Seguir la senda prescrita es lo que dicta la tradición. La creación demanda nuevos caminos o al menos la sensación interior de recorrer nuevos caminos (que no necesariamente responde a la realidad).
De ahí que la simulación sea tan importante en los tiempos modernos. Tenemos que empezar por engañarnos a nosotros mismos. Si conseguimos engañar a los demás, seremos artistas.
El engaño es el emblema de la modernidad. De ahí a la invasión de los ultracuerpos no hay más que un paso. Sería la invasión de los ultracuerpos la asunción generalizada de un engaño concreto. El paso de lo particular a lo general.
Pasar de lo particular a lo general, y no de lo particular a lo particular, nos define también como modernos. Sabemos que sabemos, bien que todo el conjunto no deje de ser un engaño.
Saber que se sabe es propio de los tiempos en que Dios nos ha dejado huérfanos, en que los hombres tienen que aprender a caminar sin una mano que les guíe.
Los modernos son pobres por definición. Pobres de espíritu quiero decir. Pues están en la oposición del Espíritu de su tiempo.
Ese puede ser un signo claro de que ya hemos dejado de ser modernos. Actualmente el rebaño de la intelectualidad es exactamente igual que el rebaño popular.
La improvisación es el arte de los pobres. Los ricos (de espíritu) también improvisan pero recurren a su propia pasión, mientras que los pobres la recogen por ahí.
La masa dicta el gusto, o bien el dinero que es la masa compactada y sublimada. Gracias a la dictadura de la burguesía en que vivimos, la masa, transmutada en dinero se convierte en mero flujo que recorre el mundo.
La masa o su equivalente simbólico, los flujos financieros mundiales, revisten a la improvisación de su carga post-moderna bien explícita.
El arte se ha convertido en una mera mano floja que tantea y recorre el mundo con la masa simbólica confundido con ella y por ella.
Es la comunión de los libres, libres flujos quiero decir, que hace que cualquier improvisación sea nuestra y bien nuestra.
Asumimos el arte en nuestra vida. En cada gesto, atisbo o movimiento (de cejas, por ejemplo) vemos a la improvisación hecha arte de nuestra existencia.
Y como todos participamos del flujo ya no hay artistas individuales, sino sólo la eximia y brutal masa-artista.
Seremos algo más que animales en vías de extinción si seguimos improvisando.