“La verdad es una cosa tan rara que es delicioso decirla.”
(Emily Dickinson)
EL caso de Emily Dickinson, es la confirmación extrema de que el verdadero premio del creador ha de ser la mera capacidad de crear y el reconocimiento o el éxito es solo una plusvalía externa. Pero hace falta mucha fe en uno mismo, para no cejar en el empeño durante cuarenta años sin recibir ninguna aprobación exterior o bien hallaba en la escritura ese jardín intimo donde se juega con franqueza, se ordenan y pasan a limpio las impresiones de nuestra vida. No sé cual fue el motor de la poetisa más importante que ha tenido estadosunidos, pero so sólida obra ahi está.
William Luce, nos propone en su monólogo a una Emily Dickinson, que reflexiona desde la eternidad cumplidos los 184 años, por lo que toda su existencia terrenal se declina en pasado perfecto, ya no hay afán, ni emoción alguna porque de todo se sabe el final. Imagino que a esta mujer no necesitaría de la eternidad para hacer balance, ya en vida se dedicó mucho tiempo a la observación en una vida sedentaria a veces impuesta, a veces elegida como los últimos diez años se recluyó en la casa de su padre, un prestigioso abogado y congresista.
La vida de Emily Dickinson, es sin duda la de una inadaptada y queda claro que cuando se nos niega una cotidianidad entretenida y satisfactoria en la mayoría de los casos se agudiza el ingenio como escape creativo, y con el tiempo que brida la contemplación en contra del que resta la mera a actividad cotidiana, Dickinson, forjó una poesía muy centrada en los procesos de la naturaleza: «Entre mi País y los otros hay un mar pero las flores negocian entre nosotros como un ministro«
El texto de William Luce, es muy lírico, pero nos presenta a la escritora como una mujer que se adapta a los contratiempos porque es inteligente, pero sufre más que por la adversidad lo hace por algo mas doloroso como es el silencio y la falta de oportunidades, y se adapta, pero con algo de resignada impotencia, quizá por no haber hecho lo suficiente para variar su sino, si tenemos en cuenta esta reflexión: “Creo que vivir puede ser una bendición para aquellos que se atreven a intentarlo”
Si el texto de Luce es una joya, la versión, dirección y el espacio escénico son un trabajo exquisito de Juan Pastor, la ambientación esta cuidada con mimo hasta el último detalle por Teresa Valentín-Gamazo, el vestuario, uno delicado vestido blanco de Ana Montes y cuenta con una Iluminación en muy acertada y precisa de Sergio Balsera.
Después de ver la función me costaría ver a otra actriz que no fuera María Pastor, dando vida a Emily. A la actriz la he visto en otros montajes, pero está dotada de la «gracia» de conseguir ser el personaje, y que no veas a la actriz. Y si esta «gracia» que posee María Pastor, es un mérito en una obra coral, se multiplica hasta el infinito cuando la actriz se enfrenta a un monólogo, un empeño del que no salen airosos grandes profesionales, o en otros casos no es más que una clase magistral de algun actor de probado talento, pero aún así, está más presente el actor que el personaje en el escenario.
Poco más puedo añadir, solo animaros a que asistías a la sala Guindalera, a ver esta función y si no os gusta haciendo una excepción admito quejas, juego sobre seguro porque tengo la total seguridad de que no las habrá.
Título: La bella de Amherst (Emily Dickinson) /Autor: William Luce / Versión Dirección y espacio escénico: Juan Pastor/ Intérprete: María Pastor/ Ambientación: Teresa Valentín-Gamazo / Realización del vestuario: Ana Montes/ Iluminación: Sergio Balsera / Fotografia: Alicia González, Manuel Martínez, Manuel Benito / Diseño gráfico: laplaya.org / Ayudante de producción: Julio Provencio / Comunicación y prensa: Manuel Benito.
Teatro Guindalera, Calle de Martínez Izquierdo, 20, 28028 Madrid
Fechas del miércoles, de 7 de mayo de 2014 al 29 de junio