– Sabio anciano, ¿qué ruta debo seguir para alcanzar Clisalia?
– Para llegar a Clisalia no te servirán las rutas conocidas. Deberás dejar este sendero y buscar el árbol que proyecte menos sombra en el crepúsculo. Al quedarte dormido sobre su tronco, arderá en tus ojos el relámpago de siete torres afiladas, siete agujas diamantinas sostenidas por siete ángeles de sal.
Has de saber que los que entran en Clisalia lo hacen siempre por primera vez. Una única vez. Cada día unos pies extranjeros recorren sus calles colgantes, sus mil y una escaleras de tul, sus diáfanas plazas aladas donde el tiempo cae poliédrico, sin mancha, como una lluvia de cristal.
Y nunca se regresa de Clisalia. Si alguien intentase despertarse, las siete torres de aguja le perforarían los párpados y la sal de los siete ángeles tejería sobre ellos una costra de sombra incurable.
En fin, joven viajero, cuando hayas conseguido alcanzar Clisalia y comprenderla, sabrás que a ella sólo te ha conducido un camino: el de tu profunda fe en encontrarla.