Hölderlin no estaba loco: con este contundente título nos sorprende José Ignacio Eguizábal en su último libro, editado en La Isla de Siltolá. En apenas 140 páginas, el autor reflexiona sobre los años más oscuros -aunque no por ello menos prolíficos ni menos lúcidos- de Hölderlin, y pone en relación su pensamiento con el de filósofos de la talla de Nietzsche o Hegel.
El volumen recoge, además, un compendioso y representativo capítulo en el que podremos leer algunas de las citas más importantes de este inmortal poeta y pensador alemán.
[…] pues muy a menudo, bajo las estrellas, el extravío
como un hálito enloquecedor apresa mi corazón,
y no sé a dónde dirigirme.
Hölderlin, El Archipiélago
Johann Christian Hölderlin nacía el 20 de marzo de 1770 en Lauffen am Neckar (Suabia). Destinado a la carrera teológica, algunos años más tarde (1784) ingresa en un colegio preparatorio para el seminario, donde estudia hebreo, latín y griego, descubriendo a sus primeros poetas (Klopstock y Schiller), y donde escribe también sus primeros versos. En 1786 ingresará en el seminario de Maulbronn, donde nace su amistad con Inmanuel Nast y se enamora de la prima de éste, Louise Nast, hija del administrador del seminario. Añade a sus lecturas de Schiller y Klopstock las de Schubart, Wieland y, sobre todo, Ossian. En 1788 accede en calidad de becario al seminario de Tübingen, rompe su relación con Louise Nast y se enamora de Elise Lebret, hija de uno de sus profesores, aunque tal amor durará poco tiempo. Funda entonces junto a sus amigos Magenau y Neuffer la “Liga de los poetas”.
El himno a la vida del mundo sólo se deja escuchar en nosotros en el fondo del dolor.
Hölderlin, Hiperión
Tras el repentino deterioro de su salud, su amigo Sinclair ingresará a nuestro protagonista en 1806 en una clínica de Tübingen sin que su estado llegue nunca a mejorar. Un año más tarde, un ebanista llamado Zimmer, embriagado de la lectura del Hiperión, visita al poeta en la clínica y decide llevarlo a su casa, donde Hölderlin permanecerá hasta su muerte en 1843, dedicando su talento a la composición de poesías y breves piezas musicales, alternando la creación con largos paseos por los parques y alrededores de la ciudad. Siempre permanecerá fiel a su Hiperión, que recita en voz alta y del que lee pasajes a sus visitantes.
Como apunta José Ignacio Eguizábal, refiriéndose a estos años de reclusión,
Nuestra melancolía se queda sin fundamento: Hölderlin estaba loco. Hölderlin estaba enfermo. Cualquier lectura sobre su demencia ha de asentarse sobre el suelo firme de la enfermedad mental o sin eludirlo. […] Si observamos la obra y la vida del poeta podemos comprobar cómo pronto fue adquiriendo conciencia de su enfermedad, cómo presintió su desenlace fatal y cómo, heroicamente, lo aceptó.
Y es que, como ya escribiera el propio Hölderlin, sólo aquello que posee vida propia y genuina es indestructible; así sucedió con su genio creador, que -en sus palabras- continuó siendo libre «incluso en su más profunda servidumbre».
Lloramos a los muertos como si ellos sintieran la muerte, pero los muertos están en paz. El dolor que no tiene igual, el sentimiento ininterrumpido de la aniquilación total se produce cuando nuestra vida pierde su significado de esta forma, cuando el corazón se dice: tienes que morir y nada quedará de ti.
Hölderlin, Hiperión, I.1
Este breve pero conciso y entretenido ensayo (que son muchos, a la vez), nos pone sobre la pista del sentido de la locura en la vida del poeta Hölderlin. José Ignacio Eguizábal consigue la proeza de aportar, a través de una conseguida pluralidad de enfoques, algo más de luz sobre la sombra hölderliniana -tan tratada, por lo demás, desde su muerte-.
Es a mi juicio el pequeño texto que cierra el volumen, dedicado a la belleza, lo más original y bello de este librito cuya lectura -amena y ligera en las formas, pero sustanciosa en el contenido- os recomiendo. En él, José Ignacio Eguizábal (escritor y ensayista prolífico, doctor en Filosofía) traza una certera reflexión sobre la propia belleza, que parece haber caído presa del mercantilismo más burdo:
La belleza no es el comienzo de lo terrible, la belleza es una revelación aunque aparezca hoy como un envoltorio, un engranaje más del sistema. […] La belleza se vende para entretenernos y está sometida a las lees que el mercado impone a todo lo que es capaz de absorber. Será así lo intrascendente, un aditamento, señales en el decorado. Intrascendente en sí misma porque no se espera de ella nada más que el entretener.
Pero, como en el caso de Hölderlin, que de alguna manera da título y razón de ser a este libro, en palabras de Eguizábal, «la belleza, el arte cuando es verdadero, no cae en manos de la ratio sino que se abandona al soplo divino de la inspiración». Una inspiración que es estudiada en Hölderlin no estaba loco con sobresaliente sensibilidad -exenta de pedantería ni diletantismo-, y que hará pasar un buen rato a todo lector interesado en el poeta alemán -y sus derivas contemporáneas y extemporáneas-, la filosofía y el pensamiento del XIX.
La revelación del arte verdadero manifiesta, al contraste con el mundo, la denuncia de lo que es y la promesa de lo que puede ser.
José Ignacio Eguizábal