HOMBRE LOBO de Leigh Whannell.
Por NACHO CABANA.
Lleva ya muchos años Universal intentando sacar rentabilidad de sus monstruos clásicos pero no logra repetir el éxito de aquella The Mummy de Stephen Sommers con Brendan Fraser (y su secuelas), estrenadas a caballo de los siglos XX y XXI.
Lo intentaron con Van Helsing (también de Sommers) en 2004, sucumbieron trece años después a la tentación de crear un “monsterverso” con La momia de Alex Kurtzman para la que reclutaron nada menos que Tom Cruise pero la única película que les ha funcionado realmente ha sido Hombre Invisible con Elizabeth Moss y dirigida por el mismo realizador de este Hombre lobo que ahora se estrena y coproducida, como la anterior, con Blum house.
Al no recurrir, como en El hombre invisible a un “gran tema” (la violencia de género) que diera una dimensión social al terror clásico, Whannell opta en este Hombre lobo por focalizar su historia, no en el humano que se va transformando en bestia sino en las víctimas de esta dando lugar a una suerte de “survival film” donde el acoso del monstruo a la familia protagonista se convierte en el leit motiv de la narración.
Estamos, para entendernos, más cerca de la primera entrega de Un lugar tranquilo de John Krasinski que de los Aullidos de Joe Dante o de aquel inolvidable Un hombre lobo americano en Londres de John Landis.
Hay transformaciones en Hombre lobo, sí, pero solo en el último tercio de película. Tras un, digamos ajustado prólogo que renuncia al efectismo, se produce una sucesión de situaciones de peligro no demasiado originales pero eficazmente resueltas. No hay lo que elevaba a El hombre invisible a otra dimensión: una situación dramática que se retroalimente con lo terrorífico.
Aunque queda claro el objetivo de porqué han sido diseñado así, los hombres lobos distan bastante de ser todo lo impactantes que deberían. Se ha querido priorizar la morfología humana sobre la animal pero ha sido a costa de que los licántropos puedan confundirse con algunos de los sin techo que duermen este invierno en soportales y plazas de todo el mundo.
Está, como siempre, muy bien Julia Garner en su papel de madre harta de su familia así como Christopher Abbott que interpreta a un marido situado en una cierta encrucijada de difícil salida.
Como ya ocurría en Nunca te sueltes de Alexander Aja, la fotografía nocturna en el bosque (de Stefan Duscio) evita los reflectores detrás de cualquier árbol por lo que todo es bastante realista mientras que la partitura de Benjamin Wallfisch responde fielmente a los cánones del género.
Habrá que esperar a ver lo que ha hecho Guillermo del Toro en su Frankenstein con Jacob Elordi, Mia Gotz, Oscar Isaac y ¡ay! Christopher Waltz para saber si, por fin, los monstruos de Universal vuelven a reinar como lo hicieron hace casi un siglo.