Resulta una estupenda idea inaugurar un festival de cine de autor con una comedia aunque luego el rendimiento cómico-autoral de ésta deje bastante que desear. El largometraje que abrió el pasado viernes la cuarta edición del “Festival de cine de autor de Barcelona” (D´A) fue Un castillo en Italia (2013) de Valeria Bruni Tedeschi (inminente su estreno en salas de la mano de Paco Poch). Se trata de una película bastante confundida. Para empezar, la acción se desarrolla entre Francia, Suiza e Italia y la directora no parece tener interés alguno (excepto en un plano con la torre Eiffel) en situarnos espacialmente en cada momento. No es que el “dónde” tenga especial relevancia, pero estar pensando a cada rato en qué país se desarrolla la acción te distrae a la hora de seguir una historia donde las secuencias cómicas o semicómicas trascurren sin preparación ni consecuencia, casi como si de una sucesión de sketches protagonizados por los mismos personajes se tratara. Un castillo en Italia funciona a golpe de ocurrencia incluso en los momentos en los que quiere asomarse al drama (esa apuntada relación enfermiza entre los hermanos) sin que su directora se haya preocupado por encontrar un tono a su realización, tan desaliñada como el guión. Cuenta, eso sí, con buenos intérpretes, empezando por la misma Valeria Bruni Tedeschi adecuadamente acompañada por Louis Garrel, hijo de Philippe Garrel, director de otra película vista en el certamen: La jalousie (2013).
La jalousie tiene dos ventajas es francesa (como la anterior) y es corta. Lo primero se traduce en una exquisita fotografía en blanco y negro de Willy Kurant que llena por completo el formato 16:9 en que ha sido rodada. Su escasa duración evita el aburrimiento y la irritación que puede provocar la explícita intención de su realizador de dejar en “off” todo lo interesante, todo lo morboso, todo lo que pueda provocar conflicto consiguiendo con ello una frialdad que acaba presidiendo el conjunto de su obra. Junto a Garrel destaca Anna Mouglalis, ambos muy bien ajustados a las exigencias de estilo del papá del primero.
Sinn duda, la mejor película que he visto hasta hoy es The Major (2013) de Yuri Bykov que no deja tregua al espectador contando una historia de corrupción policial en la Rusia actual a partir de un cúmulo de catastróficas desdichas desencadenadas por las prisas del protagonista por acudir al parto de su esposa. Dura e implacable, la película va conformando un discurso sobre la culpa a partir de la evolución de un personaje que dista de ser inocente o bienintencionado pero al que la degradación moral que acude a su ayuda convierten en generador de culpa y (más) violencia. Excelentemente fotografiada por Kiri Klepalov con una cámara pegada permanente en teleobjetivo al rostro de los personajes perdidos en el hostil entorno del invierno ruso, Bykov apuesta por poner en escena sólo lo que (a diferencia de Garrel) más descarnado pueda hacer el conflicto. Falta, en el clímax, que llegue a cumplirse la amenaza que empuja al protagonista definitivamente al infierno de la culpa (y que hubiera hecho más creíble su acción final).
The major es, en definitiva, una película que pide a gritos un remake estadounidense (apostaría por Brad Anderson en la dirección, Woody Harrelson en el papel principal y Fargo o Alburquerque como localizaciones) y que aleja, afortunadamente, al cine ruso de la pesada sombra de Andrei Tarkovsky que parecía perseguirle desde hace años.