La radicalidad exhibida por The Major (2013) de Yuri Bykov de la que hablamos hace dos crónicas ha tenido continuidad en tres largometrajes exhibidos en el festival de Cine de Autor de Barcelona que alejan esta discutible etiqueta de la lentitud y el tedio con la que a veces se identifica.
Noaz Deshe es un director israelí que vive a caballo entre Alemania y Los Angeles. Hace unos años se encontraba trabajando conjuntamente con la Alianza Francesa en Dar Es Salaam (Tanzania) preparando y ejecutando unos talleres para gente local cuando descubrió un reportaje grabado con cámara oculta que documentaba el mercado ilegal tanzano de miembros amputados a personas albinas. Sus compradores pensaban que la posesión de estos les traería prosperidad, salud y un inusitado vigor sexual. Fascinado y horrorizado por el asunto, Deshe descubrió que se pagaban de 500 a 5000 dólares por las manos, piernas, los genitales o corazones de albinos (en un país donde la renta per cápita anual apenas llega a los 500 dólares anuales), que los brujos eran los enlaces para su comercialización y que 73 eran los ataques documentados en los dos años anteriores pero existían cientos de asesinatos documentados desde 2007. White Shadow es el primer largometraje de ficción de Deshe tras apenas dos documentales de corta duración. Cuenta la historia de un niño albino que se ve obligado a escapar de su aldea tras el asesinato de su padre a manos de estos bárbaros mercenarios y su devenir (escapando, siempre escapando) tanto por zonas rurales como urbanas. Con semejante material, el máximo error que podía haber cometido Deshe hubiera sido edulcorarlo aunque sólo fuera dotándolo de una estructura dramática convencional como hizo Kim Nguyen con los niños soldados africanos en Rebelde (2012). No lo ha hecho. Es más, ha filmado esta odisea con la más absoluta radicalidad: cámara en mano, casi sin luz en las secuencias nocturnas y retratando (como en el mejor de los documentales) las estaciones de autobuses, las carpinterías de ataúdes, los bosques, los prostíbulos y los suburbios por las que se desarrolla el periplo vital de Alias, el albino protagonista. Deshe hace que el espectador huela y mastique el humo, el barro, el miedo. ¿Cómo ha sido posible rodar una dramatización así en medio del caos real? Grabar un documental puro y duro ya hubiera resultado complicado pero… ¿una ficción con actores no profesionales? ¿Cómo logró el equipo, por mínimo que fuera, sacar suficiente material útil en esas condiciones?
La respuesta la dio el propio director tras la proyección. No hay nada de documental en la película. Todo ha sido recreado en localizaciones reales llegando a usar hasta 2000 extras en algunas secuencias. Para la mencionada escena de la estación de autobuses se montó todo el movimiento de figuración y actores en un descampado antes de trasladarse al escenario real que estaba cerrado y acotado para la filmación. Algo que encareció enormemente la producción y que pudo ser posible, entre otros, por la participación del actor Ryan Gosling en la financiación.
White shadow es un shock para el espectador, de una crudeza difícilmente imaginable y uno de los mejores largometrajes que he visto en lo que va de año. Es una lástima que Deshe recurra más de la cuenta a secuencias oníricas y a diálogos en off para vertebrar su catarata de imágenes. Alargan la proyección en exceso y (dado que no hay demasiada diferencia entre su forma de filmar ensoñación y realidad, lo que por otro lado es un acierto) hacen algo confusa la decodificación de su relato por parte del espectador. Lo que, que quede claro, no merma ni un ápice su fuerza.
Otro título bastante radical (aunque se mueve en terrenos relativamente más asumibles) es Blue Ruin de Jeremy Saulnier que anteriormente sólo había dirigido una comedia de terror titulada Murder party (2007). Su nueva realización es una espléndida historia de venganza escrita por él mismo pensando en lucirse como realizador en cada plano. Y lo consigue. No hay en Blue Ruin una sola secuencia mal filmada, la cámara siempre está en el mejor sitio posible y los planos duran exactamente lo que tienen que durar. Comienza tomándose bastante en serio a sí misma (lo que provoca un saludable y catártico mal rollo en el espectador) para luego entrar en el terreno del humor negro y acabar con una serie de giros narrativos creíbles y bien hilvanados. Excelente Macon Blair encarnando a un protagonista que pasa por muchos estados de ánimo pero siempre dentro del desquiciamiento. Moverse tan bien entre ellos sin caer en la sobreactuación es un mérito tanto tanto de él como de su director. Hay, eso sí, alguna trampa de guión más o menos bien disimulada.
Magníficamente realizada y editada también está Things people do (2013) debut en la dirección del israelí Saar Klein, montador nominado al Óscar por La delgada línea roja (1998) de Terrence Malick y Casi famosos (2000) de Cameron Crowe. Se trata de un cruce bastante afortunado entre La vida de nadie (2002) de Eduard Cortés y Breaking bad (2008-2013) de Vince Gilligam que agarra de la primera la (ya un tanto manida) trama del pobre diablo (en esta ocasión un agente de seguros demasiado generoso con sus clientes) que es despedido de su trabajo e intenta mantenerlo oculto a su familia mientras encuentra otro medio de vida. Con la creación de Vince Gilligam coincide en el retrato del Alburquerque donde se desarrolla la acción de ambas y en el “amateurismo” del rol principal a la hora de transitar por los caminos del mal. Perjudica (algo) a Things people do una cierta previsibilidad (evitada parcialmente por el tratamiento nihilista que se da al personaje del policía encarnado por Jason Isaacs) y una tendencia a rodar las secuencias idílico-familiares mimética a la de Terrence Malick en la desquiciante El árbol de la vida (2011).
Para terminar, los cineastas griegos sigue demostrando que saben sacar de la crisis económica películas radicales y extremas que huyen del buenismo y la denuncia social tan caras por estas lides. Luton (2013) ópera prima de Michalis Konstantatos, coescrita por éste junto a Stellos Likouresis y producida por los responsables de Canino (2011) de Giorgos Lanthimos, sigue a tres ciudadanos sin conexión aparente que no viven precisamente el mejor de sus momentos vitales. Una abogada que pasa su jornada laboral haciendo colas en oficinas del gobierno y aficionada a masturbarse en los probadores de la sección de ropa interior de los grandes almacenes; un cincuentón que regenta una tienda de conveniencia y que sólo tiene sexo con su mujer cuando él cumple años y un adolescente totalmente incomunicado con su familia. Los elementos inquietantes van siendo mostrados muy poco a poco hasta llegar a un (excelente) montaje paralelo final que pone en relación a los tres caracteres al tiempo que revela lo que se puede encontrar en las sociedades en crisis apenas se atraviesa un poco la primera y resignada capa.
El festival le acaba de otorgar el Premio de la Crítica al Nuevo Talento D’A 2014 a la película francesa Mouton dirigida y escrita por Marianne Pistone y Gilles Deroo. En palabras del jurado se trata de «una obra muy interesante en la que confluyen dos corrientes importantes del cine contemporáneo: la ficción a partir de un registro documental y la narración fragmentada. Esto da lugar a una estructura poética y enigmática». Mouton también ganó en el Festival de Locarno el premio a la ópera prima y el premio Especial del Jurado.
La mención al temible Bruno Dumont en la sinopsis de esta película me ha hecho mantenerme alejado de ella y así voy a seguir.