La profesora Alicia Redondo me dio clase de la asignatura «Literatura y mujeres» dentro del Máster de Estudios Literarios de la Complutense. Éramos alrededor de 15 alumnos, en realidad 14 alumnas y yo. Recientemente he releído uno de sus libros, «Mujeres y narrativa».
Es un libro donde se mezcla la teoría literaria con la crítica feminista, con la intención de destacar la idea de que las mujeres escriben de una determinada forma, distinta de los hombres. El canon literario occidental -cuyo arranque podemos situar, con matices, en la época de Cervantes y Shakespeare, y que tan bien ha sintetizado Bloom-, empieza a resquebrajarse con la llegada de la posmodernidad, de la crítica deconstructivista y los estudios culturales en general. El canon habla de escritores blancos, burgueses y heterosexuales.
Por eso escribe Redondo que son necesarias otras miradas que se sumen a la habitual, como la feminista, así como la consideración de la clase social y el lugar geográfico de origen de los autores, razas, religiones y culturas.
La epistemología de este siglo XXI reclama lo mestizo, la mezcla, una mirada que vea el mundo de otra manera, donde mil millones de personas viven (o malviven) al borde del precipicio de la indigencia. Esa mirada también pueden hacerla las mujeres, lo que animaría a muchos hombres a seguir sus pasos, algo que yo, como hombre, blanco y heterosexual, aplaudo con entusiasmo.
Se trata de empezar a mirar el mundo en femenino. Ya no estamos ante el feminismo de la “igualdad”, que podría defender alguien como Simone de Beauvoir en los años cincuenta, sino ante el de la “diferencia”.
Redondo señala tres elementos distintivos entre los sexos:
- Sexuales o fisiológicos.
- Sociales o de género.
- De querencia o de voluntad (de querer ser mujer).
Tales aspectos se pueden ponderar al 33%, pero este hecho no es el más importante. Lo más lógico sería hablar de tres géneros: masculino, femenino y ambiguo (en el último caso cuando no coinciden sexo, género y querencia).
La autora recoge ideas de su propia trayectoria vital y se fija en los tres aspectos capitales del tantrismo a la hora de referirse al ser humano: el cuerpo como pensamiento, la boca para la relación social y el corazón-sexo para los sentimientos-deseos. “Hablo, pienso, amo y actúo luego existo”, escribió Santa Teresa, y Redondo asume como regla intelectual incluso mejor que la realizada por Descartes. Para ello repasa la vida y obra de algunas de las escritoras más célebres de nuestra literatura, desde Teresa de Cartagena, Teresa de Jesús y María de Zayas (la parte dedicada a esta escritora contemporánea de Cervantes es de lo más conseguido de todo el libro) a las escritoras más recientes. Y lo hace aplicando las enseñanzas de las escritoras feministas de la primera época: Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Doris Lessing, Mercé Rodoreda y las teóricas feministas más importantes.
Ella prefiere hablar de dos sexos, tres géneros y cuatro lenguajes, y centra sus argumentos en la película “Hable con ella”, de Pedro Almodóvar, algo en lo que no voy a entrar aquí, a pesar de que considero que es la mejor película del director. Acto seguido analiza con detalle los dos tipos de feminismo ya comentados: el de la “igualdad” y el de la “diferencia”. Comparto la opinión de la autora en el sentido de que el que más nos interesa considerar a estas alturas es el segundo, aunque el primero haya sido necesario como paso previo para fijar el otro. El feminismo de la “igualdad” ha conseguido grandes cosas como oposición al machismo dominante durante el siglo XX, y al final ha tomado el testigo el feminismo de la “diferencia” justo cuando la mujer ha asumido que es, precisamente, mujer.
La mujer ha logrado muchas cosas en pos de la igualdad, aunque aún quedan otras por conseguir. Esto no es óbice para asumir que a la vez que se logra la igualdad de derechos, de imaginarios, de deberes y necesidades…, también es preciso buscar la especificidad de la mujer por el simple hecho de ser mujer, con las típicas marcas femeninas, por ejemplo, en la propia literatura, algo que pueden compartir algunos escritores masculinos con una tendencia femenina en su forma de ser, no sólo sexual. Nos encontraríamos ante casos como Wilde, Proust o el mismo James Joyce.
Lo que es inadmisible (algo que comparto plenamente con Alicia Redondo) es que se sigan haciendo “cánones literarios” iletrados, donde se margina a la mujer, pero también a otras minorías por motivos geográficos, raciales o de simple desconocimiento. El canon literario no puede seguir siendo de blancos, burgueses, heterosexuales…, por supuesto, pero para cambiarlo necesitamos que aumente la cultura de los que teóricamente son más cultos. Es necesario fijar un canon literario con más inteligencia emocional y menos racional, con más miradas y marcas femeninas, y menos machismo teñido de humanismo. Aunque quizá lo que habría que hacer es dejarnos de cánones literarios, ni masculinos ni femeninos.
El estudio de Redondo incorpora la «poética del imaginario» a la literatura femenina, que en su visión teórica tanto debe a los análisis de Durand, Bachelard y otros. En el caso del primero, es indudable que su estudio sobre la antropología de lo imaginario supone un paso aclaratorio y válido dentro del paradigma antropológico que analiza la ficción literaria (junto a otros como el mimético, el sintáctico -retórico estilístico-, el semántico constructivista y el pragmático, por citar los más conocidos).
Se puede hablar de miradas distintas entre el hombre y la mujer. En este sentido, la mirada masculina puede ser considerada vertical, hacia arriba, mientras que la mirada femenina, que también es vertical (pero de descenso), se dirige hacia adentro. Lo interesante es que esta última interpretación también podría formularse con coordenadas espacio-temporales de tipo horizontal, que definen mejor a la mujer escritora. La mujer mira hacia dentro, pero también hacia los lados, porque lo que necesita es una expansión afectiva hacia los demás, la familia, los amigos, todas esas cosas que se pueden tocar con las yemas de los dedos y con los dedos del alma.
Esta formulación, en mi opinión, es complementaria a la de Durand. La posición de la mujer no tiene por qué ser siempre realizada a partir de la del hombre, que posee una espacialidad definida, de régimen diurno y estructura antitética, con un espacio que se expresa en términos de verticalidad y unos arquetipos que anteponen la idea de “arriba” con la de “abajo”. En esta consideración, lo bueno es diurno, el sol, ya que se trata de trepar, ascender, subir, y lo femenino es lo nocturno, lo lunático, lo místico, con movimientos descendentes y de fusión.
Se observa que las imágenes se elaboran de forma antitética, dual, lo que no deja de ser una visión extrema de la realidad.
Si dejamos fuera esta brillante interpretación de Durand, que opone claramente al hombre y la mujer, podemos contemplar la que defiende Redondo, y yo comparto. La posición de la mujer es más horizontal que vertical, ya que con esa posición está definida en su verdadera esencia femenina. El universo simbólico espacial femenino no es ni superior ni inferior al del hombre, sino que puede ser considerado igualitario y fraternal. Estaríamos ante los “pasillos y el vivir en comunión” de la propia autora, que María Zambrano denomina “caminos” y Milagros Rivera “el espacio en relación”, lo que da pábulo a los movimientos espaciales de relación eminentemente femeninos.
Esa mirada horizontal se gesta “dentro” de la mujer, a través de la posición de los propios órganos sexuales femeninos y la realización de las múltiples comuniones femeninas e incluso epifanías. Todo ello se materializa de forma literaria en la abundancia de “analepsis” que utilizan las mujeres escritoras en busca de un pasado, de un origen y una esencia a su propia forma de ser y que, como ya he señalado, también pueden encontrarse en las obras de grandes escritores con una mirada similar.
Redondo utiliza una bella expresión para referirse a esta forma distinta de mirar el mundo: “carreteras secundarias”, que están fuera de los centros de poder y unen lugares distintos de los habituales, más de dentro (como he señalado hace un momento), más horizontales y, seguramente, más profundos.
Estas ideas llevan a la autora a establecer metas diferentes de las consideradas masculinas, entre las que podrían incluirse la práctica del yoga, la meditación zen y los acercamientos a religiones esotéricas, interiores. Es la plasmación del amor tradicional en un intento de purificarlo, lo que pueden buscar las corrientes espirituales de la actualidad e incluso el ecofeminismo.
Para terminar, no me resisto a escribir una expresión textual de Alicia Redondo: “La verdadera salud es la felicidad, que consiste en no tener miedo de estar con quien amamos, y en hacer lo que de verdad nos gusta hacer, de forma que podamos encontrar el sentido de la vida que, en opinión de la mística, no es otro que hacernos semejantes a Dios” (página 47).
Alicia Redondo (2009). «Mujeres y narrativa». Madrid, Siglo XXI, 295 páginas.
http://sotelojusto.blogspot.com.es/
Ya Harold Bloom argumentó en 1994 en El canon occidental, que, si no toda la noción de canonicidad, reside precisamente en la originalidad así como en el dominio del lenguaje metafórico, el poder cognitivo, la sabiduría y la exuberante dicción. Virginia Woolf recoge del mismo modo en una conferencia sobre La novela y la mujer ideas referentes a la situación de las escritoras y sus circunstancias, la simple condición de mujer y su influencia en la forma de escribir. Existe pues una marginación de la mujer, una ideología del hombre sobre la idea de mujer tanto que afecta a su condición de creación y de condición social..Hay estereotipos de las mujeres, sexismo de los críticos masculinos a lo largo de toda la crítica literaria.
¿Acaso la creatividad del hombre es mayor a la hora de escribir? Las mujeres analizan y leen, escriben y perciben la realidad conquistando el mundo y dando a conocer su forma de diferente de percibirlo, tal vez sea una nueva perspectiva para interpretarlo y dar a conocer su punto de vista femenino que aporta un amplio sentido de felicidad.
El imaginario antropológico de Durand estaba basado ya en posiciones relacionadas con la psicología, la antropología y la sociología donde lo importante es la experiencia vivida como especie…Eso quiere decir que arrastra el papel de la mujer desde los orígenes…aplicado por tanto al Conocimiento..
Heredamos y arrastramos desde miles de años una idea de la mujer..que lógicamente influye en su forma de percibir, ser, manifestarse y escribir…Tantas diferencias existen entre el hombre y la mujer …y sin embargo, los dos pueden llegar a expresar a través del lenguaje igual de bien la realidad a pesar de las distantcias psicológicas, físicas, raciales y sociales.
Un artículo de 10 escritor y Crítico por excelencia Justo Sotelo…Un abrazo grande
Un comentario espléndido, Almudena, que puede ser complementario para algunas ideas de tu ensayo. Un abrazo.
pues leído todo lo precedente, comentario de Almudena Mestre incluido, me quedo asombrada en general y, en particular, digamos que hay cosas que o bien se me escapan o bien las hay con las que no comulgo; es decir, a estas alturas tengo claro que de los «homeros» vinimos y, de alguna manera, a ellos regresamos, pasando por tantas vicisitudes que, son muchas las veces, que me dan ganas de volver al seno materno…
que somos iguales y somos diferentes es o más bien debería de ser hoy algo tan obvio para nosotros, nuestra cultura y ‘episteme’ propias que, más allá o más acá de lo masculino y de lo femenino, están las circunstancias de cada ser humano como fundamentales para como le vaya a cada uno en asuntos de felicidad e infelicidad…
en fin, las feministas de la igualdad y de la diferencia, pasaron demasiado tiempo enfrentadas y, a mi modo de ver, perdiendo el tiempo, cuando el fin perseguido era el mismo; además, los jóvenes muestran hoy una involución tremenda en cuestión de valores y el «machismo» rebrota de manera asombrosa; la cultura del simulacro y/o espectáculo ha hecho y aún hace, cada día que pasa más y más, auténticos estragos en nuestras sociedades llamadas de «control» (antes disciplinarias); por todo ello y, por mucho más, me resulta muy difícil atender, desde mi punto de vista a las grandes palabras (felicidad, Dios, etc.) sin considerar el embrujo de las mismas ni ver debajo de las alfombras de lo cotidiano, nada extraordinario, por cierto…
nuestras propia estética/mirada está loca y sin rumbo, decadente a tope, naufraga hace tiempo, como antes sucediera en sociedades pretéritas, entonces, cabe pensar sobre la repetición (y la resistencia) y no sólo en ella como característica fundamental del enunciado, sino que también en que hemos de profundizar en los discursos como lo que son, conjuntos de enunciados; en suma, necesitamos hacer inmersión en los discursos pasados, presentes y futuros y, tal vez sólo así, desde la última tarea puede que, como en mí suele ser habitual (dichoso optimismo casi que innato), vea lo positivo de esas «carreteras secundarias», pero sin perder de vista jamás a la obra, escrita y filmada, «La carretera», pues… y sigo en plan cinéfilo, debido al exuberante culto a la «imagen» de/en nuestra sociedad, cito otra película famosa «El otro lado de la cama» para referirme, precisa, colateral y hasta paradójicamente, a ‘la gran sombra de abajo’, la de ‘lo impensado’, a todo un mar literario por beber, more Foucault…
Roranna-220616-9h.