Extracto del cartel dirigida por José Carlos Plaza.
Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal.
José Saramago.
Por Coral Igualador
Si alguien conoce bien La Historia del zoo es José Carlos Plaza. En su haber esta obra se adhiere a su piel desde 1971 cuando la interpretó dirigida por William Layton. Se nota. Ahora la dirige en el Teatro Lara. Con dos actores, que pongo por delante y subrayado, que son para contemplar desde cualquier arista de lección de interpretación. De vida actoral. De suprema coordinación y vivencia. Un duelo feroz actoral, de escucha, movimiento, verdad y precisión.
Los matices de gesto de la alerta, el estar, la atención, el escuchar sin apenas sonido lo que quiere y lo que no, aunque todo le retenga. Javier Ruiz de Alegría, pinta con ello los colores de la transformación en un animal protegiendo su espacio. En él recae la escucha activa, viva al fin, con el ser modificado.
El animal ligero, de Carlos Martínez-Abarca, que brota en palabras sin descanso, con la premura de no poder dejar silencios porque entonces su miseria aflora sin envoltorio. La gracilidad de lo deconstruido en una actuación memorable, donde quizás tenga un objetivo o no. Esa capacidad de hacerte dudar de todo, hasta de si el final es fruto de algo planificado o el devenir de un aquí y ahora.
Estoy hablando de la obra en un acto y un banco del Centra Park del dramaturgo Edward Albee. La Historia del Zoo.
También anticipo que Albee me gusta, como me apasiona la ropa de los años cincuenta y sesenta. Podrán decir que el texto es de entonces, del 58 y con versión sincera, respetuosa y sin hipérboles contemporáneas. Eso me deja pegada al asiento para no perder detalle y además con el giro del fin, un rictus sonoro en mi rostro.
Peter (Javier Ruiz de Alegría) es un hombre de clase media de los años que acontecen (Mire, usted que podría ser un hípster con novia vegana; pero no) . En lo que escribió Albee y dirige Plaza, está casado, tiene dos hijas, dos periquitos y gatos. Nada por elección propia. Por dejarse llevar por su estatus. Es editor de pocas palabras que vive conforme a las reglas.
Jerry (Carlos Martínez-Abarca) irrumpe en la plácida tarde de domingo de Peter e imprime movimiento y palabra a un hombre molesto unas veces, otras absorto. La ruptura del silencio. La palabra en borbotones contra el inmovilismo. Un peculiar hombre que vive en una pensión de barrios marginales con una vida en la que los capítulos van de mal a peor.
Todo lo que se dice es sencillo e inquietante. Nada de lo narrado es banal. Un ritmo de reflexiones cotidianas, que van salpicando al espectador al que ponen en la tesitura, como un goteo lento e incesante, del qué pasará en ese pequeño reducto del parque donde dos seres humanos están saciando su necesidad de comunicación. Porque si bien Jerry es la palabra, la Sherezade que embauca con sus historias al sultán para demorar su muerte, Peter es la escucha. La necesidad de vivir en boca de otro, historias diferentes a su propia existencia marcada por lo normativo, lo que debe ser.
Y ambos nos sumergen en una desoladora y a veces cómica, por surrealista pero no por eso menos verdadera, necesidad de permanecer juntos para seguir siendo emisores y receptores, para mantener la relación. Las relaciones humanas. Metáfora magnifica que Jerry cuenta apasionado en la historia de un perro. La fotografía de la vulnerabilidad del animal que somos los humanos, animales mamíferos- que no se nos olvide- en esa búsqueda del otro. Actuación magistral en la que vemos, escuchamos y sentimos al perro a través del cuerpo y la voz de Carlos.
Sin moralinas.
La narración teatral al desnudo. Un texto hilvanado, unos actores de excelente maridaje. Nada más. No se necesita nada más. Qué difícil es hacer bien esto que parece tan sencillo. ¡Qué bien dirigidos! ¡Que todo, tan poco y tanto, en su sitio! ¡Qué bien interpretado! ¡Qué placer teatral!
Texto: Edward Albee /Dirección: José Carlos Plaza/ Interpretación: Javier Ruiz de Alegría, Carlos Martínez-Abarca.
Teatro Lara. Sala Lola Membrives. Del 24 de enero al 4 de abril, miércoles 20,15