Todos tenemos un paraíso secreto, un lugar donde perdernos cuando la vida va demasiado deprisa, una manera de enfrentarnos a los errores o desaciertos de las acciones que nos sobrepasan, una cabaña escondida en la montaña donde la luz de cada noche es diferente y la naturaleza no deja de cantar. Ahí están las cigarras míticas y simbólicas en busca de una canción que resuma la belleza que podemos permitirnos los seres humanos y cree belleza desde lo más abstracto.
La escritora leonesa Sara Otero (1982) ha escrito un libro de música y cabañas personales, íntimo y profundo, que crece en busca de un refugio representado por la propia literatura. El prólogo de Caramés Lage resulta apropiado por lo que de instructivo resulta rastrear el significado del título a través de las palabras “cigarra” y “gramática” en la cultura popular.
Es un libro íntimo de mujeres y lenguaje, de metáforas y animales que siempre representan otra cosa gracias al uso de los símiles y la metonimia. Su autora comienza con la resonancia y la repercusión (según las ideas de Bachelard) del mejor libro escrito en castellano por un autor novel para abrir el suyo, porque siempre la claridad necesita de su propio cielo, antes de que la voz poética asegure que “las mujeres como yo/ andamos descalzas sobre libros de poemas” (p. 21) o que ella “retiene lo inexacto con su nombre de tango” (p.23), “sobre la paz fugitiva de la obediencia» (p.25).
Sara Otero utiliza un lenguaje acertado para hablar del paso del tiempo, con esa forma sonata de la segunda parte, casi como una melodía de Vivaldi que se despliega ante nuestros sentidos, que se prolonga en la tercera parte con esa especie de diario poético tan original y adecuado en su fragmentación. La cuarta parte es muy “Baudelaire”, antes de que el esplín termine rindiéndose ante la luz y el propio cuerpo, pues en resumidas cuentas la claridad siempre acaba viniendo de cada poeta, y Sara Otero es una apreciable poeta.