Con KOSTYA (El hombre que quiso), escrita, dirigida, producida e interpretada por Rubén Ochandiano, hace balance, y le sale positivo

Se puede navegar en un mar o en un barreño, es cuestión de la voluntad de quién lo haga y Rubén Ochandiano puede.
Por Luis Muñoz Díez
Rubén Ochandiano ha escrito, dirigido e interpretado KOSTYA (El hombre que quiso). El subtítulo es una afirmación. Se trata de una autoficción en la que se presenta como Kostya, el personaje al que Chéjov condenó al suicidio en su obra La gaviota, consumido por la frustración como dramaturgo, por los conflictos filiales con su madre y por el desamor.
La gaviota es una obra con una doble oportunidad: si bien su estreno en 1896 fue un fracaso que llevó al autor a plantearse su retirada como dramaturgo, su nueva puesta en escena por Stanislavski en 1898 fue un rotundo éxito. Quizá Rubén le brinde ahora una segunda oportunidad a Kostya, extensiva a todo creador, en esa labor de no tirar nunca la toalla
En su obra ,Ochandiano aborda dos de los anhelos más codiciados que, de no alcanzarse, pueden dejarnos en un estado de vulnerabilidad permanente. Uno es nuestro vínculo con la institución por excelencia: la familia, pilar fundamental para nuestra realización como adultos y, a la vez, una fuente inagotable de frustraciones. En este caso, la familia tiene nombre de mujer: Irina Arkádina, la madre del dramaturgo experimental Konstantín Tréplev al que llamamos Kostya. Una actriz consagrada, amante del reconocido autor teatral Trigorin, un hombre irresistible para las mujeres.
La palabra “éxito” tiene tantos significados como personas han nacido, viven o hayan muerto. Esa quimera es la otra gran vulnerabilidad de Kostya, y no es una excepción, porque en la realidad persigue a todo artista. El éxito es tan relativo y reservado a tan pocos que, cuando se fracasa en una de sus manifestaciones, parece como si se fracasara en su totalidad. El escritor o dramaturgo reconocido por la crítica y la academia desea que su obra se venda o se represente; aquel cuya obra se vende, se reedita o se repone, anhela el reconocimiento; y si lo obtiene, siempre habrá algo más que no alcance. Un destino similar al de la actriz o el actor que, cuando inicia su carrera, compite con quienes ya tienen un nombre y, si logra hacerse un sitio (algo excepcional solo para elegidos), al poco tiempo volverá el vértigo de ser reemplazado por alguien más joven, porque siempre hay alguien mas joven.
Quien ama su profesión y vive entregado a ella se sumerge en un afán sin tregua que, visto desde fuera, no siempre parece valer la pena. Pero esa opinión es ajena, y lo ajeno —sea dolor o gozo— no duele. Por eso la suerte del otro no nos afecta; somos muy tolerantes con el fracaso ajeno, pero mucho menos con el éxito. Esa insaciable quimera podría resumirse en la afirmación del célebre escritor y filósofo: “El sexo genera tanta ansiedad que, una vez resuelto, no se sabe si ha compensado”.
¿De qué forma nos cuenta Rubén todo esto? De una manera sencilla, desplegando todos los matices que pueden hacer a una persona querible. Representa la confianza de quien salta sin red, sin temor a que se le vean las costuras. El actor se adueña de Kostya, y el personaje se apropia del actor, estableciendo un juego entre realidad y ficción con los bordes difuminados, como los colores de una acuarela.
La trayectoria de Ochandiano es conocida y reconocida. Ha gozado de gran popularidad y no es difícil recordarlo cuando “salía de clase” o cuando se medía en los fogones. Ha trabajado con los mejores directores de cine y ha explorado todos los registros teatrales, con fortuna. Maneja el tiempo con naturalidad, pasando del joven escritor experimental con una madre actriz consagrada en Moscú —que en la obra tiene el rostro de Meryl Streep— a su propio temblor, ahora que ha alcanzado la llamada edad “mediana”, en la que queda tanto por hacer como lo que ya se ha hecho.
Alrededor de un barreño donde refresca los pies, recuerda que tiene pendiente una colonoscopia, lava la sangre de la gaviota que mató para ponerla a los pies de su amada o es el lago donde Nina, a finales del siglo XIX, le narra su fracaso como actriz y su desamor con Trigorin, amante de su madre, y padre de un niño muerto, fruto de ese amor.
Los restos de tanto naufragio son irreparables. Un saldo que llevó al personaje de Chéjov a quitarse la vida ante la falta de reconocimiento de su madre y el desprecio implacable de Trigorin, quien, además, le arrebató tanto el amor materno como el de Nina. Paradójicamente, Kostya lo admira sin límites como dramaturgo, quizá como un capricho del inconsciente.
Esas mismas razones llevaron al actor a mantener a Kostya vivo, aferrándose a las constantes llamadas de su madre, quien solo se interesa en lo que le atañe directamente. Sus rituales de autoafirmación, sus dosis de pastillas para no caer en pensamientos recurrentes, las vitaminas para no enfermar, su pastilla de Orfidal y su copa de vodka —alimento de la vida moderna que le mantiene en pie—. Sin embargo, un hecho lo empujará al destino que Chéjov le otorgó a su personaje: una llamada telefónica le informa de la muerte de su madre. Con ella desaparece la razón de su tesón, ese empeño en ser valorado y admirado por ella, que no era más que una forma de significarse para ser amado.
El trabajo que nos presenta Ochandiano es imperdible, porque nada de lo que dice está fuera de nuestras inquietudes. Es un seductor con el público y sabe entonar cada temor confesado para despertar empatía y el deseo de aliviarlo en quienes lo escuchan. Se entrega por entero, confirmando el valor de dar hasta que duela. Muestra su temblor y su cuerpo, pero su generosidad está en lo que dice, no en exhibir un físico bien formado. Aclara con orgullo que es el cuerpo trabajado de un hombre de mediana edad.
Y sí, Rubén, tú puedes.
KOSTYA (el hombre que quiso), del 5 al 16 de febrero de 2025 en Teatro del Barrio, de miércoles a sábado a las 19:30, y domingos a las 18:00 horas más información AQUÍ.
Autoría, dirección, producción e interpretación: Rubén Ochandiano
Ayudantía de dirección y producción: Jano Sanvicente
Producción: Mónica Regueiro Diseño de sonido y proyecciones: Saúl Barceló
Coordinación: Mariaje de Higes Distribución: Fran Ávila