Por NACHO CABANA
“De todos los momentos de tu vida… ¿Cuál elegirías para explicarla?” Esta es la (gran) pregunta con la que se abre Justícia, el texto con el que Guillem Clua debuta en la sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya. ¿Es el momento que el juez Samuel Gallart elegiría el mismo que elegirían sus familiares? ¿Pertenecería ese instante a su vida pública impartiendo justicia y haciendo política o, por el contrario, sería un momento (o dos) acaecidos en esa otra biografía subterránea y oculta que pocos conocen? Una palabra, un nombre (o dos) que te machacan recordándote una y otra vez que tu vida ejemplar no es más que una impostura tan grande como la de justicia que prevaricas o las legislaciones que corrompes.
¿Y si el momento que mejor define y explica tu existencia no estuviera en tu biografía sino en un futuro donde unos desconocidos creerán sin cuestionarse las manidas frases de reconocimiento que luchaste por convertir en tu legado y que la realidad rompió en mil pedazos?
De todo ello, más el inicio de las reivindicaciones LGTBI en Catalunya, los ovnis en Montserrat, el caso de la Banca Catalana, el nacionalismo como amoldable moneda de cambio y enriquecimiento, las mentiras como forja de identidades etc habla Justícia. Una enorme ambición temática que el autor de Smiley resuelve con bastante acierto y que Josep María Mestres pone en escena con tanto cuidado como espectacular es la escenografía de Paco Azorín.
Recurre Clua en la primera parte de la obra (80 minutos) a una polifonía de voces en todos los personajes que acuden a la comida aniversario de los 75 años del juez Gallart. El manido argumento de la celebración familiar donde comienzan a emerger los secretos y mentiras de todos los personajes es para el guionista de Mercado Central nada más que el eje vertebrador desde el que dar paso a sucesivos flashbacks (oportunamente fechados por Mestres en sucesivas proyecciones al fondo del escenario) en el que se van ilustrando los posibles momentos clave en la vida del protagonista.
Por una vez, el desdoblamiento de los actores en varios personajes tiene una intención claramente dramática que Mestres subraya para hacer converger en el escenario una serie de montajes paralelos que entroncan con el concepto central de la función.
Es tan espectacular el final de ese primer acto como acertado es centrarlo en la fuga de la madre, contrapunto a lo que Gallart nunca se atreverá a hacer. Paco Azorín transforma en la segunda mitad la enorme plataforma que surge del techo tras el prólogo para convertirla en una superficie llena de agujeros donde antes había certezas.
Es una lástima, empero, que, estando en escena prácticamente en todo momento, Josep María Pou se limite a mirar lo que pasa a su alrededor, a escuchar (que no siempre a entender) lo que los demás caracteres hacen y dicen de él en lugar de interaccionar con ellos convirtiéndose (¿intencionadamente?) en un personaje ausente / presente.
Un deslizamiento del protagonismo hacia los secundarios que merma un tanto la fuerza de la función máxime cuando no estamos habituados a ver a Pou en un reparto coral. Se echa en falta alguna escena más entre el actor catalán y el resto del casting, en particular una Vicky Peña con la que su (des)encuentro se demora hasta la segunda parte y que, cuando llega, sabe a poco.
Esta circunstancia se solventa en el segundo acto de Justícia cuando Pou toma la palabra (excelente el monólogo final), los secretos y mentiras de Gallart afloran y este no tiene más que enfrentarse a ellos. Clua no le dedica más que el tiempo preciso a lo que de mecanismo narrativo tiene la intriga del argumento mientras que Ignasi Camprodon oscurece el escenario hasta la retirada final de este dejando solo a Gallart.
Pou mira y se mueve como un anciano en los prolegómenos del Alzheimer durante toda la primera parte mientras envuelve a su personaje en una compleja mezcla de vergüenza, culpa y redención en la segunda. En una película, ese trabajo no verbal sería mucho más apreciado que sobre un escenario. A su lado, Vicky Peña compone un menos matizado personaje de acomodada y abnegada esposa que elige creer lo que ella desea y no la verdad.
Compleja y difícil la labor de Pere Ponce en los dos papeles que interpreta. Claro y eficaz Roger Coma en los suyos; muy bien Marc Bosh sobre todo cuando interpreta a Ignasi y eficaces y concisos el resto del elenco con la excepción de Anna Ycolbazeta demasiado pendiente de un acento venezolano que no acaba de hacer creíble y al que no beneficia que todos hablen en catalán mientras ella contesta en castellano (pero hace los apartes en impecable catalán).
El vestuario de Gabriela Salaverri diferencia al tiempo tanto a los personajes en el presente como a los interpretados por estos en épocas pretéritas.
Una obra, en suma, que solventa una buena parte de los retos que se plantea aunque estos sean en ocasiones algo excesivos. Sin duda, uno de los títulos estrella de la temporada teatral barcelonesa que centra y define la programación del TNC frente al desconcierto de otras instituciones teatrales locales en este 2019/2020.