La casa de papel de Marcos Eymar

La casa de papel de Marcos Eymar

La comida hace tiempo que dejó de ser alimento para convertirse en la oportunidad de una experiencia sensorial (ultrasensorial, en según qué casos). De igual manera los relatos ordenados, debidamente tematizados, parecen adquirir una dimensión más sabrosa. El hilo conductor les acerca a la novela (sin que esta haya de ser el objetivo, lo que constituiría una rancia la aspiración), pero su identidad propia, firme, les mantiene fieles a su esencia de relato libre, exento, ajeno. La mezcla funciona activando conexiones y propiciando nuevos sabores literarios.

Marcos Eymar (Madrid, 1979) ordena los relatos de su último libro, titulado Llaves en mano y editado por Xorki, en forma de casa; una casa soñada con jardín, biblioteca y numerosas estancias (cada una de ellas con su correspondiente capítulo) donde puedan tomar aposento las diversas  fantasías.

En el umbral de la casa que construye Eymar coloca un relato extraño, una historia que combina la ciencia ficción de allá (con androides y demás parafernalia) y la ciencia ficción de acá (la que se desarrolla en cualquier clínica de reproducción asistida). Produce el efecto de uno de esos regalos con los que no sabemos qué hacer y, sin saber las razones, acaba en un lugar bien visible sin que tenga demasiado que ver con el resto de los interiores.

Tras los Juegos Florales que Eymar imagina en el jardín de su casa-libro se llega a los pasillos, una estancia siempre agradecida en los terrenos de la ficción porque en su indefinición aguardan todas las posibilidades. Lo que se desarrolla allí, en este caso, es un singular ajuste de cuentas, Un ajuste de cuentas con la poesía. El narrador habla desde el gesto más antipoético que puede existir, el discurso de un exitoso y  joven emprendedor -depredador, como los denomina el filósofo Emilio Lledó–  al recibir un premio. A un auditorio impaciente le explica cómo el nombre que arrastra, Dante, y su destino frustrado de poeta, se enredaron en su niñez con la ambición de una madre en una especie de maldición que le puso contra las cuerdas. Pero él se deshizo de las cuerdas y las usó para orquestar su venganza: echaría el lazo (y no uno cualquiera, sino uno de los más implacables, el lazo inmobiliario) a admiradores -tan  incautos como adinerados- de poetas, músicos y artistas capaces de pagar el extra que Dante les pidiera por habitar entre las paredes donde una vez anduvieron sus mitos a la búsqueda, sin duda, de un halo con que decorar su pobre existencia. Dante triunfa, atraviesa su infierno y alcanza la prosperidad al someter a la caprichosa poesía y a su destino. Pero la caprichosa poesía también es poderosa y sabe defenderse, pues para levantar y mantener el negocio Dante tiene que seguir leyendo, investigando, cultivando la poesía y conociendo a los poetas en un bucle -y un relato- delicioso de amores y  yugos de ida y vuelta.

En el salón, con Animales muertos en la vía pública aguarda un ejercicio muy saludable de empatía, que anima, sin animo moralista, a ponernos en la piel de otro, de aquel que deseamos ser, para comprobar una vez más los peligros de que nuestros deseos lleguen a materializarse.

La biblioteca también es un destino propicio para las historias, en este caso la de un escritor en proceso de burocratización que se ha olvidado de cómo se empieza a escribir (leyendo y solo leyendo) y la de un lector exquisito con ansias de convertirse en escritor, aunque sea mediocre. De nuevo una historia de transmigraciones, venganzas e inesperados vaivenes.

Edward Hopper, Night Windows, 1938

Edward Hopper, Night Windows, 1938

Maldito el que lo lea es un relato que el autor sitúa en el dormitorio, pero es un relato de aseos, de aseos públicos además, donde empieza a gestarse una historia de amor y equívoco que demuestra cómo la literatura está en todas partes, también en las pintadas de un váter siempre que la mirada que las lea sea la adecuada.

Faltas tú da título al cuarto del niño. De nuevo es una historia de vasos comunicantes, extrañas compensaciones y simetrías patas arriba en la que un personaje que debe vivir muere y rescata a otro – y qué otro– desahuciado y sentenciado a muerte por un cáncer.
Y el sótano, la cocina, el baño… Las estancias se suceden en su relación, los relatos permaneces libres. ¿Es un corsé el que el autor se impone a sí mismo al adoptar esta estructura? Muy interesante la respuesta que dio el autor en la presentación de Llaves en mano. Por un lado es posible que sea así, pero una vez sumergido en la cadena autoimpuesta, esa cadena funciona a la vez como espoleta para que surjan nuevas historias que serán las que deben surgir y no otras. Muy interesante porque es la sucesión de liberaciones y condenas que encierra siempre la literatura,

Finalmente Eymar declara el inmueble en ruinas  y en el relato que cierra y da título al libro obliga al protagonista a darse una vuelta por aquellos lugares que ha habitado, un viaje iniciático por su vida pero al revés, hacia el pasado,  hasta volver a dar con él mismo frente a la montaña de escombros convertidos en recuerdos en que consiste su vida… todas las vidas.

Llaves en mano,Marcos Eymar, Ediciones Xorki, 2013.

Autor

Trabajo en la revista Filosofía Hoy como redactora y me encargo de la coordinación. Soy autora de algunos libros publicados (La carretera de los perros atropellados, con la editorial Xorki; La otra vida de Egon, en Gadir; y Siete paradas en el país de las sombras, con Edaf) y alguno no publicado.

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