Por Rubén Romero Sánchez
Llevan ocho meses llenando el Teatro de las Aguas todos los viernes. Levan ocho meses haciendo reír con su crítica ácida a los actores, al sistema, al público, con una obra, Compañía en alta mar, la primera que escribe y dirige el actor Fernando Ramallo, tras cuya representación sales de la sala que no sabes si has visto una llamada de atención en forma de sátira a todos los que forman parte de esa gran noria que es el espectáculo teatral, televisivo, cinematográfico, o una amarga crónica de los sueños no cumplidos, del despertar tardío a una realidad que ha metido nuestra inocencia en un saco y la ha lanzado al fondo del mar. O ambas cosas.
Compañía en alta mar sitúa a una compañía de teatro en un crucero, dividida entre plantarse ante su jefe, que no les paga desde hace dos meses, o seguir actuando confiando en él. La obra viaja de la comedia (a veces muy loca) a la amargura, a la sonrisa helada, y tú no te das cuenta: percibes la presencia constante de la tragedia, pero la rehúyes, hasta que la realidad se presenta para no marcharse; y aun así te diviertes hasta el último instante, y estallas continuamente en carcajadas cómplices (maravillosas las paradas de los actores en algunos chistes pretendidamente malos para ejercer su metateatral derecho a reírse de sí mismos, igual que en la obra, demostrando inteligencia, huyendo de pedanterías y presunciones).
Los actores, espléndidos: el propio Ramallo nos dibuja un enternecedor mimo que tan pronto subvierte la commedia dell´arte como se transmuta en un melancólico Charlie Rivel; Sara Cobo presenta un personaje que, en lugar de caer en el estereotipo, se alza para reclamar su sitio no solo en la escena sino en la vida, cansada de estar a punto de alcanzar con los dedos algo que siempre se le arrebata; Carlos Pulido somete a los espectadores a un ejercicio de animalidad escénica, a lo Roberto Álamo; Ismael Fritschi traza una suerte de parodia de Torrente, sin quitarle, acertadamente, ni un ápice de presencia inquietante y a la vez dulce a su personaje; y Eloi Yebra encarna al eterno perdedor que a la vez es el improbable idealista, y lo dota de fiera humanidad y a la vez de ternura.
El viernes pasado nos reunimos con Fernando tras la función para hablar con él de la obra y de la crítica al mundo del espectáculo.
¿Cómo te animaste a escribir y dirigir?
Estamos todos trabajando, pero poco y mal. Eloi es amigo mío desde hace ventie años, Fristchi también, Sara igual. Hace años, escribimos una cosa con Julián Ortega, una obra que transcurría en un crucero. Y yo hablé con él y le dije que quería tomar la historia, y lo cambié todo. Solo mantuve lo de que era en un crucero. Lo escribí en poco tiempo, no digo cuánto porque se me echarán encima. Toda la neurosis que tenía con la profesión, toda la rabia, toda la alegría, todo el agradecimiento, lo puse en la obra. Me inspiré mucho en mis amigos. Cuando conoces a gente de veinte años, todos tienen un personaje, y eso lo fomenté. Pero no imaginé que sería el éxito que está siendo.
Los personajes, entonces, ¿están basados en estos actores concretos?
No son ellos, pero sí hay pequeñas cosas. Yo escribo con pluma y papel, y estuve dos meses encerrado sin parar de escribir. Corregía y cambiaba. Luego en los ensayos ha cambiado muchísimo. La obra tendrá unas treinta reescrituras. Hemos ido cambiando con las representaciones. Ya sabemos lo que tiene gracia, así que ahora queremos profundizar en el mensaje. Cada función va cambiando.
El contenido crítico sobre los actores, el mundillo, los actores que no encuentran trabajo, ¿era parte original de la obra?
Sí, era una crítica constructiva. Nosostros mismos, los actores que en la obra critican la industria, también somos un desastre y muy criticables. Me gustaba la doble lectura. He sido diplomáticamente correcto. Podía haber criticado mucho más, pero quiero seguir trabajando en esto, así que hay cosas que para qué voy a contar, no me voy a arruinar la carrera en una sala alternativa, está claro; pero llevo veintidós años trabajando y hay cosas. He utilizado el humor porque sin él habría cosas no asumibles. El humor hace que puedas decir cosas que de otra manera no se permiten.
¿Te han llegado comentarios del tipo «Fernando, te has pasado», o «Fernando, ten cuidado»?
Una vez puse un comentario en Facebook diciendo que no había venido casi nadie de la profesión. Estamos llenando el teatro y no viene nadie de la profesión, es significativo. ¿Qué pasa para que, una obra que está llenando desde hace ocho meses y habla de lo que les pasa a ellos, no vengan a verla compañeros de la profesión? Es falta de compañerismo. No interesa o no quieren verlo. Yo he estado en los dos lados: el del actor que no para de trabajar y gana mucho dinero, y el del actor que se tiene que buscar la vida. Yo no voy a todas las obras porque no me llega el dinero, pero si veo una obra baratita, de compañeros, gente que lleva trabajando muchos años, ni me lo planteo, voy de cabeza; sobre todo por curiosidad: qué es lo que ha hecho esta gente para que lleve ocho meses en una sala sin promoción.
Al principio, con la sala firmasteis un mes, ¿no?
Íbamos mes a mes. Ahora tenemos «contrato indefinido». Éramos becarios, luego fuimos temporales y ahora indefinidos. Nunca se sabe, todo tiene su final. Estamos muy a gusto en la sala. Pese a que no tiene promoción, las personas que la han montado están peleando mucho. Es difícil. Están viendo hacia qué programación tirar, y está claro que en una sala pequeña solo puedes hacer comedia, porque al drama no viene ni Dios. Pero en esta comedia hay mucho drama, aunque muy sutil. La gente que viene a descojonarse ve que tiene profundidad.
Sí, es una obra muy amarga. Me recuerda a las comedias de Woody Allen. Te ríes mucho pero ninguna tiene final feliz.
Es mi situación con la profesión. Estoy feliz cuando actúo pero es amargo. Es una profesión a la que amas pero ni te casarías ni te irías a vivir con ella.
¿Y la obra que estás escribiendo?
Sería algo así como el cómo se hizo esta obra. Al principio estuvimos dos días ensayando en un bar, en la salita donde comían los camareros. Mientras comían nos miraban ensayar. Luego ensayamos en casa de Sara Cobo. Ella es vegana y nos hacía comida vegana.
Os cuidaba la dieta, entonces.
Sí, nos cuidaba la dieta. Luego nosotros comprábamos donetes y cosas así para compensar un poco (risas).
Como dices que la nueva obra será una especie de «cómo se hizo», ¿contarás con los mismos actores?
No se sabe, parte de algo real pero no está basada en nosotros. A mí el humor que me gusta es el ácido, negro, surrealista. Eso en España no tiene mucho público, pero tenemos la suerte de que todo el público que hay está viniendo a ver la obra.
Hubo un día alguien que te puso en Facebook que por qué no hacías algo del rollo «¿Qué fue de Jorge Sanz», una especie de «¿Qué fue de Fernando Ramallo?»
Está muy disputado ya eso. Ahora Jorge Sanz está muy bien, pero me da mucha rabia cuando en su etapa mala escuchaba «Jorge Sanz no trabaja». Joder, lo que daría yo por ser él. Hacer una película al año y un secundario en una serie, para mí es trabajar mucho. Si te fijas, no para. Todos los años trabaja. Hay otros actores, no Jorge Sanz, muy quejicas, que dicen: «he estado tres años sin trabajar». Y no, no has trabajado porque no has aceptado lo que te ofrecían. Mi sueño es un secundario en una serie de televisión y poder hacer todo el teatro que yo quiera; en el teatro es donde tienes libertad y un actor demuestra que es actor.
¿Cómo te ves dentro de diez años?
Me veo con problemas en las articulaciones, sin pelo, medio ciego, y con problemas de erección. Y con esta misma obra. Esperemos que esta sala siga, y si no tendremos que ir a otra. Es la obra inmortal. Una historia muy buena es la de un tipo que hace una obra con amigos, y no sabe que va a funcionar tan bien y luego es preso de la obra: la obra sigue y él no quiere hacerla, pero no puede hacer nada para evitarlo.
Ahí tienes algo que agarrar para lo que estás haciendo…
Es que… (risas)
Compañía en alta mar se representa todos los viernes a las 20.30 en el Teatro de las Aguas -Madrid- (La Latina). Las entradas están disponibles en Atrápalo a 7 euros.