Hay algo profundamente emocionante en la oleada de acción geriátrica que nos invade desde que Stallone resucitó a Rocky Balboa en 2006 y que tiene mucho que ver con lo que los amantes de los tópicos rancios llaman “la magia del cine”. Se trata de la posibilidad de vencer lo invencible, de demostrar que el tiempo se puede detener. Y no precisamente, como dice Nacho Vegas en una inolvidable canción, gracias a libros y canciones sino a tiros y a puñetazo limpio.
Porque ver Los mercenarios (2010) de Silvester Stallone o Red (2010) de Robert Schwentke o El último desafío (2013) de Kim Jee-Woon o la más reciente Plan de escape (2013) de Mikael Håfström no es sólo asistir a sucesivas películas de acción protagonizada por viejas glorias sino negarle a la tercera edad el estatus de abuelos y mentores a los que por naturaleza han estado relegados durante muchos años (al menos en el Hollywood más comercial) reafirmándoles al tiempo en lo que fueron durante los 80: los más duros del corral. Indiscutiblemente ayuda a ello la carencia de auténticos relevos en las nuevas generaciones: sólo Jason Statham (por otro lado cómplice habitual de los héroes mercenarios) puede medírsele a Norris, Willis o Schwarzenegger en carisma y capacidad de encajar un chiste en medio de la más violenta de las situaciones.
Estos títulos son tanto mejores cuando menos en serio se toman a ellos mismos y más utilizan en sus tramas la edad real de sus estrellas. La secuela de Los mercenarios es bastante peor que el original (y desde luego que El último desafío, la obra maestra del conjunto hasta la fecha) básicamente porque sus protagonistas actúan como si tuvieran treinta años en lugar de ir camino de su séptima década de vida.
La gran revancha obedece a una irresistible idea comercial: juntar encima de un ring a Jake LaMotta y a Rocky Balboa. Por supuesto, los personajes interpretados por De Niro y Stallone no responden a estos nombres ni a su perfil pero, qué duda cabe, son ellos. Y el resultado es bastante entretenido y, por momentos, emocionante sobre todo cuando, en la revancha final que da título a la película, se introduce un subtexto que trasciende lo estrictamente pugilístico. “¿Quieres seguir?” le pregunta Stallone a De Niro en mitad de la pelea y éste responde que sí. Y se siguen pegando. Estamos pues, no sólo ante dos boxeadores que se niegan a retirarse sino ante dos actores que se niegan a dejar de ser lo que fueron.
La película tiene, además, algunas secuencias ingeniosas (el primer encuentro entre los dos protagonistas) y buenas líneas de diálogo (“va a ser el primer combate de boxeo con botón de teleasistencia”) aunque es cierto que el conflicto, digamos, “humano” que los guionistas Tim Kelleher y Rodney Rothman le buscan a ambas estrellas no se sostiene y toca fondo con la introducción de un niño que hace desear al espectador que Stallone les rompa la cabeza primero a él y luego a la señora que lo dobla (La gran revancha, como casi todas las del subgénero que nos ocupa, se exhibe únicamente doblada al castellano, víctima supongo tanto de su mal resultado comercial en USA como de la intransigencia de los circuitos en versión original españoles)
Con un principio y un final acertados, todo el segundo acto de La gran revancha se convierte en una sucesión de situaciones entre los cómico y lo melodramático no demasiado bien encadenadas que ni la presencia de Kim Basinger (podría aprender de Sharon Stone a envejecer con dignidad en lugar de con cirugía) ni de Alan Arkin logran agilizar aunque este último despliega bastante química con Stallone componiendo un personaje que se diría inspirado en el del Junior de Los Soprano (1999-2007) de David Chase. Tampoco ayuda demasiado el alivio cómico que intenta encarnar con poca fortuna Kevin Hart.
Una película, pues, dominguera pero que merece la pena ver, especialmente si usted ha nacido en torno a 1970 y tiene ya padres ancianos.
Y un consejo, no se levanten antes de tiempo y se pierdan el segundo de los epílogos.
La gran revancha, de Peter Segal, se estrenó en España el 10 de enero de 2014