El viaje me había dejado exhausto, aunque aproveché el silencio del vagón para terminar de escribir mi cuento del siguiente viernes. Me hacía feliz que el libro fuera creciendo a la misma velocidad que el AVE.
Ella me esperaba en la estación y me llevó en coche al centro de la ciudad. Media hora después nos acomodamos en la barra del bar y pedimos dos vinos. Allí se reunía todo el mundo los fines de semana, me dijo con unos ojos brillantes. Había cuadros antiguos colgados en las paredes y diferentes objetos del siglo XIX. Tras dos o tres vinos me fijé en una joven sentada a una mesa. Me acerqué a ella. La joven se giró y su mirada indiferente se transformó en una mezcla de desprecio y odio. ¿No me reconoces?, le pregunté con curiosidad. Claro que sí, se limitó ella a responder mirando a su acompañante, y añadió: Desgraciadamente, te conozco demasiado bien. ¿Nos podemos dar un beso después de tanto tiempo?, mantuve la sonrisa. Lo mejor será que volvamos a decirnos adiós, dijo ella mientras su acompañante se levantaba agitando las manos en actitud amenazante.
Mi amiga se acercó a mí, me cogió del brazo y me sacó a la calle. Seguía lloviendo, pero agradecí que el agua se deslizara por mi rostro, como el tiempo a través del espacio invisible del desamor.
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excelente radiografía de cuando alguien no sabe pasar página
y su mirada, tras mucho tiempo, sólo refleja desprecio y odio
y su actitud, queda petrificada en el pasado que no pasa
que no sosiega ni descansa (Roranna-100316) desamores