo de concentración mientras que la acción requiere de esfuerzo expansivo. En conjunto, son la acción-reacción del pistón que mueve la vida.
Si sosiegas tu alma, tu cuerpo seguirá, si sosiegas tu cuerpo, tu alma te perseguirá.
La vida del contemplativo está plagada de sobresaltos, pequeños acontecimientos telúricos que le impiden contemplar.
La vida del activo hormiguea de vacíos y calma chicha que le impiden la acción.
En valores absolutos, la vocación del uno es la realidad del otro.
El sosiego es el camino de la paz, tanto como el cuerpo es el camino del alimento y del espíritu, la parada y fonda de la sal de la vida.
Contempla y tiene fe quien ha sabido sublimar su tendencia innata a la pasividad, en cambio actúa y disiente quien sigue su tendencia natural a la actividad.
Pero únicamente logra convencer y comprender quien sabe padecer pasivamente -valga la redundancia- su actividad, al tiempo que la hace padecer al mundo y a los demás.
En silencio.
El silencio es el puñal que mata todos los corazones, pero ten cuidado al empuñarlo porque su uso exagerado te hará mudo.
Y su corolario:
Para el vulgo, el silencio es la mejor de todas las respuestas con excepción de todas las demás. Para el sabio, el silencio es la peor de las respuestas con excepción de todas las demás.
Siempre, el sosiego es la paz merecida que sobreviene al espíritu cuando el cuerpo es invitado a ir de paseo. Pero esos campos de flores esmaltadas que pisa no son sino alfombras de pensamientos sensibles.
Y están veteados de nudos de dolor ordenados según un dibujo que recuerda mucho a lo mejor de uno mismo.
La serenidad es el arma con que nos batimos en duelo contra la eternidad, para tener alguna oportunidad de ser alcanzados por ella.
La serenidad es el punto de partida para ir en busca del conocimiento del alma, y algunas veces, cuando el alma es más sintiente, el punto de llegada.
La serenidad implica quietud absoluta, porque todo el universo se precipita en torno a ella.
Serenidad es llegar a oír el graznido del cisne, cuando los demás sólo te ven como un cisne que bate las alas en medio de un lago plácido.



