Las palabras teatro e infantil nunca deberían ir juntas en la misma frase. Las obras dirigidas a los más pequeños acostumbran a servir de refugio a actores, autores y directores con escaso talento y suerte que, habiendo fracasado (o a veces ni siquiera eso) en la dramaturgia adulta deciden, produciendo ellos mismos o recurriendo a un promotor sin escrúpulos, timar a familias enteras ofreciéndoles espectáculos ínfimos que los padres jamás pagarían por ver si no fuera debido al síndrome de encierro al que se ven sometidos durante las vacaciones escolares de sus vástagos.
Imagine por tanto, amigo lector, el pavor que experimentó el que esto escribe cuando, llevado exclusivamente por su fanatismo hacia Guille Milkyway y “La casa azul” se encuentra al llegar al TNC con un buen número de menores de doce años ocupando las butacas. Yo sabía que iba a ver un musical, pero no un musical para niños aunque los horarios de las funciones deberían haberme hecho sospechar que algo raro había.
Afortunadamente, mis temores tardan poco en disiparse. Marc Rosich en el texto y la dirección, Guille Milkyway en la música y Sebastiá Brosa en la escenografía han puesto en marcha un musical ante todo pop que puede gustar a los niños pero que no está específicamente dirigido a ellos, o al menos no lo está a costa de despreciar el desarrollo cerebral inherente a todo crecimiento. Diciéndolo de otra forma, todo en La dona vinguda del futur es muy “La casa azul” lo que quiere decir colorista y tecnopop… aunque menos optimista de lo que al principio puede parecer.
La obra cuenta la historia de una familia literalmente devorada por la publicidad, esclava no sólo de los mensajes de ésta sino también de la absurda forma con que los comerciales representan a la población. Los protagonistas se definen a sí mismos en un estupendo número de apertura como “una familia convencional” y pronto nos damos cuenta de que lo son en el sentido que viven como en un anuncio y trabajan para comprar lo que se les intenta vender desde la pequeña pantalla. Su felicidad depende, por tanto, de la mimetización que hacen de sus modelos comerciales así como de su capacidad de satisfacer las siempre insatisfechas demandas de los emisores de los mensajes. Son lo que la sociedad capitalista y el poder detrás de ésta quiere que sean sus ciudadanos: consumidores. Pronto la estabilidad de esta familia se ve alterada por la llegada de una mujer del futuro que, como en un anuncio, aparece para ayudar al ama de casa protagonista a limpiar unas manchas y se ve atrapada en el presente. Un personaje fruto de la mente de un publicitario atrapado en una familia modelada según los modos y maneras de esa misma publicidad…
¿A que podrá servir de argumento a un episodio de la serie Black Mirror (2012-2013) de Charlie Brooker?
Obviamente, los autores no llevan el asunto demasiado lejos y todo se desarrolla en un tono cómico que evita casi siempre los lugares comunes así como la denuncia explícita de la manipulación publicitaria. Se echan de menos, eso sí, referencias al universo multipantalla en el que vivimos actualmente. La televisión como única fuente emisora de mensajes comerciales es algo que pertenece al pasado. El tono ligeramente retrofuturista de vestuario y escenografía hacen perdonable las referencias a un universo donde las familias aún ven unidas la programación generalista en lugar de estar cada uno aislado del resto y pendiente tan sólo de su dispositivo móvil.
Beth, sin rastas y con una peluca rubia, está muy bien como “la dona vinguda del futur” y confirma mi vieja sospecha de que el musical es el destino natural de los participantes en los concursos cantores televisivos. A su lado, Jordi Andújar y Gretel Stuyck (especialmente esta última) luchan con éxito contra el histrionismo al que sus personajes y la caracterización de éstos parecen abocarles. Menos fortuna tienen en la lucha contra la sobreactuación y el subrayado cómico Marc Pujol y, sobre todo, Miram Puntí a la que le ha caído en suerte el más tópico y menos afortunado de los estereotipos. Es cuando se le asigna texto a su personaje de hija gótica enganchada a la literatura juvenil tipo Crepúsculo cuando el montaje amenaza con aburrir.
La escenografía de Sebastiá Brossa es eficaz y vistosa en su sencillez a lo que ayuda sin duda las animaciones y videoarte de Lyona que, reproducidos en una amplia variedad de monitores de televisión de tubo, acercan el conjunto a las proyecciones que suelen acompañar a los conciertos de “La casa azul”.
La música de Guille Milkyway parece haber nacido para el espectáculo musical. Sus canciones encajan perfectamente en el texto. Son tan buenas que se echa en falta alguna más. Especialmente brillantes resultan “El targeter cromatic” y “He vingut del futur”. No sería una mala idea que el paso siguiente en la colaboración entre músico y director sea un “Juke box musical” en el que podamos disfrutar de una versión dramatizada de “La polinesia meridional” o “La revolución sexual”.
Sus fans, lo agradeceríamos.
Teatre Nacional de Catalunya. Hasta el 7 de Abril.
*Nacho Cabana es guionista de cine y televisión y ha participado en las series “Colegio Mayor”, “Médico de Familia”, “Compañeros”, “Policías en el corazón de la calle” al tiempo que gano el Premio Ciudad de Irún dos veces en diez años en 1993 por el cuento “Los que comen sopa” y en 2003 por la novela “Momentos Robados” y escribo los guiones de los largometrajes No debes estar aquí (2002), dirigido por Jacobo Rispa y Proyecto dos (2008), dirigido por Guillermo Groizard.