Las novelas graciosas, en caso de ser realmente novelas graciosas graciosas, lo suelen ser un tercio de la novela, principalmente cuando la novela graciosa es larga. Además las novelas graciosas si no son tristes, no son graciosas. Gordo de feria (Anagrama,2021) es muy graciosa y muy triste en todos sus pliegos. El libro no deja de ser una tremenda chorrada sin pretensiones, lo cual es absolutamente brillante y difícil de conseguir. Por lo tanto es una bobada que engancha muchísimo y está maravillosamente escrita. Para conseguir eso, no es necesario demasiado trabajo, pero sí que se determina como imprescindible la chispa y el talento, al contrario de muchísimos escritores que trabajan mucho y tienes carencias de ingenio, Esther se pasa toda la novela disparando fugaz y concisa. Al grano. Trabaja poco, pero divierte mucho.
Esther García Llovet es como una escritora sin máscara, sin personaje, una chica a la que hemos pillado en casa escribiendo mientras se le pochan unas cebollas en la sartén, de pie, o tumbada en el sofá, sin mucho protocolo y sin grandes tochos de la Biblioteca Nacional para documentarse, escribiendo como quien se abre una cerveza y se pone unas aceitunas. Esa cosa liviana y brillante de los escritores que saben escribir por escribir. Esther sabe, el lector lo nota. Gordo de Feria requiere tan poco esfuerzo de lectura, que parece haberse escrito del tirón. Para los chinos, para los humoristas gitanos irritados con los chistes de gitanos de los humoristas payos, para los gordos, para los estafadores, para los enganchados a Tinder, para los ovnis, para los camareros, aquí hay para todos. Porque posiblemente todos también somos nosotros. Para el absurdo y lo grotesco, los caminos del mundo:
Cheddar en cada episodio saca a un voluntario del público y lo pone a comer huevos fritos y lacón y Panteras Rosas y quedo Cheddar hasta reventar. Es humor y es terror, lo pilla enseguida, el chino. Y es un taquillazo.
Para las discotecas del desierto, los ovnis y la poesía:
La disco Fogonazos tenía un neón encima que se ve desde mil kilómetros a la redonda, es lo único visible bajo el cielo vibrátil y abrasador de la costa, se ve tan bien que probablemente hasta aterricen ovnis en los alrededores, en el desierto de polvo de hueso lunar.
De fondo Madrid, un Madrid contemporáneo, descriptivo y metafórico, de Semana Santa y de verano de Agosto, que viene a ser lo mismo, con chinos y gente bala perdida de la vida, ese Madrid semivacío de Almagro y Chamberí, tanto de hastío como de aventura latente de verano, como en las grandes capitales, de gente perdida, graciosa e infeliz, cóctel maravilloso. Castor está agotado de ser humorista y Julio Céspedes (que tiene nombre de señorito, pero no lo es) está agotado de ser camarero, son dos gotas de agua, Castor es arribista y Julio es indolente, apático y sumiso, y los chinos están por todas partes, en Usera, en sus tiendas de alimentación viendo la tele o jugando al Spider, en las discotecas del Almería y en las series de las televisiones.
En mitad de un montón de escenas estrafalarias en lugares y cabezas absolutamente contemporáneas, tiene Esther García Llovet un estilo tan atrayente, que dialécticamente es casi primario (verborrea y facundia de Esther y sus personajes, la justa), el estilo agradecido y gozoso, que implica la gran sagacidad.
En ningún momento, pese a otras denominaciones en contrario de la prensa, he entendido Gordo de feria como una novela negra, sino con un paseo por la desgracia ajena y el azar, que da mucha risa y mucha pena. Un retrato poliédrico de vidas desnortadas, muy tristes. Y muy graciosas.