La abolición del trabajo

La abolición del trabajo

El trabajo es la fuente de casi toda la miseria existente en el mundo. Casi todos los males que se pueden nombrar proceden del trabajo o de vivir en un mundo diseñado en función del trabajo. Para dejar de sufrir, hemos dejar de trabajar.

Bob Black.

Parece que a la editorial Pepitas de Calabaza poco o nada le gusta el cuento del buen trabajador, porque varios de sus libros son un disparo directo a esa idea luterana de que trabajar nos hace buenos y dichosos. Pero si hasta ahora el ataque había estado integrado en libros cuyo tema principal era otro, con La abolición del trabajo ya no hay dudas: esta editorial ha establecido una cruzada contra aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

Esta obra la firma Bob Black (1951), un bicho raro del que podemos decir que es una anarquista estadounidense. Su empeño, es dinamitar la idea de trabajo que alimenta a nuestra sociedad, una sociedad de la que dice: «A según qué efectos no es demasiado engañoso denominar a nuestro sistema democracia o capitalismo o (mejor aún) industrialismo, pero sus verdaderos nombres son fascismo fabril u oligarquía de oficina». Así, para Black, el trabajo -tal y cómo nos lo han enseñado, tal y cómo lo realizamos-, no es otra cosa que la producción obligatoria que los medios económicos y políticos nos han impuesto a través de “la zanahoria o el palo”. De este modo, todo trabajo queda definido como trabajo forzado, como una trituradora de energía y tiempo cuya única recompensa es un sueldo que se gasta en satisfacer las necesidades, reales pero sobre todo creadas, que nos hacen volver cada día a la oficina. Trabajo forzado y consumo forzado, he aquí las dos mitades que conforman el circulo vicioso que a diario nos tritura, ese sumidero por el que lo que nunca llegaremos a ser se despide de este mundo.

¿Frente a esto qué es lo que Bob Black propone? Sustituir el trabajo por el juego como fuente de producción:

«El secreto de la transformación del trabajo en juego, cómo demostró Charles Fourier, consiste en organizar actividades útiles para sacar partido de lo que gente distinta disfruta haciendo en distintos momentos». Así, lo que Black propone es una revolución lúdica en la que la obligatoriedad del trabajo queda sustituida por la libertad del juego: «la vida se convertirá en juego, o más bien, en multitud de juegos, pero no (como ahora) en un juego de suma y sigue. El paradigma del juego productivo es un encuentro sexual óptimo. Cada uno de los partícipes potencia los placeres del otro, nadie está pendiente del marcador y todo el mundo gana. Cuanto más se da, más se recibe. En la vida lúdica, lo mejor de la sexualidad se impregnará en lo mejor de la vida cotidiana. El juego generalizado desemboca en la erotización de la existencia».

Al leer La abolición del trabajo, pronto se sabe que se está ante una pensamiento hiperbólico, pero esa exageración guarda una enseñanza muy precisa y bien afinada con lo que a día de hoy estamos padeciendo, y más aún en este tiempo de crisis en el que los sueños y esperanzas de todos nosotros tienen fácil resumen: encontrar trabajo o mantener el que ya se tiene. Así, lo que antes era una maldición bíblica, un castigo dado por el mismo Dios, se ha convertido en una meta vital, en algo capaz de dar y quitar sentido a la existencia. La cosa es grave, pero sobre todo triste. Pero libros como éste, y a pesar de su exageración, nos ayudan a recordar los lugares que están desapareciendo, que están haciendo desaparecer, de la geografía de nuestros sueños.

La abolición del trabajo, Bob Black, Pepitas de Calabaza, 2013.

Autor

Soy filósofo y hago cosas con palabras: artículos, aforismos, reseñas y canciones. De Tarántula soy el cocapitán y también me dejan escribir en Filosofía Hoy. He estado en otros medios y he publicado algo en papel, pero eso lo sabe casi mejor Google que yo.

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