Por NACHO CABANA
Lo pasó tan mal el año pasado el Festival barcelonés In-edit (se le juntó la retirada del patrocinio de una marca de bebidas con las manifestaciones independentistas) que su director, Cristian Pascual, arrancó el pasado jueves la edición 2018 aclarando que el certamen no se había convertido en bianual y agradeciendo la fidelidad a los aficionados que el año pasado, a pesar de todo, llegamos hasta la calle Aribau a ver documentales musicales.
The king de Eugene Jarecki fue la película inaugural. “A mí me daba también un poco de pereza el tema Elvis” confesó Pascual “pero este largometraje es mucho más que eso”. Y llevaba razón. Jarecki agarra el Rolls-Royce que perteneció a El Rey y visita con él los lugares claves en los que se desarrolló la vida y la carrera de éste; subiendo al vehículo a personas que le conocieron, admiradores, músicos -profesionales o amateurs- y a Ethan Hawke a quienes entrevista o simplemente escucha cantar.
Fue precisamente durante la visita, no a la casa natal del mito en Memphis (cuidada y exhibida para consumo del turismo global), sino al barrio negro y marginal en el que Presley pasó su infancia cuando Jarecki comprobó que los estadounidenses que estaban jodidos y marginados en la posguerra lo siguen estando en 2017 al igual que sus descendientes, con la diferencia de que antes creían en lo que se conoce como el “American dream” y ahora ya no.
De esta forma, con el apoyo de entrevistas a pensadores muy críticos con la política y los supuestos valores universales gringos, va tejiendo el autor de The trials to Henry Kissinger un retrato de Elvis como marioneta de las diferentes encarnaciones del capitalismo que conforman la sociología USA: la industria del disco (con ese manager que se quedaba con el 50% de sus ingresos, se negó a hacer giras internacionales porque no tenía pasaporte y acabó recluyéndole la jaula de oro llamada Las Vegas ), el ejército (que utilizó su servicio militar para conseguir carne fresca que mandar al Vietnam), el cine (donde llegó a protagonizar 31 películas de serie B que nada le aportaron) y, finalmente, la industria farmacéutica que acabó destruyéndole.
Durante el rodaje de The king, se produjo el ascenso de Donald Trump hasta la Casa Blanca. El gran acierto de Jarecki (y el de sus montadores Simon Barker, Alex Bingham, Èlia Gasull Balada y Laura Israel) fue cruzar todo el material con y sobre Elvis con referencias (ajustadas y precisas) sobre lo que estaba sucediendo en la América profunda de 2016 para acabar proyectando la leyenda y el tiempo del rey del rock sobre el enorme país que estaba a punto de elegir para el cargo a un tipo que no era sino la caricatura de sus supuestos valores universales.
Un trabajo excepcional que toca el cielo en sus últimos minutos con el montaje paralelo de la desgarradora última interpretación de Unchained melody por parte de un Elvis destrozado e imágenes de algunas de las cosas que ocurrieron en EE.UU desde ese momento hasta hoy. Una película con serias posibilidades de meterse en la temporada de premios 2019.
Dialoga bien con la anterior otra de las producciones más esperadas (y de ambicioso planteamiento) del In-Edit. MATANGI / MAYA / M.I.A de Steve Loveridge,cuenta el ascenso de M.I.A (una cantante de hip-hop nacida en Sri Lanka, hija de uno de los fundadores de la guerrilla Tamil y emigrada a Londres en su infancia) al olimpo la fama (nominada al Óscar a la mejor canción original por Slumdog millonaire) en paralelo con las sucesivas visitas a su país natal (sumido durante años en un cruel conflicto militar) y la adquisición por parte de la artista de una conciencia social e histórica que tiene que compaginar con la globalización de su éxito.
La película tarda un poco en llegar a su tema central, esto es, ¿por qué molesta tanto a determinados medios y ciudadanos que haya personajes públicos ricos que usen su fama para denunciar las injusticias que corretean por el mundo? Lo mismo que le pasa en España a, por ejemplo, Javier Bardem con La Caverna le ocurre a M.I.A con el conservadurismo estadounidense. Opinadores incapaces de entender que alguien de su franja económica no sea tan insolidario como ellos.
El discurso de M.I.A denuncia así mismo la hipocresía de los medios bienpensantes, que ignoran por completo cuando la cantante cuelga en sus RR.SS el video de una ejecución real ocurrida en su país natal pero se rasgan las vestiduras por un videoclip donde un grupo de pelirrojos son (falsamente, claro) secuestrados y ejecutados. O que la N.F.A le exija 15 millones de dólares de indemnización por hacer la peineta (el gesto con el dedo índice interpretado como “jódete”) tras su actuación junto a Madonna en la Superbowl.
“Todo se torció cuando Reagan le preguntó al pueblo estadounidense si prefería que los niños se pudieran hacer el test del SIDA o tener una piscina privada y eligieron lo segundo” dice uno de los entrevistados en The king y explica cómo está el estado de las cosas en el mundo anglosajón actual.
El discurso de Rubén Blades en Yo no me llamo Rubén Blades de Abner Benaim, entronca también con lo anterior. Blades (que se presentó a la presidencia de Panamá en 1994 y el año pasado comenzó a coquetar con la posibilidad de volver a hacerlo en 2019) sigue siendo un referente para todos los panameños (emigrados o no). Cuenta el cantante en el largometraje cómo algunas personas menosprecian las denuncias que hace sobre la situación en su país nada más por vivir en Nueva York.
El documental (“que es parte de mi testamento” según él mismo) comparte con The king la estructura de ir visitando (aunque, como es lógico, en esta ocasión de la mano del protagonista) los lugares clave en la vida del salsero al tiempo que se traza un retrato de su vida en la actualidad sin histrionismos ni altibajos.
Y, si, se canta Pedro Navaja.