Remigio Rebolledo, cariñosamente apodado “escoria humana” por sus superiores, lleva horas abrillantando los mocasines de don Rigoberto Rochedor, mandamás del bufete donde realiza sus prácticas desde hace catorce años. Al terminar, el jefe le propina un puntapié de agradecimiento, arquea las cejas y le remite a otro cometido.
Remigio sonríe radiante: «¡Desatascar inodoros!». Y sale corriendo, escobilla en mano, no se le anticipe cualquier becario.
En el excusado se monta un fenomenal tumulto: ocho jovenzuelos a tortas, disputándose el raspado de las heces. Remigio saca un revolver y la emprende a tiros. Está claro: ningún advenedizo le arrebatará sus privilegios.