Fat Boy Slim abrió y cerró el Sónar 2016. El concierto inaugural (que ni siquiera venía en el programa al ser patrocinado por una marca de cerveza) difirió sustancialmente del resto de conciertos del certamen de música electrónica celebrado en Barcelona el pasado fin de semana porque el público que se desplazó hasta la Fira de Hospitalet lo hizo para ver exclusivamente ese evento y se fue al terminar éste. Los otros tres escenarios disponibles (y las barras, y los coches de choque) no se abrirían hasta la noche siguiente.
O sea que la audiencia se encontraba bastante más centradita de lo que estaría en jornadas sucesivas. Y además era sustancialmente distinta. En lugar de pandillas de modernos con indumentaria inspirada en los participantes de Los juegos del hambre encontramos cuarentones haciendo “la locura del verano” antes de irse con la familia a pasar el veraneo en Torrevieja o Salou.
En semejantes circunstancias, Fat Boy Slim se pasó. Su espectáculo comenzó inmejorablemente, con una descarga de sonidos e imágenes capaces de poner a pegar botes al mismísimo Oriol Junqueras. Su actitud durante todo el concierto fue lúdica y divertida. Sin embargo, transcurrida la primera mitad, el repertorio y su ejecución comenzaron a ser más propios de antes del amanecer que de las once de la noche. El público recuperaba el tono cuando el ex Housemartins lanzaba el sampler de algún tema conocido y ajeno (Psycho killer de Talking heads, por ejemplo) pero luego se ponía de nuevo a danzar con piloto automático. Supongo que cuando el sábado Fat Boy Slim prácticamente cerró esta edición del Sónar 2016 el público se engancharía progresivamente a sus beats, justo al contrario de lo que pasó en jueves. El año anterior, en idénticas circunstancias, The Chemical Brothers manejó esto mucho mejor.
Horas antes, en el Sónar de día, Bob Moses, un dúo con tan solo un disco en el mercado, brilló al unir r&b y electrónica mediantes unas suaves voces ideales para el atardecer y que a algunos les hizo pensar en James Blake cuya actuación, por cierto, hubiera funcionado mucho mejor en el Sónar Village que en un Sónar Club deseoso de marcha tras la brillante actuación de Jean-Michel Jarre y la apañada sesión de jungle, dubstep, garage, grime y footwork que ofreció Kode9.
El que no defraudó para nada las expectativas generadas fue Flume que se hizo rápidamente con el público que huía de las densas atmósferas de Blake cediendo parte del componente pop de sus canciones al house sin que la propuesta perdiera calidez ni sentido lúdico.
Nos dejó el australiano de 25 años listos para disfrutar del nuevo show de Richie Hawtin previa estancia durante un rato en la sesión de siete horas que Four Tet estaba llevando a cabo en la roja carpa del Sonar Car que Laurent Garnier petaría veinticuatro horas después y a la que había que llegar bien descansados.
Por NACHO CABANA