Hacia la densidad cero

Hacia la densidad cero

 

La virtud de nuestro tiempo pasa por su levedad. Desde el cine a la música, pasando por las artes plásticas, la sensación, desde hace casi treinta años, es de un aleve ser. La densidad, el peso específico han descendido muchos grados.

En cine, sin ir más lejos, la mayor parte de los films parece recrearse en levantar paredes maestras de la consistencia de una pompa de jabón, con el consiguiente proceder y rumiación que consiste en desarrollarlas con sutileza suma. Tanta sutileza que se confunde con la inanidad, muchas veces.

Es obvio que con estas cuestiones no conseguiremos obtener fácilmente obras maestras con el tenor o espesor que ha venido siendo habitual a lo largo de la Historia. Es la muy soportable levedad del ser, y de ahí deriva la decadencia del dramatismo en todas sus facetas, incluyendo la vida cotidiana.

Pues si vivimos tiempos aleves, la gravedad cae fuera de contexto y nos suele pillar enfrascados en mundos virtuales, que van desde la televisión basura hasta las redes sociales.

En este mundo virtual, que tan bien casa la tecnología con la ideología imperante en nuestro tiempo, las redes sociales, como Facebook, gozan de una liviandad simbólica: lo que está en Facebook no pesa casi nada. Por ejemplo, ¿quién soportaría 300 (o mil) amigos?

¿Quién aguantaría las cataratas de cordialidad, o de odio, que a cada instante se despeñan por la red? La sociabilidad no se ha incrementado exponencialmente para poder atender en tiempo real a centenares de amigos, o de enemigos.

Así pues, depositamos simbólicamente en cada uno de ellos mucho menos de lo que requeriría una relación real, de proximidad. La mayor parte de nuestros amigos virtuales son meros rótulos que no enmascaran sino el vacío.

En otros casos, los menos, disponemos de unas mini-redes sociales que conforman el jardín que realmente queremos cultivar, las expresiones de amicalidad que deseamos preservar del aleve aleteo.

A modo de muñecos o muñecas -de casita de muñecas- los componentes de esas mini-redes nos sirven fundamentalmente como paño de lágrimas o receptáculo de alegrías encapsuladas, pues no se extienden más allá, a otros territorios de nuestra personalidad o nuestro comportamiento como seres humanos reales.

En suma, son el equivalente de algún juguete o del amigo invisible de los niños. La infantilización simbólica y afectiva de las relaciones sociales es otra consecuencia lógica de su vaciamiento o pérdida de densidad.

Jugamos a creernos que estamos tratando con otros seres humanos en pie de igualdad, pero el hecho cierto es que están confinados dentro de los límites que circundan al teclado de nuestro ordenador o de nuestro móvil.

Otra cosa bien diferente es cuando se da el salto de lo virtual a lo real, por medio de llamados telefónicos, cartas o encuentros reales. Pero ahí ya olfateamos, palpamos a seres que pierden por ello su condición de fantasmas bíticos de algún cuento de hadas electrónico.

Autor

Soy José Zurriaga. Nací y pasé mi infancia en Bilbao, el bachillerato y la Universidad en Barcelona y he pasado la mayor parte de mi vida laboral en Madrid. Esta triangulación de las Españas seguramente me define. Durante mucho tiempo me consideré ciudadano barcelonés, ahora cada vez me voy haciendo más madrileño aunque con resabios coquetos de aroma catalán. Siempre he trabajado a sueldo del Estado y por ello me considero incurso en las contradicciones que transitan entre lo público y lo privado. Esta sensación no deja de acompañarme en mi vida estrictamente privada, personal, siendo adepto a una curiosa forma de transparencia mental, en mis ensoñaciones más vívidas. Me han publicado poco y mal, lo que no deja de ofrecerme algún consuelo al pensar que he sufrido algo menos de lo que quizá me correspondiese, en una vida ideal, de las sempiternas soberbia y orgullo. Resido muy gustosamente en este continente-isla virtual que es Tarántula, que me acoge y me transporta de aquí para allá, en Internet.

2 comments

  • Fiel reflejo de la sociedad actual y las nuevas tecnologías, donde las ciber-relaciones también tienen cabida. Este es un formato más impersonal, aunque porqué no, con posibilidades de un final feliz y presencial.
    Un denso abrazo para José Zurriaga, ese gran diseccionador de sociedades.

    Contestar
    • Muchas gracias, Javier Ubach por tu benévolo y cariñoso comentario. Las redes sociales son el emblema del mundo virtual actual. Sabemos de donde venimos, pero, por supuesto, no a donde vamos…no queda otra que perseverar en nuestro ser. Un saludo, Javier.

      Contestar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *