Por NACHO CABANA
“Ahora cualquiera puede hacer música electrónica, solo hace falta un móvil” dice en tono elegíaco uno de los (anónimos hasta los títulos de crédito finales) entrevistados de If I Think of Germany at Night de Romuald Karmakar el primero de los tres documentales dedicados al tecno que hemos podido ver en el Inedit que ahora acaba.
Karmakar filma su película bajo la influencia de Ulrich Seidl: planos largos (en tiempo y tamaño) donde los entrevistados se expresan sin apenas cortes de edición alternados con secuencias observacionales en las que los mismos protagonistas actúan en su vida, en este caso, profesional. Y, aunque prescinde el alemán de la elaborada simetría que preside la obra del autor de En el sótano (2014), no se produce en la producción que nos ocupa la tensión entre forma y contenido que da sentido a la obra del austríaco básicamente porque no es lo mismo filmar de esta manera la agonía de una jirafa a manos de un grupo de imbéciles que a un DJ pinchando en una discoteca.
Eso sí, es de agradecer que Karmakar se haya ido al extremo opuesto del tópico que dicta cómo hay que grabar una sesión de DJ´s así como cierta vocación didáctica al alternar en el audio las pre escuchas con las mezclas finales.
I am Gagarin de Olga Darfy es una película rusa de una hora de duración (qué maravilla que los documentales puedan gozar de flexibilidad en este terreno) que acentúa aún más que el tecno ya no es lo que fue al contar cómo, dónde y quiénes fueron los que estaban en las primeras raves celebradas en la Unión Soviética a partir de la visita de la directora (asidua en su juventud a éstas) a los mismos lugares, en ruina en la actualidad. Busca Darfy y encuentra a algunas de las personas que compartieron con ellos los momentos en que sólo se podía escuchar electrónica en una casa ocupada de Moscú y cómo luego el centro de la acción se trasladó a un museo (hoy también en desuso) dedicado a alardear los avances soviéticos en la carrera espacial.
Hay suficientes imágenes de la época para hacerse una idea de cómo funcionaba todo y, especialmente, para ejercer de contraste a la desolación actual y un plano final de un desfile con impresionantes disfraces que parecen hechos con piezas de Lego gigantes, memorable.
Finalmente A life in the waves de Brett Whitcomb es un más que correcto viaje a los momentos en que todo estaba por inventar en la música electrónica y ésta se confundía con la new age y acababa como música de fondo en anuncios. Resulta particularmente interesante el momento en que Suzanne Ciani, su protagonista, descubre los instrumentos creados por Don Buchla durante los años 60 en el San Francisco Tape Music Center. Una oportuna visita a los orígenes que puede salvar a la electrónica de calidad de morir ahogada en la sobreoferta.