Exposición “Victoria Eugenia” en Galería de las Colecciones Reales

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La exposición dedicada a Victoria Eugenia en la Galería de las colecciones reales del Palacio Real no se plantea como una exhibición de lo que atesoran los fondos del museo, sino como un decorado que ilustra el recorrido humano de la reina. No se trata de explicar un reinado, sino de situar a una mujer en el lugar —y en los márgenes— que fue ocupando con el paso del tiempo.

Desde ese planteamiento se entiende que no haya grandes joyas, ni montajes inmersivos, ni piezas únicas por su valor material. Los objetos de valor y los retratos oficiales están ahí, como corresponde a una reina, pero no articulan el sentido de la muestra. La excepción es la diadema que, desde el reinado de Victoria Eugenia, han lucido todas sus sucesoras. No ocupa, sin embargo, un lugar central: está dispuesta en un lateral, junto a un retrato de la reina con la tiara puesta, como si incluso ese objeto de continuidad dinástica debiera permanecer en su sitio. Y su sitio aquí no es el del poder, sino el del recuerdo.

Ese gesto resume bien el espíritu de la muestra. Aunque se exhibe en el marco de Patrimonio Nacional, no es una exposición institucional. No glorifica un reinado ni busca legitimar una monarquía. Su ambición es otra: dar a conocer a la mujer —princesa, reina y reina en el exilio— cuya biografía quedó suspendida en un limbo sin retorno, ni a Inglaterra ni a España.

La incomodidad con su país de origen no fue solo consecuencia del exilio. Victoria Eugenia renunció a la religión anglicana —cuya máxima autoridad era el propio monarca británico— para convertirse en reina consorte de un país católico perteneciente a un bloque político distinto. Princesa nacida en un mundo y reina en otro, quedó simbólicamente desplazada en ambos. Tras la caída de la monarquía española, no recuperó un lugar institucional ni en España ni en el Reino Unido.

El recorrido evita el tono épico y prefiere una narrativa contenida. Cartas privadas, fotografías domésticas y objetos cotidianos desplazan el foco del esplendor a la fragilidad. El exilio, lejos de funcionar como epílogo, se convierte en el eje del relato. Es ahí donde la figura de Victoria Eugenia adquiere mayor densidad histórica: una reina sin corte, sin función y sin país.

La exposición sugiere además, sin subrayarlo en exceso, una lectura incómoda: Victoria Eugenia no fue responsable ni de la crisis política que precipitó el exilio ni de la ruptura de su matrimonio. Alfonso XIII se casó con ella advertido de la posibilidad de que fuera portadora de la hemofilia. Cuando esta se confirmó, el rey la relegó progresivamente y la humilló mediante infidelidades públicas. En el relato expositivo, la enfermedad acaba ocupando un segundo plano, no por irrelevante, sino porque ella no vivió para ver el destino final de ninguno de sus herederos, sanos o enfermos. El énfasis se desplaza así del determinismo biológico a la experiencia humana del abandono y la pérdida de posición.

El recorrido deja claro que fue una reina sin red: sin un apoyo político sólido, sin un matrimonio estable y, finalmente, sin país. No aparece como figura decorativa ni como símbolo de un pasado idealizado, sino como testigo —y también víctima— del derrumbe de una época.

No es una exposición para deslumbrar ni para fijar una imagen definitiva. Es un espacio construido para situar una trayectoria humana en su contexto, con sus desplazamientos y sus pérdidas. En esa renuncia deliberada al brillo reside su mayor acierto: permitir que el visitante comprenda cómo una mujer extranjera, joven y sin apoyos reales atravesó la caída de una monarquía sin que nadie volviera a preguntarse cuál debía ser su lugar después.

En la imagen la carroza que la llevó del ministerio de Marina a la iglesia de los Jerónimos Reales don iba a casarse con Alfonso XIII, y sería el preámbulo de un matrimonio feliz
La capacidad de los británicos, de no perder sus costumbres aunque vivan a miles de quilómetros del Imperio
La exposición recrea con acierto un espacio de intimidad muy confortable, en contra de lo que se vivía en la calle
Esta es la calle en contrapunto de su bata y su cuarto
El reinado de Alfonso XIII terminó con su salida voluntaria de España, lo que dio paso a la Segunda República. Desde ese mismo momento, ya proclamada la República, intentó regresar como rey, pero su decisión llegó tarde y nunca volvió a pisar suelo español.
El manto real y los retratos oficiales que desde 1931 simbolizaron el pasado. Victoria Eugenia, sin poder regresar al Reino Unido ni entrar en España, vivió errante 37 años, no vivió un periodo tan largo ni cómo princesa británica, ni como reina de España. Hoy sus restos reposan en el panteón real del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

La Galería de las Colecciones Reales, cuenta con nueva gran exposición temporal, “Victoria Eugenia”, se podrá ver desde el próximo 3 de diciembre hasta el 5 de abril de 2026 en la planta -3 de la Galería, más información AQUI

 

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Luis Muñoz Díez

Desde que me puse delante de una cámara por primera vez, a los dieciséis años, he ido fechando mi vida por las películas y las obras de teatro. Casi al mismo tiempo empecé a escribir de cine en una revista entrañable, Cine Asesor. He visto kilómetros de celuloide en casi todos los idiomas, he pasado buena parte de mi vida en el teatro —sobre el escenario o sentado en una butaca— y he tenido la suerte de tratar, trabajar y entrevistar a muchos de los que antes me emocionaron como espectador. Creo firmemente que algunas premoniciones se cumplen cuando quien las pronuncia tiene el ascendiente suficiente; y a mí, la persona con más autoridad en mi vida me dijo: “Vas a ser alumno de todo y maestro de nada”. Y así ha sido. He estudiado cine y teatro, he leído todo lo que ha caído en mis manos, he trabajado como actor y como ayudante de dirección, he escrito novelas y guiones, he retratado a toda persona interesante que se me ha puesto a tiro… y la verdad, ni tan mal. Hay quien nace sabiendo; yo prefiero morir aprendiendo. Y aquí estoy ahora, en la Cultural Tarántula, con la intención de animaros a leer, ver cine o acudir al teatro, donde siempre nos espera una emoción irrepetible que, por un instante, nos hace creer que en la vida lo mejor está siempre por venir.

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