La vida en tiempos de guerra es una versión totalmente libre de Casa de muñecas de Henrik Ibsen, dramaturgo y poeta noruego nacido en Skien el 20 de marzo de 1828. Francesco Carril, se apoya en el texto de Ibsen para crear una obra muy personal y confiesa que le interesa más la motivación que mueve a la gente que el propio movimiento. El teatro es voz y movimiento, pero sólo cumple su verdadera función cuando el público percibe la necesidad que motivó al autor a escribir el texto.
El escenario elegido por Carril para representar La vida en tiempos de guerra, es arriesgado y peculiar, se trata del hall del madrileño teatro Lara, por lo que los actores son observados desde tres puntos diferentes, teniendo como único cobijo un sola pared donde sentados en un banco permanecen durante toda la representación.
Retomando las palabras de Francesco Carril, la obra del autor noruego significaría el movimiento y la creación, Carril sería quien nos hace llegar a la motivación poniendo de manifiesto la soledad en que viven los cinco personajes sin excepción: Cristina, que ronda la casa en busca de una seguridad; Nora, que vive con el miedo de que se conozca su verdad; Helmer que teme que se pueda deteriorar su imagen social; Krogstad, que tiene miedo a que se le niegue la posibilidad de reinsertarse. El miedo de los cuatro en su forma es distinto pero en el fondo es el mismo, es un miedo a ser rechazados y abandonados si se les conoce realmente tal y como son. El quinto personaje es Rank, que siente el miedo que engloba a todos los miedos: el miedo a la disolución del yo que significa la muerte.
La obra se presenta como una declaración de principios, y cada uno de los actores antes de ser personaje dicen una cita de diferentes autores –Albert Camus, Fernando Pessoa e Ingmar Bergman-, que oídas una a una parecen inconexas, como lo son las piezas de un puzle sin armar, pero según avanza la función van tomado sentido y otorgando solidez a la obra de Carril, que se teje en el aire, sugiere, provoca e incita a la reflexión.
Los cinco actores están dirigidos de una manera muy compensada y cada uno tiene un momento donde el escenario es suyo: Paloma Zavala, presta una frescura lozana a una Nora que vive pendiente de un hilo porque guarda un secreto ante todos, pero lo que más teme es la reacción de su marido Helmer si se llegase a enterar, porque él es inflexible ante los errores ajenos. Julio Hidalgo interpreta un Helmer impecable en su ruin grisura; se trata de un hombre que impone y predica una ética que no pone en práctica cuando llega el caso, sin experimentar culpa alguna, a condición de que nunca se sepa y esa realidad corta el hilo y da alas a Nora. Mámen Camacho representa en una forma totalmente creíble a Cristina, amiga y confidente de Nora que siempre está -en estos casos no queda claro si este tipo de amistad es una ayuda o un lastre. Georbis Martínez pone voz y gesto con mucho acierto a Krogstad, un personaje oscuro y difícil, y lo compone confundido y hondo, chantajista por obtener una oportunidad para reintegrase en la sociedad, doliente como deudor por una culpa del pasado y acreedor de la sociedad que no le da una oportunidad para dejar de ser un proscrito. El personaje más limpio de toda la función, tanto en el texto original de Ibsen como en la libre adaptación de Francesco Carril, es Rank, al que interpreta Antonio de Cos de una forma sosegada, otorgádnosle mucho atractivo. Rank es amigo de Helmer y está enamorado de Nora, y cuesta entender como Nora pierde este tren y continúa jugando en la casa de muñecas de Helmer; aunque ya es tarde porque Rank está a punto de morir y aún así es el personaje el más luminoso.
Sin duda otro acierto de Carril es cuando los actores abandonan sus personajes y se encaran literalmente con el público y cantan en tres momentos diferentes: The guests, de Leonard Cohen, You can never hold back spring, de Tom Waits, y Ave Maria, de Caetano Veloso, se siente su aliento, su calor y su pulso tan cercano como el del espectador que tenemos sentado al lado y se establece una complicidad que emociona.
El espectáculo cumple su propósito, Francesco Carril nos hace sentir la verdadera motivación que en este caso no mueve a los personajes sino que los paraliza, y no es otro que el miedo. El miedo a no ser aceptados, a no ser queridos. Olvidamos que ya no somos frágiles bebes ni corremos el riesgo de morir si somos abandonados, ese miedo siendo adultos es sólo un fantasma, siendo mayor el dolor que nos proporcionamos con nuestra fértil imaginación, que nos paraliza ante temores que no se van a cumplir nunca, porque lo que realmente nos pueda ocurrir con toda seguridad será distinto.
¡Enhorabuena señor Carril!
«La vida en tiempos de guerra», se puede ver el martes 8 de octubre en el Teatro Lara de Madrid
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