Un cinéfilo tan malévolo como inteligente me dijo hace un mes que Ridley Scott podría haber sellado una carrera cinematográfica magistral de haber muerto en 1982, es decir, tras haber filmado tres obras de culto como Los duelistas, Alien y Blade Runner. Sin estar del todo de acuerdo, porque Ridley Scott ha filmado películas notables como Thelma y Louise, Black Hawke derribado, 1492: La conquista del paraíso o American Gángster, y ha sido el que ha impulsado la resurrección del péplum con Gladiator, algo de razón le doy a ese malévolo cinéfilo. El director de otra notable película histórica, El reino de los cielos, nos ha regalado algunos bodrios notables como La teniente O’Neil, Tormenta blanca, Hannibal o Prometheus. Exodus: dioses y reyes está en ese segundo grupo.
Sorprende al espectador acostumbrado al vibrante cine del realizador británico, un maestro de la imagen que suele aderezar sus películas históricas con un tono épico, su falta de entusiasmo a la hora de realizar este remake de Los diez mandamientos muy inferior al original. No es el primer remake que hace el director de Los duelistas: Gladiator era otro remake, de La caída del imperio romano de Anthony Mann. Exodus: dioses y reyes parece un encargo con el que Ridley Scott no se sintiera muy cómodo. Lo peor que se puede decir de una película como ésta, concebida para ser vista en fiestas navideñas y, a ser posible, en 3D, es que aburre sobremanera y eso es imperdonable.
Hay homenajes nada velados a Tiburón de Steven Spierlberg—el ataque de los cocodrilos gigantes a las falúas en el Nilo—, a La caída del imperio romano de Anthony Mann—las cuadrigas egipcias que persiguen a Moisés cuyas ruedas bordean el abismo—y a Espartaco de Stanley Kubrick—las secuencias de las canteras—, y brilla el realizador británico en las escasas escenas de batallas y en la magnífica utilización de los efectos especiales, tanto en la reconstrucción del antiguo Egipto, impecables, como en las plagas bíblicas, pero falla en todo lo demás, en cuanto de la pantalla huye el espectáculo puro y duro. El dibujo del personaje de Moisés (Christian Bale hace que añoremos a Charlton Heston), a la búsqueda de su identidad robada, falla en su proceso de concienciación hasta asumir el liderazgo del pueblo judío, y su antagonista Ramsés (Joel Edgerton a años luz de Yul Brynner) carece de sustancia. Actores tan solventes como John Turturro, que interpreta al padre de Ramsés Seti I, Ben Kingsley como judío Nun, o Ben Mendelsohn no están cómodos en sus papeles. Y uno no se explica la episódica aparición de Sigourney Weaver, prácticamente relegada a extra con palabra, como no sea un fetiche de Ridley Scott que la ha tenido en Alieny en El reino de los cielos. Curiosamente es la española María Valverde, bellísima, la que más se adapta a su papel de abnegada esposa de Moisés.
Representar a dios como un niño es de las escasas originalidades de esta película que se ha rodado íntegramente en España, en tierras de Almería convertidas en Egipto, y en la espectacular playa de Cofete de la isla de Fuerteventura para la secuencia del mar Rojo. Del paisaje hispano hay que reconocer que sabe sacar buen partido el realizador británico que dedica la película a su desaparecido hermano Tony Scott. Y de la partitura musical se encargó Alberto Iglesias, que tampoco estuvo en su mejor momento, contagiado por todo el conjunto.
Una superproducción acometida por el vitalista Ridley Scott con muy poco entusiasmo, y se nota en el resultado.