Hace algunos días, Gonzalo Muñoz Barallobre publicaba una magnífica reseña sobre uno de los últimos libros que he tenido la suerte de editar, Mirando de frente al Islam (Virginia Moratiel, Ediciones Xorki, 2013). En esta ocasión os hablo de una obra complementaria, que muy bien puede servir de acompañamiento teórico al fantástico ensayo de Virginia Moratiel, en el que lleva a cabo un brillante análisis del papel de la mujer en el Islam.
Aunque en este caso no nos centramos en una novedad editorial (esta publicación apareció en Biblioteca nueva en 2003), en Tarántula intentamos ofrecer al público lector un dispensario de material útil para conformar un bagaje que no pierda ápice de ninguna vertiente cultural. Este libro de Mario Campanini, profesor de Historia del mundo musulmán en la la facultad de Ciencias políticas de la Universidad de Urbino, Islam y política, contiene un prolijo pero mesurado análisis del lugar que ha ocupado la política en la reflexión religiosa del Islam. Asunto, desde luego, muy en boga en nuestros días, plagados de un cuestionamiento religioso proveniente de diversos sectores de la sociedad.
Campanini comienza su reflexión con una afirmación tajante:
El Islam es fundamentalmente una ortopraxis, una doctrina de ética y de comportamiento, dominada más bien por la presencia de un Dios sublime y perfecto, inigualable señor del cosmos, pero específicamente dirigida al foro mundano.
Tenemos ya, pues, dispuestos los dos polos de una cuanto menos interesante relación: la omnipotente divinidad por un lado, y el menesteroso ser humano por otro. Sin embargo, el atractivo del libro de Campanini reside precisamente en que, más allá del nexo puramente religioso, o de la relación metafísica -incluso ontológica y antropológica- que pudiera existir entre Dios y el hombre, sitúa su atención en las derivas políticas que se desgajan de que sea un Dios el que pone y dispone los elementos de un mundo cuyo funcionamiento, en muchas ocasiones, queda fuera del alcance de una posible explicación. Al autor le interesa, en este sentido, «reconducir los problemas de la política y de la gestión del poder al seno de la Ley revelada (shaî’ah)», pues sólo en la «continua confrontación con la palabra de Dios, el universo humano asume un valor y un sentido, incluso en aquellos aspectos -como la política- que estamos habituados a considerar como laicos».
Como muy bien apunta Máximo Campanini,
Se trata, en el Islam, del ambivalente problema de la siyâsah sarî’ah, de la «política según la Ley religiosa». […] En el Islam, el saber humano y de la naturaleza, así como las normas de la vida social, poseen sentido en tanto que remiten a las indicaciones divinas.
Por esta razón, la propia religión del Islam -ya desde su comienzo- toca muy sensiblemente el problema del bien común y de la confrontación entre seres que, aun compartiendo una misma Ley revelada, se enzarzan en continuas luchas de poder que, como digo, son aparentemente auspiciadas por una misma fuente: el Corán. Como asegura David Santillana en Instituzioni di diritto musulmano malicia, «la idea dominante entre los juristas musulmanes es que el Derecho, hecho eminentemente social, si bien divino en sus orígenes, encuentra su razón de ser en la convivencia humana, su objeto es el enlace entre las diversas instituciones a fin de que se articulen. Hasta los deberes para con Dios, los más importantes en el concepto musulmán, son reglamentados en relación con el hombre social«.
La «ontología política» que se desgaja de esta cosmovisión, es que lo bueno o lo malo no lo son en términos absolutos, al menos desde un punto de vista racional, sino que cualquier categoría -no sólo moral, sino desde luego también social o política- viene definida por lo que previamente Dios ha señalado como tal: lo que es, es por decreto divino, y por añadidura es como es bajo la égida de su omnipotencia (inexpugnable desde el punto de vista epistemológico para los seres humanos). En definitiva, «el criterio de distinción entre lo admisible y lo nocivo reside en la palabra divina, no en un presunto derecho natural que valga, gracias a su misma objetividad, para todos».
Así lo explica, por ejemplo, el Hermano Musulmán egipcio Sayyed Wutb (ajusticiado en 1996):
Dios ha establecido para el hombre una Ley a fin de que regule su vida consciente en armonía con su vida natural. Sobre esta base, la Ley no es sino una parte del Orden divino universal que rige (gobierna) la naturaleza originaria del hombre así como la existencia universal, armonizándolas en un solo conjunto.
Una concepción que podría conducir, desde luego, a todo un ejercicio de particular nihilismo, en tanto que se hace no sólo innecesario, sino sobre todo inútil, catalogar las decisiones de la divinidad como justas o injustas, pues cuanto ocurre es necesario y Dios, en suma, no debe rendir cuentas ante ningún tribunal humano o divino. Así, apunto Campanini que
La ley ha sido por Él instituida, mas Él, soberano absoluto de su Reino -el creado- no se encuentra a ella sujeta. Su voluntad se encuentra más allá de toda comprensión humana. […] Su decisión es de todas formas «justa», porque la justicia de Dios no se mide por parámetros humanos.
No dejéis de leer este estudio -escrito en forma de ensayo- de tan entretenida y edificante lectura. En él se nos descubre, nada menos, por qué en el Islam la naturaleza y la ley (la vieja confrontación entre physis y nomos) dependen al fin y al cabo de una revelación, frente a la que hay que rendir una pleitesía que, quizás, hunde al hombre en un inmovilismo poco saludable. Pues, como ya escribiera el sociólogo y filósofo marroquí ‘Abdallâh Laroui (al-‘Arawî), «sabe que la libertad de la que hablan los europeos es probablemente una invención de los ateos, ya que es contraria a los derechos de Dios, de la familia y del hombre mismo. En cuanto a la libertad en sentido legal, la encontrarás definida por Dios en su Libro, clarificada por el Profeta y formulada por los juristas en los capítulos concernientes al problema de la interdicción».