La Ilustración radical

La Ilustración radical

Todas las historias están escritas por lo vencedores, así la voz de los derrotados nunca sale a la luz. Bueno, nunca no, porque siempre hay alguien que se empeña en ser molesto y en sacarla. Hoy hablamos de una guerra intelectual que se dio en el Siglo de las Luces. Y es que a la Filosofía la violencia intelectual no le es ajena, todo lo contrario, es una de las propiedades que mejor la definen. Desencadenando este combate están, por un lado, los amigos de un Ilustración moderada. Sí, la razón gana espacio pero el espacio que gana no llega a invadir como debería ciertas esferas sociales: Dios, religión y realeza. Por otro lado, nos encontramos a unos hombres que generaron una Ilustración radical. Frente a los tibios, propusieron que el ejercicio del pensamiento racional llegará hasta el límite, le pesara a quien le pesara. Un radicalismo que explica porque perdieron la batalla histórica. Pero tal vez, ganaron con esa derrota, ya que sus textos quedaron a la espera de que generaciones futuras los encontraran. Aunque sin duda, si sus conciudadanos les hubieran leído y hecho caso, tal vez la felicidad común no quedaría tan lejos. Los hombres de los que hablamos son Jean Meslier, La Mettrie, Helvecio y D´Holbach. Estamos en el siglo XVIII y París es el centro intelectual de Europa.

El enemigo en casa.

Meslier-Cubiertas-corregidas.qxdJean Meslier fue alguien realmente curioso, basta con decir que se lo conoce como el cura ateo. Y es que era las dos cosas. Durante cuarenta años llevó la Iglesia de Entrépigny y al morir dejó un libro no publicado en el que atacaba ferozmente tanto a la idea de Dios como a la religión, pero en concreto, a aquella religión que él conocía de cerca: el cristianismo. La obra en cuestión, se conoce como el Testamento (conocido también como Memoria contra la religión) y es un libro de monstruosas dimensiones cuya redacción le llevó diez años. Su argumento es fácil de resumir: Dios no existe, la religión es una impostura y es necesaria una filosofía poscristiana. Pero no sólo ataca a Dios y a su Iglesia, también a los poderes que ella ampara y que no hacen otra cosa que abusar de los débiles. No es de extrañar que cuando el bueno de Meslier murió y se encontró semejante libro en su escritorio, sus compañeros de Iglesia hicieran desaparecer literalmente su cadáver. Y es que nada se sabe del lugar en el que está enterrado, sólo algunas aproximaciones. Ni tumba ni lapida.

El Testamento es un libro escrito sobre la marcha, cuya forma y fondo ponen en evidencia su carácter catártico. Como argumento central, Meslier propone 8 pruebas contra Dios y la religión. La extensión de su desarrollo son 87 capítulos. Como primera prueba contra la religión, Meslier nos dice que nos fijemos en las contradicciones internas de ésta. El segundo ataque tiene que ver con la diferencia entre fe y razón. Frente a una creencia ciega, nuestro cura ateo propone un uso adulto y serio de la razón. ¿Qué ocurre? Que la religión vive de la primera y que si se hace uso de la segunda la religión toma la forma de un mero relato para niños. En la tercera prueba y en la cuarta ataca a los profetas, a los que califica de meros locos, y a sus profecías, las cuales, y como prueba de su falsedad, nunca se cumplen. Con la quinta prueba se mete de lleno con la moral cristiana. La acusación es, y esto nos recuerda mucho a Nietzsche, que esta moral va contra lo que la naturaleza nos enseña. Así, los preceptos morales del cristianismo van directamente contra la vida. En la sexta prueba apunta de lleno a la Iglesia católica y la acusa de ser cómplice de todas las tiranías políticas. Finalmente, como pruebas siete y ocho, nuestro cura ateo nos dice que el ateísmo es una idea que ha existido siempre y que el alma es mortal. Como buen resumen a estas ocho pruebas tenemos una frase ya famosa de su Testamento: «Todos los grandes de la tierra y todos los nobles fueran colgados y estrangulados con los intestinos de un sacerdote».

Meslier no da otro nombre u otra definición de Dios, lo niega rotundamente, y en esa forma de negar sin duda ha sido un pionero. Pero este cura ateo no se detiene en la negación ya que en su obra también encontramos una parte constructiva, algo que bien podríamos llamar una propuesta social poscristiana. El principio de esta propuesta no es otro que la búsqueda del placer, pero no del placer individual, privado, que proponía Epicuro, sino la búsqueda del placer común. Estamos hablando de un hedonismo social. De este modo, Meslier traza un camino directo entre ética y política. La moral que propone tiene que dar cuenta aquello que la naturaleza ordena, pero a su vez esta regulada por un principio básico: el de la piedad. Curioso además que Meslier meta bajo el manto de protección de la piedad a los animales. Si esta moral se cumple, se logra una República hedonista en la que el placer toma el centro de la vida frente a la violencia. ¿Cómo es posible eliminar la violencia entre los hombres? Para nuestro cura ateo la respuesta es bien sencilla: eliminando la propiedad privada. De este modo, con todos los bienes en común los hombres pueden vivir libres de la avidez y la codicia, que son los dos motores de la violencia.

Cuando salió a la luz el Testamento de Meslier, no sólo tuvo como consecuencia que su cuerpo se hiciera desaparecer, sino que alguien muy conocido se tomó la molestia de coger y manipular el legado de este cura ateo. Es alguien es ni más ni menos que Voltaire. Con total impudicia cortó, eliminó, cambió pasajes del texto hasta que pareció otro. Un buen trabajo de aquel que decía estar del lado de la tolerancia. Afortunadamente, Meslier no sólo tenía una copia de su Testamento y el libro íntegro llegó hasta la corte de Federico II de Prusia. De este ejemplar se hicieron copias, y estas copias llegaron a las manos de otros ilustrados radicales que supieron hacer buen uso de sus enseñanzas.

Con la materia basta.

La Mettrie El hombre máquinaUno de aquellos ilustrados radicales que leyeron a Meslier fue La Mettrie. Un hombre que para muchos historiadores de la filosofía fundó el materialismo francés. La Mettrie estudió medicina en Reims. Trabajó como medico privado del duque Gramont y como cirujano de las tropas francesas. En 1742, en mitad de una campaña militar, sufrió un desvanecimiento del que sacó la intuición medular de su filosofía: el alma y el cuerpo son dos modalidades de un mismo ser material. Nos lo cuenta en su Tratado sobre el vértigo. Así, todo en nosotros es materia, y decir esto es negar que el alma sea algo divino que sobreviva después de la muerte. Ampliará este estudio en su Historia natural del alma. Un libro que por requerimiento del clero fue condenado por el Parlamento y perseguido su autor. La Mettrie huirá a Leiden, pero en esta ciudad cometerá el mismo error: escribe El hombre máquina y lo hace circular clandestinamente. La obra es todo un éxito y pronto se sabe quien es su autor. De nuevo, La Mettrie tiene que huir. Esta vez se irá a uno de los lugares más seguros para un filósofo radical: la corte de Federico II de Prusia. Ahí será nombrado miembro de la Academia de las Ciencias y pasará los seis años que le quedan de vida. Un final prematuro que se debe a un paté de faisán. La Mettrie era un hombre de buen comer y buen beber. Invitado por Milord Tyrconnel a un almuerzo comió en exceso y en especial devoró el famoso paté de faisán. Después de la comida se sintió indispuesto y tras veinte días de enfermedad murió a los 42 años. A nivel ontológico el pensamiento de La Mettrie se resume de la manera que sigue: sólo existe la materia y todo lo que vemos o podamos ver no es otra cosa que modificaciones de ella. Un monismo cuyo despliegue se debe a una lógica puramente causal y en la que todo, absolutamente todo, esta determinado. En relación a la ética que propone, tiene que ver con un hedonismo. La idea es construir una voluptuosidad medida que tenga a la razón como principio rector. El problema está en que frente a esta ética hedonista encontramos su principio ontológico de que todo esta determinado. La contradicción en La Metrrie no se resuelve. Parece que trazara dos caminos. Ahora bien, esa idea de necesidad si encuentra en otra obra una continuación coherente en una propuesta ética. El hombre no actúa como quiere sino más bien como debe. Nuestros actos están uno a uno determinados y contra eso no podemos hacer nada. Hablar de este modo de la necesidad es salir de la distinción entre bueno y malo. Cada uno hace lo que está determinado que haga. De este modo entramos en una visión amoral del comportamiento humano. Amoralidad que saca por la puerta aquello que tan bien explota el cristianismo: la culpa. En esta necesidad, nos dirá La Mettrie, el hombre sólo puede adoptar una postura sana: la ternura para con el otro. Apiadarnos de las acciones de los demás. En lo que se refiere a Dios, no podemos decir que La Mettrie sea ateo, se acercaría a un panteísmo materialista. Pero eso sí, contra el cristianismo sí da la batalla. Le acusa de haber generado una moral de la culpa que llama al dolor en lugar de al placer.

La moral sin Dios, posible y deseable.

del-espiritu-claude-adrien-helvetiusEs el turno de Claude Adrien Helvétius, conocido en castellano como Helvecio. Estudió Derecho y se convirtió en muy poco tiempo en recaudador general de impuestos, un trabajo que le dio una importante riqueza. Cuando su seguridad material estaba garantizada dejó el cargo y se dedicó a vivir entre sus casas de campo y la capital francesa. Helvecio sería conocido en París por su salón. Todo el que era o fue alguien en la vida intelectual parisina pasó por él. Al tiempo, se dedicó a negocios relacionados con nuevas técnicas industriales con los que aumentó su fortuna. Su primera obra fue Del espíritu, un ensayo que busca tratar la moral a la manera de la física experimental. Esta forma científica de tratar la moral significaba algo muy peligroso: la moral no es un asunto ni de la Iglesia ni de Dios. Los hombres son los que deben, mediante acuerdos, realizarla. En Mal en sí y el Bien en sí mismos no existen. Toda moral es una creación histórica. Eso sí, ella siempre debe responder a la búsqueda de la felicidad y el placer para el mayor número posible. Del espíritu es un ensayo inmenso, tanto en extensión como en propuestas. Y a la entrada, como epígrafe, nos saludan unos versos de Lucrecio. Toda una declaración de intenciones. Este ensayo, y ese deslegitimar a la religión como mediadora de unos valores eternos y universales, pronto levantó ruido entre altos cargos de la Iglesia y de la política. Además, a la propuesta de Helvecio hay que sumar otras notas que la hacían indigesta para ciertos sectores: sensualismo, empirismo, nominalismo y… un ataque directo contra una Iglesia y un Papado que traicionando el verdadero mensaje de Jesús se alía con el poder y se dedica únicamente a sembrar fanatismo, superstición y despotismo. Del espíritu fue condenado tanto por la Iglesia como por el Consejo del rey a las dos semanas de su aparición. Helvecio fue atacado por los jesuitas y los jansenistas y por toda una corte de intelectuales afines. La cosa llego a tal grado que se vio obligado a retractarse hasta en tres ocasiones. Aquello dañó profundamente a Helvecio que pasaría los últimos diez años de su vida de una forma sombría. Pero eso sí, dejó preparada un venganza. Un libro que se publicó a su muerte y que era una afinación y ampliación de Del espíritu. Desde la seguridad de la tumba ya podía decir lo que quisiera sin miedo a la furia de los fanáticos. Decir que al morir se negó a recibir los sacramentos y estaba acompañado por nuestro siguiente ilustrado radical: el barón D´Holbach.

En la sombra, un cazador.

sistema-de-la-naturaleza-holbach (1)D´Holbach nace en 1723 en el Palatinado alemán, y tiene la suerte de con 32 años heredar la fortuna de su tío. Si antes hemos dicho que el salón de Helvecio fue muy importante en la vida intelectual europea, el de Holbach no se quedaba atrás. Eran famosas sus reuniones por la libertad y la radicalidad de sus asistentes. Aunque también eran famosas por lo bien que se comía y se bebía. El barón no ahorraba en gastos para agasajar a sus invitados en su mansión de Royale Saint-Roch. Holbach publicó todas sus obras filosóficas bajo seudónimo, las únicas obras que firmó como propias tenían que ver con temas científicos, de hecho varias entradas de la Enciclopedia le pertenecen. Su pensamiento filosófico se puede resumir en tres puntos: deconstrucción del cristianismo, elaboración de un materialismo ateo y de una política eudemonista y utilitarista. Sobre el primer tema, podemos hablar de su obra El cristianismo al descubierto, en ella nos dice que la religión nace del miedo a la muerte y de la necesidad humana de una última respuesta. Ataca al cristianismo embistiendo directamente a su libro sagrado, la Biblia. Así, Holbach denuncia las contradicciones permanentes que hay en el texto. De Jesús dice que es “el charlatán de Judea” y que el cristianismo no es otra cosa que un reciclaje de prácticas de religiones antiguas. De la Iglesia dice que no es otra cosa que un fraude, una tienda en la que se juega con el miedo y la culpabilidad de los hombres.

Sobre su materialismo remitimos a su obra Sistema de la naturaleza. En ella nos dice que no hay otra cosa que la Naturaleza y que todo en ella es material. La materia tiene en sí misma la causa de su movimiento. Esa causa es la necesidad de preservarse en su ser. Holbach denominará a este principio de movimiento “nisus” y éste será el responsable de todo cambio. De nuevo topamos con una visión monista: una única sustancia configurada de distintos modos. Y es que Spinoza anda muy presente entre estos ilustrados.

En lo que se refiere a su política eudemonista y utilitarista, podemos ir a su ensayo Etocracia, en el que nos dice que dos principios mueven a los hombres: el deseo de gozar y la necesidad de conservarse. Desde aquí debe emerger toda moral. En lo que se refiere al gobierno, el rey debe tener un contrato moral con el pueblo y ni él debe estar por encima de la ley. Además, es necesario un grupo de representantes elegidos entre los ciudadanos para que opinen sobre las leyes, sobres las guerras, sobre los impuestos y los gastos del Estado. Pero sobre todo, todo cargo debe ser revocable. Las leyes deben garantizar tres puntos: libertad, propiedad y seguridad. La religión en esta forma de gobierno no es condenada, simplemente es algo que hacen los hombres de forma particular y jamás amparada por el Estado. Según Holbach lo único que hace falta para eliminarla es un debate interno social que se lleve con el rigor necesario. Como se ve, la propuesta de Holbach no deja nada fuera: una física, una ética y una política.

Derrotas que no son tales.

Ahora que conocemos a estos filósofos podemos entender porque perdieron la batalla histórica. Sin duda, para ciertos sectores era mejor quedarse con esa Ilustración que apenas removía los cimientos sociales. Pero la Historia, siempre caprichosa, quiso nuestros ilustrados radicales llegaran hasta nosotros. Y sin duda, a día de hoy, aún queda mucho por aprender en sus obras. En esta línea destaca el buen hacer de la editorial Laetoli con su colección Los Ilustrados.

Este artículo se publicó por primera vez en Filosofía Hoy, bajo el título de «Los Hooligans del pensamiento».

Autor

Gonzalo Muñoz Barallobre
Soy filósofo y hago cosas con palabras: artículos, aforismos, reseñas y canciones. De Tarántula soy el cocapitán y también me dejan escribir en Filosofía Hoy. He estado en otros medios y he publicado algo en papel, pero eso lo sabe casi mejor Google que yo.

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