Dicen que el éxito son los momentos de gozo que proporciona la creación, y yo lo creo con una fe inquebrantable de la que no disfruto para otras cosas, y también estoy de acuerdo en que hay que valorar como una circunstancia menor tanto los premios como el codiciado reconocimiento. Es agradable y deseable, pero endemoniadamente difícil de cuantificar y sobre todo de disfrutar, porque siempre en el saldo faltan premios o lectores. En el caso de José Luis Muñoz, no solo disfruta de una creatividad a tiempo completo, que le puede producir un estado de gozo continuo, además suma a este prodigio el que siempre hay una editorial a la espera de su nueva obra y cuenta con casi todos los premios literarios que se conceden en España.
José Luis Muñoz es un autor tan fértil como bien dotado para tocar todos los palos literarios, con un balance de calidad excelente, se mida con la vara que se mida.
En este caluroso y esperanzado mes de julio de 2015, presenta la novela que hace el número 39, la ha titulado Marero y la publica Ediciones Contrabando, poco puedo decir que ya no haya dicho del autor, solo que volverá a pasear su galante figura por el Negro Gijón para prsentar Mareo el dia 13 de julio, que lo tengo frente a mí para hablar de Marero y que en la presentación ejercerá de maestro de ceremonia un autor tan especial como Carlos Salem.
Mareo es un libro de relatos, un conjunto disjunto o un rico mosaico ¿no?
Son diecinueve los relatos que integran Marero, muy variados argumentalmente hablando, también en estilo, incluso en su extensión, porque El último inquilino tiene 31 páginas, mientras que Aromas mortales, un micro que es un homenaje en clave de humor sobre la figura de Sherlock Holmes y el Dr. Watson, poco más de una página. Si existe un rasgo en común entre todos ellos es que son fronterizos del género negro y el fantástico, aunque también los hay eróticos, como La esclava, que fue publicado hace dos décadas en la revista Penthouse, de la que era un asiduo colaborador, o humorísticos, aunque muy irreverentes, como El caso del violador recalcitrante. También tienen, como característica común, que casi todos han sido premiados, como el propio Marero, que en 2013 ganó el premio Ignacio Aldecoa, o han aparecido en antologías del género negro, como Sed negra, una especie de Mad Max en los Monegros, que formó parte del volumen Lava negra que editó el escritor cubano Amir Valle para la editorial Verbum, o El último inquilino, que formó parte del volumen Shukran. Espectros, zombis y otros enamorados, que editó Fernando Marías para Imagine Ediciones dentro de la colección Hijos de Mary Shelley.
En el relato se la juega el escritor, porque es como la respuesta de un test o se acierta o se hierra directamente.
Yo siempre digo que el relato, como género literario, es de los más difíciles, porque, por su brevedad, no puedes permitirte nunca bajar su intensidad literaria, tiene que ser perfecto, cuadrar de forma matemática. La novela permite digresiones y bajadas de tono que luego uno puede aminorar su impacto negativo mediante un desenlace espectacular. En mis relatos reconozco la influencia que Julio Cortázar y Borges, más del primero que del segundo, a los que leí con fruición durante mi etapa universitaria en la que me formaba como escritor pero sin la más leve ansia por publicar. El argumento de Vuelo a Orly, que escribí precisamente como exorcismo de mi miedo a volar cuando cayó al océano el avión que partió de Brasil y nunca llegó a París, está muy próximo al mundo cortazariano. Lo mismo sucede con Calle cortada, otro exorcismo, éste escrito en Granada, en un verano pavoroso de calor extremo en el que sufrí la tortura de unas obras inacabables en mi calle que literalmente me bloquearon en mi casa. De la realidad extraigo mis ficciones, a veces mediante la hipérbole, otras apegado a una realidad que a menudo se torna absurda e irreal, muy literaria en cuanto se pone negro sobre blanco.
Es asesino siempre vuelve al lugar del crimen, y los dedos de José Luis Muñoz al teclado para dar otra vuelta de cuerda al género negro.
En el género negro me suelo sentir muy cómodo. A él se adscribe la mayor parte de mis novelas. Al género, canónicamente hablando, pertenecen Última cena en Sofía, que, en realidad, relata una extraña cena con unas más extrañas y misteriosas amistades de Facebook en Nueva York que temí acabara como lo hace el relato. Citarse a ciegas con desconocidos entraña riesgos. Diferente es Fase terminal, uno de los más duros, la recreación de un suceso real acaecido en Barcelona hace una década, en el que un sicario ajustó cuentas con un expolicía que se había pasado al otro lado de la ley y ejerció sobre este la venganza más espantosa que uno se puede imaginar. Y Marero, desde luego, que hace referencia a esa terrible banda latina, la mara salvatrucha, y se centra en un terrible jefe local de Guatemala City, relato inspirado después de leer un magnífico reportaje en El País Semanal.
La creatividad se sustenta en la imaginación pero, después, siempre parte del contacto con la tierra y lo que pasa sobre ella.
Para mí es un desafío poder indagar, mediante la ficción, en territorios que desconozco, o no me motivan especialmente. Ese es el caso de El partido en Haití, un relato fantástico y humorístico sobre una supuesto partido que juega y pierde el Barça en Haití por culpa del vudú; La última corrida, título con buscado doble sentido, se centra en una corrida de toros y en la relación del torero con una especie de mantis carnal que tiene los rasgos de Ava Gardner; el mundo del boxeo, que se mueve con frecuencia en el terreno de la sordidez y en el filo de la legalidad, es el tema de Cristal en la mandíbula, sobre un boxeador que se rebela a un tongo.
Hay narradores que adoptan siempre la primera persona lo que conlleva a que el lector dibuje al personaje con sus rasgos y otros por pudor se esconden en una tercera persona ¿En tú caso en qué lugar te sientes mas cómodo?.
El punto de vista siempre es muy importante a la hora de narrar. Adopto con frecuencia el del narrador omnisciente, que todo lo sabe, pero también me sirvo de la difícil, y siempre fascinante, segunda persona, como por ejemplo en Fumadores clandestinos, en tono humorístico, que dediqué a una buena amiga fumadora y fue premonitorio de todas las leyes antitabaquismo que vinieron luego, a imagen y semejanza de Estados Unidos. Quizá el caso más extremo de punto de vista se dé en Revoloteos, en donde soy una mosca que narra en primera persona un crimen sin saber que eso es un crimen. Ese relato, que resultó finalista del premio Novelpol, tiene la particularidad de haber sido redactado cuando tenía dieciocho años, entre clase y clase en la Universidad. Quién le iba a decir a ese joven que casi cincuenta años después ese relato manuscrito, escrito con bolígrafo Bic en servilletas de bar, iba a ser publicado.
En libro incluye un relato con una teoría de lo que pudo haber ocurrido en el extraño un incendio del Windsor. A mí me parece fascinante el poder del escritor que logra que una simple lucubración, pueda convertirse en una posible realidad digna de ser tomada en cuenta.
Sobre aquellas misteriosas sombras que se vieron durante el incendio del Windsor madrileño, va Llamas de pasión que protagoniza una pareja de pirómanos y formó parte de un libro colectivo, escrito, entre otros, por Andreu Martín, Fernando Marías y Mariano Sánchez Soler, en el que elucubramos, como juego, sobre lo que realmente pasó en el rascacielos incendiado. Ese libro colectivo, del que no hay ejemplares y es una rareza, fue el fruto de una reunión de amigos y lo emprendimos como juego. La literatura tiene que tener un componente lúdico, de hacértelo pasar bien al escritor para que así la transmisión al lector sea perfecta.
Negro sobre rojo, el amor y la muerte. En tú obra el erotismo tiene una presencia rotunda.
El erotismo está siempre presente en mi literatura. Eros y Tánatos se retroalimentan continuamente en mis libros. Tiene que haber pasión para crear. Robinson, que fue publicado en la revista Penthouse, es una vuelta de tuerca al personaje ideado por Daniel Defoe y lo que le pasa cuando recoge de la playa a una bella muchacha nativa de alguna isla con la que no puede cruzar una sola palabra; habla del sexo como un hecho caníbal, y es terriblemente incorrecto. Pero peor, en ese aspecto, por su brutalidad, es La esclava, ambientado en las haciendas algodoneras del sur americano antes de la guerra de Secesión; releer ese relato, veinte años después de haberlo escrito, me produjo un cierto shock; me di cuenta de que era una versión gore, pero muy gore, de la película Doce años de esclavitud, pero escrito mucho antes de que Steve McQueen realizara esa película. Pensé en apearlo de la compilación: es muy salvaje e incluso me escandalizaba a mí mismo que lo había escrito; pero decidí que no, que no debía hacerlo, y ahí está. También es erótico Oscuro despertar, que se publicó en la revista Interviú, en una serie que escribí para la publicación titulada Literaturas galantes; me inspiré en una juerga salvaje, cuando tenía poco más de 33 años, en la ciudad de Valencia en compañía de Ricardo Muñoz Suay; Silverio Cañada, mi primer editor ya desaparecido; Paco Camarasa, el librero de Negra y Criminal; Raúl Núñez, un escritor argentino cuya vida fue desastrosa y fue una de las primeras víctimas en España del sida; Ferrán Torrent, con el que no he vuelto a coincidir desde entonces; y Juan Madrid, con quien todo es posible. Pero no sale en el relato ninguno de ellos, sí en la novela Patpong Road publicada hace dos años.
Por cortesía se dice de los relatos, como de los hijos, que se los quiere a todos igual, que cada uno tiene lo suyo, pero ahora que el libro está cerrado y no nos oyen ¿Tienes alguna predilección?
El último inquilino es un relato muy especial, y creo que de los mejores del conjunto. Fue un relato que escribí en el Valle de Arán por encargo de mi buen amigo Fernando Marías. Tenía que escribir sobre casas y fantasmas enamorados. Un relato gótico, y no tenía ninguna experiencia previa en ello. Recuperé, de mi memoria, una vieja casa del Ensanche barcelonés, próxima al antiguo hotel Ritz, gigantesca, que estuve a punto de comprar en una época de bonanza económica, y el escenario de otra que me llamó poderosamente la atención porque en la antiquísima bañera había restos de sangre, cosa que me echó para atrás a la hora de considerar su compra. Fagocité a un antiguo conocido, de origen ruso, muy literario, todo un personaje, y a una delicada chica francesa, muy melancólica y sensible, que conocía por entonces. Los escritores somos así, incorregibles, tomamos lo que nos conviene de la realidad, creamos personajes de los que nos rodean. Con todos esos elementos, más el muy valioso de un antiguo portero que tuve en Barcelona, con aspecto de gárgola y una labia argentina, podía entretenerte con la puerta abierta del ascensor minutos preciosos, construí una historia gótica, muy romántica y muy inquietante.
¿Quieres añadir algo mas?
Estoy muy satisfecho del trabajo de Contrabando, la editorial valenciana que ha publicado mi libro. Fue un amor editorial a primera vista. Recuerdo que estaba durmiendo en Nueva York, cuando me llamó Manuel Turégano, el editor. Finales de marzo y aquella conversación, que me sacó de la cama (nunca le dije que estaba en Nueva York, así es que ahora se enterará), me pareció del todo irreal. Que una editorial apueste por el relato es un acto de valentía. Tres meses ha bastado para editarlo y que esté en la calle. Marero empieza su carrera, como mis libros anteriores, y espero que guste precisamente por su diversidad temática y estilística, porque el lector va a encontrarse con una serie de piezas literarias que no creerá que no han sido escritas por la misma persona, y está en lo cierto: el tipo que escribió Revoloteos no tiene nada que ver con el que construye El último inquilino. Sus relatos ya vienen avalados por una serie de premios. La primera presentación se hace en la Semana Negra de Gijón, el 13 de julio, y cuento con un viejo amigo como presentador de lujo: Carlos Salem. Luego iré con él a San Roque Negro, un nuevo festival de género que nace al lado de Algeciras; a Málaga, Granada, Madrid, Barcelona, por supuesto, Valencia, Sagunto dentro de Noviembre Negro, y a Francia, al primer festival de Lisle Sur Tarn, que organizan mis buenos amigos Claude e Ida Mesplede a través de la organización Polars du Sud, con motivo que la editorial francesa Actes Sud publica La Frontera Sur, una de las novelas que más aprecio, y la edición de bolsillo de Babylone Vegas, el díptico protagonizado por Mike Demon. El libro ya no se termina cuando se publica.
Solo me queda despedir a al autor y desearle un feliz viaje por ese entramado de semanas negras que anidan y afloran a lo largo y ancho de nuestra geografía, que indican la buena salud del género, que sin duda ha encontrado siempre un sólido difusor en José Luis Muñoz y su obra.