La mágica aventura de Cruz Delgado

La mágica aventura de Cruz Delgado

Por Daniel María

La historia comienza así. Un niño de siete u ocho años se divierte viendo en el televisor una serie de dibujos animados. La protagonizan dos señores. Uno de ellos es delgado, enjuto en su carne de musculatura escuálida. Le afila el rostro un mostacho pelirroj0, de azufre se diría, y una perilla con forma de tobogán se desliza quijada abajo. El otro señor es redondo, moreno, de tez bobalicona y ternura ovalada. El primer señor, el espigado, no cesa en el empeño de vivir mil y una desventuras. El segundo, el bonachón, obedece y se involucra en ellas, porque lo impulsa una extraña e inusual lealtad.

Los dos amigos entusiasman al niño, que por entonces ya había iniciado su andadura literaria: la de garabatear historias en un cuaderno de tapas azules, cebrado de líneas marcialmente paralelas que encarrilaban los primeros bostezos de su caligrafía. El niño cree que los dibujos son una buena historia. Considera que el dúo del televisor podría vivir otros acontecimientos en el papel. Sin saberlo, está a punto de convertirse en un adaptador.

El niño se levanta de la mecedora gris, su asiento favorito, y se dirige a la cocina, donde sus padres conversan. Interrumpe a los progenitores y anuncia lo siguiente: Voy a escribir un libro con los señores de la tele. La madre sabe a qué señores se refiere. Sonríe. Mira al marido y luego responde al pequeño: Es que ese libro ya existe. Se titula «Don Quijote de La Mancha».

portada-cruz-delgadoLa anécdota es tan real que la vivió quien escribe. Mucho antes de descubrir la obra magna de Cervantes, el niño que fui supo de don Quijote y de Sancho Panza por la serie de dibujos animados creada por Cruz Delgado en 1979. Cuando yo la vi por vez primera, creo que la reponía en abierto Canal+ durante la sobremesa. Es posible que este episodio, en el que una serie de televisión sugiriese a mi minúsculo yo la posibilidad de adaptarla literariamente, pues desconocía que ya fuera una obra literaria que había experimentado el viaje inverso, haya marcado inconscientemente mi pulso pop y mi fascinación por el cruce de lenguajes artísticos.

Lo que sí puedo confirmar es que la televisión fue un elemento educador importantísimo y que el genio de Cruz Delgado dejó una impronta en mi infancia que contribuyó a ser quien soy. Esto último se refuerza con más obras. Por entonces, otra serie de dibujos me fascinaba. Me refiero a Los trotamúsicos, cuyos episodios grabados en cintas de vhs visioné hasta hacer tiritar la pantalla con líneas blancas que interferían la acción. O dicho de otro modo, rayé el artefacto de tanto rebobinar.

Años después, al buscar ambas series con mimo nostálgico, descubro que responden a la autoría de Cruz Delgado. Entonces amplío información. Otro personaje que perduraba en mi memoria infante resultó salir también de su tinta multicolor: El canguro Boxy. Pero aún hay más. Una película que había visto infinidad de veces se sumaba a esta lista de tesoros tempranos: Mágica Aventura. Recuerdo que mi incipiente conciencia encontró paralelismos entre el Mago Viento y el Merlín encantador de la factoría Disney.

Si avanzamos velozmente en este cinexin de recuerdos, me hallo en el año 2011, en una librería de Madrid durante la presentación de otra joya: El juego de los niños, de Juan José Plans. Por entonces, trabajaba en la editorial La Página y habíamos reeditado la obra mítica de Plans, a quien primero admiré en la distancia y luego continué admirando desde la amistad que me brindó. El maestro Plans había invitado a su presentación a un señor de baja estatura, de porte galante y gafas de amplia montura. Al término del acto, mientras saludaba a unos y otros, Plans me presentó al señor aludido. Es Cruz Delgado, anunció.

Estreché la mano del dibujante, la mano que había trazado carriles de alegría para mis primeros años. Usted ha marcado mi infancia, le dije. O algo similar que no consigo rememorar con exactitud. El hombre sonrió. Fue amable al escuchar mi retahíla fanática. A medida que hablaba, mi cuerpo empequeñeció, apenas calzaba unos zapatos ortopédicos, los que apretaron mis pies hasta los diez años, y un suave balanceo, el de la mecedora gris, abrazó mi equilibrio. Poco a poco, descendió mi estatura hasta observar al pequeño hombre mucho más arriba de mis ojos.

Pues bien, De Don Quijote a Los trotamúsicos (Diábolo Ediciones, 2015), el libro escrito por Jorge San Román y Cruz Delgado Sánchez, cuenta la historia de este creador. Maquetada con esmero de orfebre, la información –detalladísima y ordenadamente expuesta– aparece ilustrada con copiosa y feliz atención. Los historiadores del cine, los admiradores de la animación, los historietistas y guionistas de dibujos animados accederán a una biblia del oficio en España. El lector común descubrirá una historia de superación, un sueño construido boceto a boceto, fotograma a fotograma, que logró hacer historia en nuestra televisión y en nuestro cine.

Cruz Delgado es un ilusionista. Un Méliès o un Segundo de Chomón que en los años sesenta hizo despegar su filmografía. Esta trayectoria inspira constancia y tesón de mago. Sin embargo, en su carrera no estuvo solo. Lo acompañaron guionistas y realizadores imprescindibles como Gustavo Alcalde y José Ramón Sánchez. Su equipo y su época gozan del espacio que merecen en este libro revelador que, además de una biografía profesional de su protagonista, es también una historia del cine de animación en los años activos de Cruz Delgado.

La infancia, más que lo vivido, es lo inventado. La fantasía arropa. La distancia, para que no duela, debe conducir a la magia, aunque esté lejos, aunque la mecedora haya desaparecido. No firmé el Quijote, pero soñé con escribirlo. Nada superará aquella ilusión. Gracias, don Cruz, por dibujarla.

Autor

Daniel María (Agulo, La Gomera, 1985) es actor, escritor y guionista. Colabora en Tarántula, Fogal, Revista de la Academia Canaria de la Lengua, Qué Leer y El Perseguidor, entre otros medios. En 2013 obtuvo el Premio Paco Rabal de Periodismo Cultural Joven Promesa y el Premio de Periodismo Leoncio Rodríguez. Autor de los poemarios Hilo de cometa (2009) y flor que nace en los raíles (2015), el libro de cuentos (De)función cómica (2009), el estudio El caso de la película imposible: El extraño viaje (2011) y las novelas El hombre que ama a Gene Tierney (2013), Premio de Edición Benito Pérez Armas, y Un crimen lejos de París (2014). Posee, entre otros, el Premio Internacional Jóvenes de la Macaronesia de Poesía (2005) y el Premio Félix Francisco Casanova de Poesía (2007).

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