Por NACHO CABANA
Existe entre los teatreros el lugar común de decir que Jardiel Poncela (como Mihura) es un autor poco representado en Madrid, aunque algunos tengamos la sensación (tan poco como corroborada como la apreciación que la origina) que durante los aciagos años en que Pérez Puig dirigió el Teatro Español apenas se subían al escenario obras que no fueran de estos autores (o escritas bajo su influencia).
Nada se le puede reprochar al montaje que Ernesto Caballero dirige en el Centro Dramático Nacional a partir de Un marido de ida y vuelta. No se ha escatimado en medios, catorce actores se mueven por la escena con encomiable ritmo y precisión, pisándose las frases cuando éstas lo requieren pero sin que el respetable pierda una sola línea de diálogo. Un estilo de interpretación acorde con la época en que se escribió el libreto (1939) que no intenta ridiculizar éste ni convertirlo en contemporáneo. Un diseño de vestuario a cargo de Juan Sebastián Domínguez deslumbrante e imaginativo sobre todo en el primer acto. Una escenografía de Paco Azorín que cierra la platea continuando en el escenario los palcos y arquitectura del María Guerrero. Un casting en el que brillan Lucía Quintana en su doble papel de Eloísa (que ya no está debajo de su almendro) y Jacobo Dicenta como Pepe y el propio autor y donde incluso Paloma Paso Jardiel evita todas las trampas que su Etelvina lleva de fábrica. Para colmo, Caballero incorpora con éxito (con la excepción, quizás, de la justificación de la complacencia del autor con el régimen franquista) al texto unas escenas previas al inicio de cada uno de los actos donde se exponen algunos momentos de la vida de Jardiel Poncela, enlazando a éste con el Espíritu Burlón que al español le birló Noël Coward y brindando de paso un par de momentos realmente mágicos escenográficamente hablando.
¿Qué problema tiene, pues, Jardiel, un escritor de ida y vuelta? Pues el propio texto. No porque esté, ni de lejos, mal construido si no porque todo en él resulta terriblemente desfasado. El encadenamiento de frases supuestamente tan brillantes como cómicas resultarían muy divertidas en la década de los cuarenta pero no lo son hoy en día ni siquiera para los espectadores de edad más avanzada. Las situaciones, las reacciones, los personajes pertenecen al teatro popular de otra época muy lejana y en 2017 carecen por completo de gracia. Hay ingenio, claro, pero éste no ha superado el paso del tiempo.
Quizás por ello haya que ir separando la relevancia histórica de algunos dramaturgos de su vigencia a la hora de ser representados.
Más información aquí