Por NACHO CABANA.
Jesse Rudoy, neoyorquino con suficiente dominio de español (como demostró en el coloquio posterior a la proyección de su película en el In-edit 2023) estaba interesado en investigar la música country fuera de los EE.UU, especialmente en países que nada tenían que ver con su cultura. De esta manera, vía YouTube, dio con los Dusty & Stones, dos primos de Swaziland o Esuatini (un pequeño reino entre Mozambique y Sudáfrica) que enfrentaban la decadencia de su ciudad natal componiendo y tocando country, lo que les había convertido en unas pequeñas celebridades locales.
¿Tuvo la suerte de encontrarse Rudoy en Swaziland grabando a los dos primos cuando llegó la notificación desde Texas y entonces convirtió su documental en el seguimiento de estos hacia su “american dream”?. Evidentemente, no.
Según contó el mismo en el In-edit 2023, tras descubrir al dueto, viajó hasta Swaziland, grabó una serie de entrevistas (finalmente eliminadas de la película) a la manera tradicional. Ya de regreso a su trabajo de montador en NYC, le escribieron sus amigos con la buena nueva del concurso. Rudoy se trasladó entonces a Jefferson y grabó todo lo relacionado con el concurso regresando después al pequeño reino africano donde reconstruyó lo que había ocurrido cuando él ya no estaba.
¿Es por esto Dusty & Stones un falso documental? En absoluto; es de hecho más real que si Rudoy se hubiera limitado a que bustos parlantes nos contaran lo que no se grabó por culpa de la imprevisible cronología de la vida real.
Valga este relato para demostrar que todo documental es real siempre de manera relativa, que, desde el momento en que se registran muchas horas para luego seleccionarlas y editarlas ya se está, de alguna manera ficcionalizando. Y que la construcción de ese relato puede (y es, como lo demuestra esta película) más real que el resultado de un mera observación o entrevistas.
Altamente recomendable, pues, Dusty & Stones al igual que La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric, de César Martínez Herrada; un largometraje documental que tiene su razón de ser en la arrolladora personalidad de su protagonista: Eric Jiménez, batería de KGB, Lagartija Nick y Los planetas; un showman (granadino hasta la médula) al que la corrección política se la trae al pairo, un batería tan enérgico que el resto de músicos con los que toca desean que llegue de resaca a los conciertos, un tipo entrañable cuya trayectoria resume buena parte de la evolución de “indie” español de las últimas cuatro décadas.
La película de Martínez Herrada combina con mucha habilidad el material de archivo con entrevistas a los músicos que han trabajado con Eric (también con su hermano para cubrir la parte de infancia y -disfuncional- familia) así como una suerte de monólogos de este que al principio pueden parecer guionizados pero que pronto se revelan fruto de la irresistible verborrea del batería.
La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric es una estupenda manera de pasarlo bien antes de cerrar tomando cubatas el bar más cercano.