La buena mentira, de Philippe Falardeau

La buena mentira, de Philippe Falardeau

¿Pero hubo alguna vez cien mil refugiados en un campo de Kenia? La tragedia de la guerra civil sudanesa en los 80 y 90, aterriza para dejar atrapadas nuestras conciencias por medio de esta película, La buena mentira, dirigida por Philippe Falardeau.

Secuestrada nuestra atención por los verosímiles e hipnóticos trabajos de los actores-refugiados sudaneses, los hermanados Mamere, interpretado por Arnold Oceng, Jeremiah, Ger Duany, Paul, Emmanuel Jal y Abital, Kuoth Wiel, apenas sabemos prestar atención a la Norteamérica real que da pie a su peripecia vital.

Porque este es un sueño americano congelado, como los trozos de hielo que reparten entre los afortunados elegidos del campo de refugiados para que visualicen el invierno americano. Es una foto fija, una imagen congelada pues apenas hay nada que ver o decir de su inserción en el mundo cotidiano de los Estados Unidos. En Kansas City, ciudad donde nieva.

THE GOOD LIE

Los protagonistas, niños, durante su huida hacia Kenia.

La ficción lleva a fijar en nuestras retinas las imágenes de Africa, primer tercio de la película, con el éxodo imposible por Sudán, Etiopía y finalmente Kenia, donde recalan los niños huidos y donde transcurrirán imperceptiblemente para nosotros, trece años de sus vidas, hasta convertirse en adultos.

El hiato insalvable entre niñez y edad adulta, Africa y Estados Unidos se intenta coser mediante flash-backs que nos retrotraen a los colores y ambiente africano. El edén africano frente al mundo real americano.

Esta es una de las trampas de la película que hace bascular la acción normal, no mutante, a unos Estados Unidos salvados en su prístino destino de Arca de Noé universal que acoge no ya a las legiones de emigrantes sino a escogidos, a elegidos para la mediocridad ambiental de unas vidas que ya no se pueden salvar sino por medio del capitalismo.

Así se construye una visión del mundo en la que hay un Edén perdido, inalcanzable salvo por medio de los sueños y una realidad vital y moral que tiene todos los derechos a permanecer en un presente en suspensión, indefinido, hasta el fin de los tiempos.

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Mamere, Jeremiah y Paul.

Se justifica la narración por medio de actores profesionales como Carrie Davies, Reese Whitherspoon o Jack, Corey Stoll, que ayudan a mantener el trance hipnótico en que se hallan envueltos los protagonistas sudaneses.

La de estos actores profesionales es una competente interpretación pero caen detrás de un telón oscuro que sostienen la mirada, el gesto y la voz de los sudaneses. Da la impresión de que el cazador ha sido cazado o que la presa se come al león. Seguramente ayude a esta percepción el hecho de visionar el film fuera de los Estados Unidos.

El peso insobornable del pasado hará girar finalmente a la película en un retorno a los orígenes de uno de los protagonistas que pondrá el broche final a este sólido drama de desarraigo y solidaridad en el que hay unos prestidigitadores del alma, los africanos, que aún a pesar suyo, aunque supongo que soberbiamente manipulados por Falardeau, dan sentido y justificación a un gran entramado en el que les ha tocado en suerte el papel de atentos mesmerizadores de un sólido y respetable film.

La buena mentira (The good lie) (2014), de Philippe Falardeau, se estrenó en España el 3 de octubre de 2014.

Autor

Soy José Zurriaga. Nací y pasé mi infancia en Bilbao, el bachillerato y la Universidad en Barcelona y he pasado la mayor parte de mi vida laboral en Madrid. Esta triangulación de las Españas seguramente me define. Durante mucho tiempo me consideré ciudadano barcelonés, ahora cada vez me voy haciendo más madrileño aunque con resabios coquetos de aroma catalán. Siempre he trabajado a sueldo del Estado y por ello me considero incurso en las contradicciones que transitan entre lo público y lo privado. Esta sensación no deja de acompañarme en mi vida estrictamente privada, personal, siendo adepto a una curiosa forma de transparencia mental, en mis ensoñaciones más vívidas. Me han publicado poco y mal, lo que no deja de ofrecerme algún consuelo al pensar que he sufrido algo menos de lo que quizá me correspondiese, en una vida ideal, de las sempiternas soberbia y orgullo. Resido muy gustosamente en este continente-isla virtual que es Tarántula, que me acoge y me transporta de aquí para allá, en Internet.

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