El director Tom Hooper parece obsesionado por las tramas de superación ambientadas en tiempos pretéritos. Si en El discurso del rey nos mostraba los esfuerzos que realizaba el rey Jorge VI para lograr dirigirse a sus súbditos sin tartamudear, en Los miserables, la adaptación del musical basado en la inmortal obra de Víctor Hugo, seguía los pasos de un antiguo convicto que se redimía de sus particulares pecados para llevar una vida honorable. Su siguiente película, La chica danesa, no se desvía de su tendencia a tratar temas más grandes que la vida con el envoltorio de un típico producto de prestigio con sabor británico. En esta ocasión se ocupa de la historia del pintor Einar Wegener, el primer hombre que se sometió a un cambio de sexo, y su esposa, la también pintora Gerda.
Como ocurría en sus cintas previas, el esteticismo del filme de época inglés acaba ahogando en cierta medida el drama de los personajes. Hooper vuelve a caer en el estilo ampuloso y grandilocuente de El discurso del rey y Los miserables, donde los árboles -la preciosa fotografía y la recreación minuciosa del tiempo pasado- se imponían sobre el bosque.

Eddie Redmayne encarna a Einar Wegener, el primer hombre que se sometió a una operación de cambio de sexo, en La chica danesa.
El responsable de The Dammed United parece más interesado en mostrar los decorados y dar rienda suelta a su pasión por el gran angular, no siempre justificado dramáticamente, que en otorgar pasión a la extraña relación entre sus dos personajes principal o desarrollar el malestar que siente uno de ellos cuando descubre en la edad adulta que era una mujer en un cuerpo de hombre. En definitiva, imprime grandiosidad a un guion que pide precisamente todo lo contrario: intimidad. También es cierto que el libreto no explica demasiado bien las razones que llevan a Einar a convertirse en Lili ni consigue perfilar adecuadamente el papel de su esposa.
Por otra parte, su dúo de actores vuela a diferente altura. Eddie Redmayne ofrece una interpretación llena de afectadísimos gestos más cercana a su histriónica y ridícula caracterización del amanerado villano de El destino de Júpiter que de su premiado trabajo en La teoría del todo. Por el contrario, Alicia Vikander, como ya demostrara en la muy interesante Ex machina, se revela como una estupenda actriz, capaz de reflejar sin excesos del drama de una mujer que apoya el cambio de sexo de su marido a pesar de que hubiera deseado que su esposo siguiera siendo un hombre.
En resumen, La chica danesa acaba siendo otro filme de qualité diseñado para conquistar premios que hubiera necesitado a un director que estuviera menos atento al oropel y más pendiente de los problemas de sus personajes.