No es un artículo, es una lágrima. Pero sin aspavientos, sin tan siquiera un sollozo. Una lágrima, tan sólo una, que baja por dentro y deja que tú, lector, la uses de espejo.
Se dice que las emociones son imprecisas, pero no creo que algo impreciso pueda cortar tan bien. Tampoco son mudas, hablan, verbalizan tanto o más como un razonamiento. Otra cosa es que no sepamos escuchar, o que no queramos. Hoy os dejo una, porque quiero que hable aquí, que lo que me ha dicho no se pierda del todo.
Uno elige su futuro, la promesa de éste, pero luego la realidad, nada amiga del deseo, se impone. No es un problema de cálculos o de falta de esfuerzo. Y es que no flotamos en el vacío, estamos inscritos en una situación determinada. Además, ésta no es una, es múltiple. Pero esto lo sabe todo el mundo…
Sí, lo sabe todo el mundo, pero no por ello es digerible. Las causas dejan de importan cuando el resultado es obligatorio, cuando trasluce su necesidad, cuando no hay escapatoria. El dolor es dolor, sin importar de donde venga. Uno se puede pasar la vida buscando explicarlo, intentándolo descifrar. Lo mejor, es sencillamente “aprender” a soportarlo. Además, para el dolor hay pastillas, tanto para el del cuerpo como para el del espíritu. Para la necesidad no.
De ella queremos hablar, de ese salvaje imperativo, del telón de fondo de toda vida.
Hay un bello experimento -no por el cómo sino por lo que implica-, en el que se mete a una rana en una olla llena de agua hirviendo. El animalito, al primer contacto, pega un salto y escapa. En cambio, si se la mete cuando el agua aún está fría y poco a poco se va calentando, la pobre, sin moverse, sin tan siquiera saberlo, termina asada.
¿Dónde está la belleza? No desde luego en ver morir a un animal, con o sin sufrimiento. Sino en la profundidad de su significado, en lo que dice y en la relación que tiene con toda existencia: todo acontecimiento, tanto histórico como biográfico, funciona así.
Los pasos de la necesidad no se oyen, sólo se la ve de espaldas, cuando ya ha pasado todo, cuando ya da igual lo que hagas. El agua se va calentado, el acontecimiento va avanzando, la rana se asa, el hombre padece. Y así es como el pasado aumenta, como va pesando cada vez más hasta doblar toda vida. Da igual si los recuerdos son buenos, malos o terribles. El pasado siempre pesa. El peso de un buen momento es el amargo regusto de saber que ya no volverá, que nunca más será posible. En cuanto a lo malo y lo terrible: los nombres que nos duelen, las fechas, los acontecimientos… forman una constelación terrible, una red de la que no podemos escapar. Ellos son el cauce del río que es nuestra vida. Pero eso, el futuro no es otra cosa que un pasado que insiste, para bien o para mal.
Pero la necesidad aún guarda otro colmillo: conocerla, asumirla, abrazarla, jamás evitará la ansiedad, la angustia, de pensar que lo que pase o deje de pasar está en nuestra mano. Esto quiere decir, que una sabiduría de la necesidad es imposible.
Padecer, sin remedio, sin salida, con la culpa de creernos responsables, ese es nuestro destino, la necesidad de la necesidad, y sin duda el argumento más serio contra Dios.
¿Eres capaz de verte en esta lágrima?
Estremecedora realidad. Sin palabras…
Gracias compañera.